
Por Ramón Elejalde Arbeláez
Hace muchos años escuché la historia de los hornos crematorios para desaparecer víctimas del paramilitarismo en Norte de Santander. Antaño me relataba un amigo que Elkin, un compañero de él, había engrosado las filas de las autodefensas y que había sido destinado en su trabajo a la ciudad de Cúcuta y a la frontera con el vecino país de Venezuela, que estando allá cometió una falta sancionable con la muerte (¿?¿?) por sus superiores y que para no dejar huellas lo habían incinerado en un horno crematorio y luego disuelto, lo que quedó de cuerpo, en un ácido muy potente. Me resistí a creer esa historia, me pareció más exageración de los paramilitares para atemorizar a la población y así someterla a su voluntad, una práctica muy socorrida por estos violentos. Esporádicamente escuchaba o leía el mismo cuento de los llamados hornos crematorios. Por violenta, por irracional, por inhumana, por vergonzosa, siempre me negué a creer ese dicho.
Ahora resulta Salvatore Mancuso, uno de los jefes de la organización Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), aceptando en un acto en memoria de las víctimas de desaparición forzada en Juan Frío, un caserío situado en la frontera colombo-venezolana, la existencia de los hornos crematorios para desaparecer víctimas del paramilitarismo y agregó: “Esas historias que me contaron, me partieron el alma”. Se sospecha que el Frente Fronteras del Bloque Catatumbo, dirigido por Iván Laverde (alias El Iguano), desapareció más de quinientas personas con este terrible sistema de los hornos crematorios.
Se dice que en Juan Frío utilizaron el trapiche panelero “Trapiche Viejo” para estas abominables prácticas, pero también se dice que no fue el único, que en la finca Pacolandia, situada en la misma frontera, tenían otro trapiche panelero destinado a desaparecer víctimas de paramilitares. Fue pues una práctica degradante de la guerra en Colombia.
Sinceramente, de resultar cierta la versión de Mancuso y de periodistas que han visitado la zona luego de la declaración del jefe paraco, debemos reconocer que fracasamos como sociedad civilizada. Que esas prácticas son lo más degradante que se ha conocido en las guerras irregulares que se han realizado en nuestra patria. Somos irracionales, inhumanos y nos comportamos como verdaderas hienas. Si la justicia en Colombia no actúa, debe la justicia internacional tomar cartas en el asunto.
El silencio de muchos colombianos, la justificación que otros hacen de estos hechos, el negacionismo de muchos otros, la dolorosa sordina de algunos medios de comunicación, demuestran la vileza, el salvajismo, la barbarie y la brutalidad en la que se hunde nuestra sociedad. Oprobiosa verdad la que estamos conociendo. Pena debemos sentir frene al mundo civilizado por estos horrores. Cargaremos por siglos ese baldón que la guerra nos ha impuesto.
Resta esperar que las autoridades lleguen hasta el fondo e indaguen si existió apoyo o consentimiento de autoridades del Estado, pues esto si sería la mayor afrenta a la patria. ¡Que resplandezca la verdad!
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