
Por Ramón Elejalde Arbeláez
Lo sucedido con el Deportivo Independiente Medellín durante el primer torneo de la liga profesional de fútbol de este año resulta increíblemente curioso. En la última fase de todos contra todos, mostró un fútbol exquisito y agradable al público, pero no logró concretar con el gol. Fue un desperdicio total, al punto que su ingreso al grupo de los ocho se dio a última hora y con algunas dificultades. En el sorteo de los cuadrangulares finales tuvo una suerte regular, pues le correspondió el grupo más difícil, enfrentando a Junior, América y Tolima.
En los cuadrangulares finales su juego siguió siendo brillante, y por fin encontró el gol que antes le había sido tan esquivo. Clasificó a la final una fecha antes de que terminara esta fase. En el otro grupo, quien accedió a la final fue Independiente Santa Fe, un equipo muy irregular durante todo el semestre, inestable, al punto de haber tenido tres entrenadores en cinco meses. Contó con dos jugadores que llevaron al equipo sobre sus hombros: Hugo Rodallega —Don Hugo Rodallega, para ser más sincero— y Andrés Felipe Mosquera Marmolejo, grandes pilares de ese campeonato.
En el partido inicial de la gran final, jugado en la capital de la República, el DIM obtuvo un buen resultado al empatar con su rival. Todo estaba servido para que el campeón fuera el Deportivo Independiente Medellín, gran favorito de la gente y de los periodistas deportivos.
La finalísima, con todo inclinado para que la séptima estrella del DIM fuera una realidad, resultó un fiasco. El Medellín comenzó ganando, y de ahí en adelante fue Troya: el equipo se apagó, dejó de jugar con la intensidad característica de los últimos partidos, y a casi todos los jugadores les faltó jerarquía, carácter, temple. Parecían alelados, “pechifríos”. El episodio final no pudo ser más vergonzoso: la jugada del gol del triunfo de Santa Fe la inició un jugador que estaba llorando por una lesión y que debía abandonar el campo. Ese mismo jugador culminó la faena al darle la estocada final a un DIM lánguido y desabrido. En una pierna y con cuarenta años de edad, Rodallega sentenció la derrota del ex poderoso.
Duele todo esto por la hinchada: seguidores leales, entusiastas, creyentes, bulliciosos. Adictos a la causa, con una lealtad admirable y resiliente, que soportan las burlas de los hinchas del equipo del frente. Duele por tanta gente humilde cuya única esperanza en la vida es ver triunfar a su equipo del alma. Duele por unos directivos que, dentro de sus limitaciones, hicieron lo mejor, y duele por un entrenador que dio todo de sí, aunque también fue terco por momentos al insistir en jugadores que ya cumplieron su ciclo y que deben buscar otros aires.
Pero somos hinchas tercos, de corazón, y seguiremos porfiando, confiando en que “este año sí”, aunque sigan los desengaños en cadena, como hasta ahora.
NOTÍCULA. Mucho comentario desagradable ha circulado sobre las razones de la derrota del DIM. No doy crédito a tales versiones, por no existir soportes serios que las respalden, aunque, a veces, algunos jugadores, por su comportamiento en la cancha, dan pie para estos chismes.
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