La verdad histórica frente a la calumnia
Por Ramón Elejalde Arbeláez
El historiador nariñense Enrique Herrera Enríquez publicó recientemente en redes sociales un interesante artículo titulado “Combate de Huilquipamba en el sector de la Laguna”, en el que vuelve sobre un tema que me ha apasionado desde hace años: la supuesta participación de José María Obando en el asesinato de Antonio José de Sucre.
En su documentado análisis, Herrera Enríquez descarta —como siempre lo consideré en artículos que escribí antaño— que Obando hubiera tenido participación alguna en ese abominable crimen. Su postura se sustenta en una revisión seria de fuentes históricas y testimonios judiciales, y en la comprensión del convulso contexto político que vivía la naciente república.
El profesor Herrera recuerda que Simón Bolívar, inspirador de la inicial sindicación contra Obando, desconocía las intrigas sentimentales y políticas que agitaban a Quito por aquellos años. Mientras el Mariscal de Ayacucho emprendía viaje hacia Bogotá para asistir al Congreso Admirable de 1830, su esposa, Mariana Carcelén, mantenía una relación amorosa con el general Isidoro Barriga, amigo íntimo de Juan José Flores, jefe militar de Quito y figura de creciente poder.
El propio Apolinar Morillo, confeso asesino de Sucre, declaró sin ambigüedades: “Yo había participado en el asesinato del mariscal Sucre por órdenes del general Juan José Flores y de la mujer del mariscal, la cual se hallaba embarazada; y que él y sus compañeros de dicho crimen habían salido de Quito para Pasto, que un mes antes del asesinato ya se hablaba de esto en Quito.”
No se puede pasar por alto que, apenas trece meses después del asesinato, Mariana Carcelén contrajo matrimonio con Isidoro Barriga, heredando además los bienes del héroe de Ayacucho. Este hecho, históricamente comprobado, robustece la tesis de que el crimen tuvo origen en las pasiones y ambiciones quiteñas, y no en conspiraciones políticas desde el sur colombiano.
José María Obando, cuya vida política fue tan turbulenta como admirable, fue presidente de Colombia en dos ocasiones: la primera, entre noviembre de 1831 y marzo de 1832, cuando asumió el poder tras la ausencia de Francisco de Paula Santander y la renuncia del vicepresidente Domingo Caicedo; y la segunda, en 1853, cuando fue elegido por voto popular, en una jornada de masas inédita para la época.
Sin embargo, su carrera estuvo marcada por la persecución implacable de enemigos poderosos. Como recordó Carlos Lozano y Lozano en su conferencia ante la Academia Colombiana de Historia:
“Nadie ha tenido en esta República enemigos tan poderosos e implacables como Obando. Y nunca pudieron confundirlo en vida con el cargo sobre el asesinato de Sucre. Hubo épocas en que centenares de personas se consagraron a buscar las pruebas de su responsabilidad con saña frenética, y jamás pudieron presentarlas (…) Obando no fue un parricida.”
Los jueces que conocieron su causa en 1831 fueron categóricos: “Por los documentos existentes no resulta, ni aun por ligeros indicios, que Obando hubiera tenido parte en aquel hecho.”
El historiador y exparlamentario Evelio Ramírez Martínez sintetizó con acierto el destino trágico del héroe: “El incansable y colosal infortunio que persiguió a Obando evoca en la historia de Colombia el recuerdo de ciertos personajes legendarios, en quienes hubo inmensa desproporción entre el odio que los perseguía y la popularidad que inspiraban.”
En efecto, pocos líderes en la historia nacional han sido tan queridos por el pueblo y tan injustamente vilipendiados por la política.
Casi dos siglos después, la figura del Mariscal Sucre sigue siendo utilizada en señalamientos politiqueros y mendaces, originados en juicios ligeros de Bolívar y en el odio visceral que Tomás Cipriano de Mosquera profesaba hacia Obando (eran familiares). Paradójicamente, ambos caudillos —Mosquera y Obando— se reconciliaron años más tarde para luchar juntos contra el gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez, en la llamada Guerra de las Soberanías de 1861. Ese mismo año, el general José María Ramón Obando del Campo encontró la muerte en el paraje Cruz Verde, en El Rosal, departamento de Cundinamarca.
Curiosa simetría de la historia: Obando había nacido el 8 de agosto de 1795 en otro lugar del mismo nombre, Cruz Verde, en la vereda de Güengüe.
La historia, con sus giros poéticos y sus injusticias persistentes, parece haber querido sellar así la memoria de un hombre cuya honra fue tantas veces puesta en duda, pero que el tiempo —y los historiadores ojetivos— han ido reivindicando como lo que fue: un patriota íntegro, víctima de la calumnia y del rencor político.


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