18 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Concertación ciudadana para edificar las necesarias disrupciones educativas

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

https://paideianueva.blogspot.com/

La gran disrupción educativa es un inmenso reto que enfrenta la ciudadanía en general, los padres de familia (como los primeros y más cruciales formadores), los distintos sectores cívicos y de la producción, iglesias, gobiernos, legisladores y, con todos ellos, la gran cantidad de maestros que expresan a diario su voluntad para innovar y favorecer la creación y el desarrollo de nuevos paradigmas formativos escolares con solidez fundada y alta pertinencia.  

Se ha manifestado con claridad el muy generalizado consenso frente a los paradigmas educativos vigentes en el mundo, considerados como inapropiados para la formación de las nuevas generaciones. Son modelos educativos imperantes, pero sin vigencia, impropios para los tiempos y circunstancias que vivimos, e improcedentes frente a los deseos y voluntades de niños y jóvenes.  

La denominada «alternancia», presencialidad y trabajo escolar remoto, oculta la idea de continuar con los mismos viejos e improductivos modelos educativos, frente a  la oportunidad y necesidad de una disrupción educativa innovadora. La presente pandemia ofrece y abre una deseada oportunidad. Cualquier esfuerzo por «reimplantar», ese el verbo apropiado, viejos paradigmas educativos que en su operación fueron rotos por el extraordinario acontecimiento sanitario, resultará no sólo improductivo, sino inconveniente y contrario a los propósitos de crear opciones de formación escolar adecuadas y apropiadas a las necesidades sociales y a las de formación integral de niños y jóvenes como ciudadanos pacíficos y solidarios, como fuerza laboral creadora, como constructores de nuevas visiones del mundo y de las sociedades.  

Son modelos educativos sin fundamentos justificables y abiertamente desfondados, cuyo único fondo es la fría oscuridad en el inmenso y abismal agujero en que han sido sumidos. Oscuridad que ha llevado a que muchos no vean esa oscura fosa pelágica en la que se precipita la educación. Sin embargo, son visibles y claros los propósitos educativos que los paradigmas formativos imperantes no atienden. Para quienes no ven la necesidad de la gran disrupción educativa o les es indiferente, la escuela es el país de las maravillas, un espacio mágico, como en los cuentos de hadas, donde los alumnos entran a un mundo de fantasía, se llenan de bienestar, viven y aprenden a ser felices por siempre, disfrutan de abundantes, ricos y nutritivos manjares para sus intelectos. Sin embargo, la dura realidad muestra que buena parte de ellos no gozan de ambientes dignos y adecuados para su formación, asisten malnutridos a las escuelas, con espacios físicos inhabitables, insuficiente financiación para su funcionamiento y carencia de medios didácticos actualizados y suficientes. 

Muchos todavía no ven, y tampoco oyen, el clamor que expresan con insistencia los más variados sectores de la ciudadanía que viven y sienten la improcedencia de los modelos educativos que ahogan inteligencias y hacen fenecer multitud de sueños y de legítimas aspiraciones. Los padres matriculan a sus hijos en escuelas, colegios y universidades para que crezcan en sabiduría, se socialicen, aprendan conductas ciudadanas y éticas apropiadas, crezcan en la autonomía cognitiva y moral y desplieguen un carácter fundado en el desarrollo pleno y sano de la personalidad. Eso se ha dicho y sostenido, pero esos modelos y las formas pedagógicas tradicionales, resecas con la impronta que les impone la tradición, no permiten alcanzar tan precisas y obligadas metas. 

La pandemia que padecemos trajo cambios súbitos en muchas prácticas escolares tradicionales mediante el uso de plataformas digitales para el aprendizaje remoto o en línea. Es destacable el hecho negativo, en todo el mundo, consistente en que  una porción grande de los  estudiantes no pudieron seguir su formación escolar al carecer de acceso en el hogar a los recursos tecnológicos requeridos, con el resultado de  pérdida de oportunidades de aprendizaje y de socialización con retrasos severos en la adquisición de conocimientos, habilidades y valores con efectos negativos que se reflejarán en todas las sociedades, entre otros campos, en la inclusión ciudadana y laboral. 

El retraso escolar se medirá en años, con la funesta consecuencia de que un estudiante al finalizar el bachillerato podrá tener el equivalente de al menos dos años de rezago en los necesarios y esenciales procesos formativos escolares. Esta consecuencia, con visos de trauma persona y social, vivida ya y previsible para el futuro cercano, pone en foco la urgente necesidad de evitar la «reinstauración» del paradigma educativo vigente, hecho que está en la mente de algunos y que no producirá efectos formativos generales ni tampoco los compensatorios deseados, por su carácter absurdamente continuista frente a la ruptura abrupta que introdujo el evento sanitario global. Resulta ser una mirada muy corta, lejos del análisis de las muy severas consecuencias en el retraso escolar generalizado, exigir para el resto del año escolar un «Plan de reposición del trabajo académico presencial con los estudiantes», de compensar las clases que no se «dictaron». 

Así, se demanda a los maestros cubrir contenidos faltantes y a los alumnos asimilarlos (o copiarlos para el examen), en lugar de diseñar y financiar estrategias pedagógicas a corto y largo plazos para minimizar y poner al día los procesos formativos afectados por la pandemia y, de manera especial, alcanzar la formulación conjunta y colaborativa de opciones creativas hacia un modelo educativo disruptivo. Bien se sabe que esos efectos negativos perdurarán por años y no bastará la «reposición» de horas» en un corto período de tiempo para subsanar el inmenso retraso y daños causados. 

Es difícil pensar que el mundo de la educación puede continuar en la próxima década igual que hoy cuando quienes están en los primeros grados de primaria finalicen su bachillerato, lo que sería catastrófico para ellos y para toda la sociedad. De continuarse con los mismos paradigmas educativos la incongruencia entre los procesos educativos, las necesidades sociales, las aspiraciones de niños y jóvenes y los requerimientos tanto laborales como para la buena ciudadanía producirán efectos negativos de alta magnitud, insatisfacción y resultados peores que los actuales.  

No se puede pensar, ni hay evidencia para sostenerlo, que la pandemia ha permitido generar disrupción escolar en los modos de enseñar y aprender, pero sí ha hecho mucho más evidente la necesidad de sacudir y transformar los viejos modelos educativos.  Lo que sí ha producido, en todos los lugares del mundo, es el ensayo nada fructífero de un remedo de los procesos formativos propios de los paradigmas tradicionales llevados de emergencia a plataformas de aprendizaje o a las formas híbridas del mismo; ensayo que en ningún caso se ha reflejado en avances positivos para los alumnos y la sociedad en general y que tampoco respondió  a un deliberado esfuerzo por implantar la disrupción deseada.  

Será claro que los importantes desarrollos en las tecnologías digitales forman parte de las disrupciones educativas, pero a la vez no será la mera introducción de ellas la que caracterice de por sí los nuevos paradigmas, aunque sí se tendrán en ellas un apoyo sustancial para las innovadoras formas de enseñanza y de aprendizaje. Existen ya, con fortuna, algunos desarrollos, avances e innovaciones en el mundo que muestran nuevos caminos, nuevos modelos, nuevos paradigmas para imponer una educación apropiada para estas sociedades y culturas del siglo XXI.  A este acápite sobre disrupciones pedagógicas me referirá en próximo artículo.