18 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Contracorriente: El deterioro del orden público

Ramon Elejalde

Por Ramón Elejalde Arbeláez 

 Los colombianos tenemos que estar altamente preocupados por el alarmante incremento de la violencia en el territorio nacional. La presencia de grupos irregulares, el incremento de los asesinatos selectivos de líderes sociales, el exterminio paulatino de los exguerrilleros firmantes de la paz y la preocupante inseguridad que se adueña, especialmente de las zonas rurales, tienen con los nervios crispados a mucha parte de la población. 

Opino que son tres los factores que han desencadenado este violento incremento de la inseguridad. El primer responsable es el narcotráfico que se extiende por el territorio nacional como plaga incontrolada y nefasta. En segundo lugar, no haber copado con inversión y fuerza pública las zonas que dejó la antigua guerrilla, cuando se desmovilizó parte de las Farc y finalmente también tiene su parte en esta debacle la actitud del actual Gobierno de pretender menoscabar el proceso de paz, generando zozobra, angustia e inseguridad, entre los que aceptaron reintegrarse a la vida en sociedad.   

Lamentablemente el mundo ha fracasado en su lucha contra el narcotráfico. Llevamos más de cuarenta años aplicando las mismas políticas equívocas y antes de disminuir el cultivo, producción y distribución de la droga maldita, ésta se incrementa a niveles insospechados. Es hora de evaluar lo realizado y de repensar el actuar de los gobiernos. Aquí sí que se impone una reingeniería. No será fácil pues la iniciativa no puede partir de los países productores de los alucinógenos, sino que son los Estados ricos y consumidores los que tienen que marcar el derrotero. Pero que todos, ricos y pobres, fracasamos en el tratamiento, es innegable.  

Desde el mismo momento en el cual se suscribió la paz con la Farc, el Gobierno de Juan Manuel Santos no tuvo la precaución de llegar con obras y con fuerza pública a los lugares que dejaban los que se reintegraban a la sociedad. Imperdonable error pues esos lugares fueron copados o por los disidentes de la guerrilla, o por otros grupos guerrilleros, o por grupos paramilitares. De paso es bueno decir que el paramilitarismo nunca ha desaparecido del territorio patrio, por el contrario, su proliferación hoy es alarmante y se convierte en la mayor amenaza para la estabilidad de las instituciones.  

Finalmente y desde esta columna muchas veces lo afirmé, la intención del Gobierno del doctor Iván Duque y del Centro Democrático, fue criticar el modelo de paz que se suscribió y algunos llegaron a afirmar que era necesario su desconocimiento. Otro error. Este cuatrienio debió ser el de la consolidación de la paz, pero no. Ha sido el de las dudas, las críticas, los ataques, que tienen debilitado lo que se logró y a los reincorporados titubeando si lo que hicieron fue lo correcto. Negarse a aceptar un esfuerzo por lograr la convivencia entre los colombianos, por el arquitecto que lo obtuvo, es una mezquindad de marca mayor, que seguramente nos continuará sumiendo en el fangal.  

Algo hay que hacer para impedir que los líderes sociales continúen siendo asesinados, para que frene el exterminio de los reinsertados y para que los cultivos ilícitos no sigan siendo el motor de nuestras desgracias. El Estado requiere aplicar mano decidida y contundente y enmendar algunas políticas equivocadas que práctica.