13 diciembre, 2025

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Contracorriente: El libro que reabre el parqueadero Padilla y redimensiona a Mateo Rey

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Ramón Elejalde Arbeláez 

En el año 2016 publiqué un libro titulado Don Mateo Rey. Crónicas de barbarie en el occidente antioqueño, editado por el Fondo Editorial de la Universidad Autónoma Latinoamericana (UNAULA). En esa obra recogí una serie de denuncias documentadas sobre la violencia que, durante años, azotó a diversos municipios del occidente de Antioquia. El texto registró, con rigor y sin concesiones, la trayectoria criminal de alias “Mateo Rey”, un personaje cuya incidencia en el desarrollo del paramilitarismo en Colombia fue considerable, aunque escasamente reconocida en los estudios sobre el conflicto armado.

Mi investigación expuso la forma vertiginosa en que la Convivir Los Limones se transformó, prácticamente de un día para otro, en una estructura paramilitar plenamente articulada. Desde el testimonio de las víctimas reconstruí decenas de episodios dolorosos que, pese al tiempo transcurrido, guardan una inquietante semejanza con los relatos que hoy se escuchan de militares retirados ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Mi intención siempre fue mostrar, sin estridencias, pero con la firmeza debida, cómo las dinámicas delictivas se consolidaron en la región bajo el amparo de distintos actores que operaban desde las sombras.

Hoy, casi una década después de la aparición de esa investigación, ha llegado a las librerías del país un libro que se ha convertido rápidamente en el título más vendido en Colombia: El laberinto del parqueadero Padilla, de la periodista y escritora Diana Salinas Plaza. Se trata de una obra valiente, rigurosa y escrita con un profundo compromiso con la verdad, que examina en detalle la historia de un espacio urbano aparentemente insignificante, pero que desempeñó un papel central en una de las tramas criminales más enigmáticas de las últimas décadas.

Al leer el libro de Salinas experimenté una íntima satisfacción al encontrar citada mi obra Don Mateo Rey en al menos dos oportunidades. La autora reconoce allí el aporte investigativo que realicé y otorga a mi trabajo un lugar dentro del esfuerzo colectivo por esclarecer las responsabilidades y lógicas internas del crimen organizado en Colombia. Este gesto, que valoro profundamente, constituye un homenaje a una investigación que fue, en su momento, arriesgada y que, pese a las duras historias que narro, no ha sido objeto de petición de rectificación alguna en los nueve años transcurridos desde su publicación.

Es oportuno señalar que en mi libro otorgué a alias “Mateo Rey” la relevancia nacional que su figura tuvo dentro del entramado de las autodefensas. Reconstruí con el mayor detalle posible su vida, marcada por contradicciones y zonas opacas, y destaqué su papel como uno de los engranajes más significativos en la consolidación del paramilitarismo en el occidente antioqueño. Sin embargo, jamás pude establecer que dicho personaje tuviera alguna relación directa con la historia del Parqueadero Padilla. Con los elementos disponibles en aquel momento, resultaba imposible vincularlo a ese lugar.

El trabajo de Diana Salinas, en cambio, logró llegar más lejos. A partir de una investigación exhaustiva, que combinó análisis documental, entrevistas y un estudio minucioso del contexto urbano y social, la autora consiguió establecer que Mateo Rey no solo estuvo relacionado con el Parqueadero Padilla, sino que habría sido propietario del establecimiento. Esta conclusión, respaldada en su libro por una sólida cadena de indicios y testimonios, arroja nueva luz sobre la magnitud real del personaje y sobre su lugar dentro del universo delictivo que marcó profundamente la historia reciente del país.

La revelación de Salinas tiene implicaciones que van más allá de la simple corrección o ampliación de un dato. Su trabajo permite dimensionar con mayor precisión la estructura de poder que este individuo llegó a ejercer y contribuye a reconstruir de manera más completa el rompecabezas del crimen organizado. Con ello, se abre la posibilidad de reevaluar el papel de Mateo Rey no como un actor marginal o circunscrito a un territorio específico, sino como un engranaje fundamental en una red delictiva de alcance nacional.

El ejercicio de revisitar esa historia, a la luz de nuevas investigaciones, reafirma una convicción que he sostenido durante años: la memoria del conflicto armado colombiano no es un terreno estático ni definitivo. Cada aporte serio, cada nueva pieza que se adiciona al registro documental, enriquece nuestra comprensión colectiva y nos permite acercarnos, aunque sea de manera gradual, a la verdad compleja de lo ocurrido. En ese sentido, la aparición del libro El laberinto del parqueadero Padilla constituye un avance significativo y un testimonio del valor del periodismo investigativo en un país donde la verdad ha sido, con frecuencia, objeto de disputa.

Asimismo, el reconocimiento que la autora hace de mi obra confirma que las investigaciones realizadas desde las regiones —muchas veces lejos de los grandes centros académicos y mediáticos— son fundamentales para develar realidades que suelen permanecer ocultas. Las voces de las comunidades afectadas, sus recuerdos y vivencias, los documentos que conservan y la memoria que defienden han sido, y continúan siendo, pilares esenciales para reconstruir los relatos que la violencia intentó borrar.

Si algo demuestra este diálogo entre investigaciones —la de 2016 y la de la actualidad— es que el estudio del conflicto armado colombiano requiere persistencia, valentía y un profundo sentido ético. También demuestra que la tarea de esclarecer responsabilidades no pertenece exclusivamente a tribunales o comisiones, sino que implica un esfuerzo conjunto de periodistas, académicos, historiadores, investigadores sociales y, sobre todo, de las víctimas, quienes han sostenido la búsqueda de la verdad incluso en los momentos más difíciles.

La figura de alias “Mateo Rey”, ahora recontextualizada por el aporte de Salinas, tal vez adquiera la dimensión histórica que corresponde a su papel en la configuración del paramilitarismo y en la economía criminal del país. De confirmarse plenamente su propiedad del Parqueadero Padilla, la historia reciente deberá incorporar este nuevo elemento y reconocer que su influencia se extendió más allá de lo que inicialmente se conocía. Esto no solo modifica nuestra comprensión sobre él, sino también sobre las redes económicas e institucionales que permitieron la consolidación de estos actores criminales.

A la luz de estos nuevos hallazgos, reafirmo la importancia de continuar investigando y documentando sin temor y sin presiones. La construcción de la memoria es un proceso vivo, que avanza con el aporte de quienes se atreven a explorar los márgenes, interrogar los silencios y cuestionar las versiones oficiales. Cada nueva investigación aporta una pieza más a la verdad, y cada pieza es esencial para que el país pueda avanzar en la reparación, la reconciliación y la no repetición.