
Por Ramón Elejalde Arbeláez
La Copa América de Estados Unidos, versión 2024, que terminó con el agónico triunfo de Argentina sobre Colombia, en una dramática final que enfrentó a los campeones de fútbol del mundo con una emergente Colombia, cafeteros que deslumbraron al mundo por su buen fútbol y el alto nivel demostrado por sus jugadores y su equipo, es para nuestro país el doloroso paso de la gloria a la vergüenza.
LA GLORIA. Un equipo pundonoroso, luchador, entregado, con respeto por su camiseta y los colores patrios, que en caa partido dejaba todo en la cancha, que a su pasó eliminó equipos de la talla de Brasil, Costa Rica, Paraguay y Uruguay, que se convirtió en las sensación futbolística del torneo, que tuvo en su alineación al mejor jugador del certamen, el señor James David Rodríguez Rubio y a otros tantos que descollaron por su exquisito juego, tales como Richard Ríos, Davidson Sánchez, Jefferson Lerma y Daniel Muñoz, para citar unos pocos y a un entrenador, escogido como el mejor entrenador de ese certamen y que fue verdadera revelación, el señor Néstor Lorenzo.
Esos muchachos, comandados por Néstor Gabriel Lorenzo, pusieron muy en alto el nombre de Colombia, nos hicieron vivir momentos de éxtasis y de enorme satisfacción, nos llevaron a la gloria. Días de felicidad vivimos entre el 20 de junio y el 14 de julio de este año, gracias al juego bonito de estos jóvenes deportistas, gracias a ellos la patria se olvidó de sus violencias, de sus miserias, de sus dolores, de sus desangres, de sus desavenencias.
LA VERGÜENZA. Tanta belleza no podía tener un final rosa. Las espinas estaban al final de la jornada. Aparecieron los desadaptados que no creíamos estarían en los Estados Unidos de América. Miles de colombianos, con su camiseta amarilla, como una marca maldita, como un karma, irrumpieron en las instalaciones del Hard Rock Stadium de Miami, como hordas primitivas. Saltaron vallas, destruyeron muros, escaleras, ductos y barreras, irrespetaron autoridades, violentaron controles, avasallaron vigilantes y por encima de todo nos hicieron quedar a los colombianos como una caterva de atarvanes y desadaptados. Hoy, las autoridades norteamericanas informan tener cerca de ochomil colombianos identificados como partícipes en los desmanes, para las cuales anuncian drásticas decisiones judiciales y administrativas, entre ellas la deportación. Más que merecido.
LA SUPER VERGÜENZA. Pero faltaba la cereza del pastel de nuestras vergüenzas, pavores dobles. Veamos: Al final del torneo en el estadio de Miami, el presidente de la federación de fútbol colombiana (sí, con minúsculas y letras pequeñas, no merecen más), Ramón Jesurún Franco y su hijo Ramón Jamil Jesurún, decidieron, en la mejor versión de “Usted no sabe quién soy yo”, pretender ingresar por la fuerza al acto de premiación de la Copa América. Jesurún padre era el invitado y con su credencial personalísima pretendió ingresar a su hijo y a sus nietos, acción que fue impedida por los vigilantes del lugar. La reacción violenta de Jamil fue igualada y superada por su padre que se creyeron los todopoderosos en tierra extranjera y pretendieron arreglar el impase a puños y puntapié. Bochornoso, lamentable e impresentable incidente. Jakari Shaw y Jean Garoute, fueron los guardias gringos que sufrieron los rigores de la violenta arremetida de los jesurún, el primero de los cuales terminó, lamentablemente, en una clínica de la ciudad de Miami. Penoso incidente, donde los únicos sensatos fueron los niños, que con lágrimas en los ojos les imploraban a los suyos que pusieran fin a sus actos. Como los señores jesurún no estaban ni en Barranquilla ni en Bogotá, donde suelen hacer lo que les venga en gana, terminaron retenidos, esposados y con uniforme de presidiarios, para mayor deshonor del fútbol colombiano. Estoy seguro que las consecuencias de este bochornoso incidente no han terminado para los implicados, aunque también estoy seguro que Ramón Jesurún no tendrá la dignidad de renunciar al cargo que tiene y en el que hizo tamaño y desteñido papelón.
Pero dije que esta super deshonra era doble. Claro. La dirigencia del fútbol colombiano, algún sector de la prensa, tal vez la más encumbrada, resolvieron justificar las acciones de los señores Jesurún. No se sonrojaron siquiera al hacerlo. Imperdonable labor de lameculos, en personas llamadas a dar ejemplo.
Definitivamente, en menos de un mes, pasamos del cielo al infierno, por culpa de esa cultura traqueta que se ha venido imponiendo en Colombia.
Más historias
Disparates sobre el martes 13
Los esclavos de Petro
Crónica # 1123 del maestro Gardeazábal: Las damas de la caridad