Por Gerardo Emilio Duque G.
Despavorido, pálido y aterrorizado corre el andrajoso. En sus manos lleva un botín: una pieza de fantasía arrancada del cuello de una niña que caminaba por las calles de la ciudad, para su infortunio se cruzó con el hambriento y desdichado raponero que arrancó la prenda de un zarpazo felino para huir con ella en sus manos. Conforme corría el sudor hacía de las suyas, en sus manos se borraba el baño amarillo que cubría aquella lata que acababa de robar.
¡Cójanlo¡¡Cójanlo ¡- Gritaba toda la muchedumbre.
Ese término es usado en la calle para recrear esa ociosidad malquerida, que despierta una especie de solidaridad absoluta y mancomunada que en consenso espontáneo genera una de las cacerías mas atroces al pobre ladrón infeliz.
Gritos, silbidos, ojos vidriosos y un pánico irrenunciable lo arrastran a lo que será su propia tragedia en manos de un voraz desahogo de pasiones reprimidas y desdichas acumuladas.
Inició la persecución a ese ladrón que como gacela iba esquivando cada uno de los garrotazos de un vigilante privado, de maltrechas prendas y botas desgastadas. Un guardia que se encuentra en la fiscalía denunciado por violencia intrafamiliar e inasistencia alimentaria, delitos mas graves que el hurto simple.
La escena es observada por reducidores y vendedores de mercancía robada que se encontraban en la esquina y quienes en lugar de esperar a que les llegara la misma tras el hurto, se sumaron al grito de COJANLO.
El gerente de uno de los bancos del territorio, usurero que exprime de manera indolente la necesidad de los más pobres también vociferaba COJANLO. El raponero pasó raudo por una casa de empeño donde la gente deshace sus sueños entregando sus cosas bañadas de recuerdos a cambio de una miseria que no les alcanza para recuperar sus propiedades y en donde el prendero de manera airosa se unía al coro y también gritaba COJANLO.
El ladrón siguió su recorrido y se cruzó por el bar en donde la prostitución y el vicio son los reyes; en donde en cuyas cajas registradoras, la rocolas y escote de la mesera se quedan los salarios y jornales de los trabajadores que desatienden a su familia y no se preocupan por nada en lo absoluto, los mismos que fueron a la puerta a gritar; COJANLO.
En un vehículo de placa oficial que se movilizaba casualmente por el lugar se encontraba un brillante ejecutivo de cuello blanco quien venia de cobrar una jugosa comisión producto de un grotesco acto de corrupción y que al percatarse de la macondiana escena se unió junto a su cómplice el conductor a la persecución para darle cacería al ladronzuelo que paso por la casa de vicio en donde el comercio de droga es un escenario dantesco, y así viciosos, jibaros y expendedores gritaban, COJANLO.
Al lado del vehículo oficial, en una camioneta ostentosa y lujosa un mafioso impune, comandante de un grupo al margen de la ley logra ponerle fin a la maratónica carrera llevada a cabo por el pobre ladrón quien exhausto, tembloroso y con ojos de condenado cae al pavimento donde lo observa una gran multitud de malandrines que se agrupan para proceder al linchamiento, así sacian su sed de venganza y rabia con el mundo, un policía corrupto, que recibe dinero de las vacunas de los locales comerciales, le pone su bota brillante en la cabeza y logra capturarlo.
El mafioso le implora al policía que por favor le deje montar al ladrón a la parte trasera de su camioneta, porque dice que odia a los delincuentes y se compromete con el oficial a dar cuenta de él a través de una práctica en la que es experto, el desaparecimiento.
En medio de este circo, todos aquellos que participan de la cacería aplauden, gritan y vociferan jubilosos celebrando el triunfo que la captura del ladrón le produce en sus miserables vidas y cuando el oficial conduce a nuestro pobre ladrón a la estación, todos los mencionados anteriormente vuelven a continuar con la rutina de su abominable maldad que les permite olvidar sus tragedias diarias pretendiendo ser justos, castigando los crímenes de los demás.
Existen quienes odian los ladrones u odian a quienes cometen un crimen, pero no logran ver mucho más allá de sus propias narices. No entienden que muchas veces es la desesperación de sentirse olvidados por el estado y la sociedad la que lleva a cometer actos de los cuales tendrán que arrepentirse siempre.
Se juzga con más rabia y clamor de venganza a aquellos que por hambre han tenido que robar o cometido actos ilícitos, pero se guardan silencio cómplice frente a los delincuentes de cuello blanco que día a día con la corrupción desangran mucho mas nuestro país. Decía Simón Bolívar “Pobres los ladrones pobres, porque son ellos quienes sufren la venganza y el odio reprimido de la sociedad”.
Días después aparece un NN asesinado en una zona boscosa de la cuidad simultáneamente una niña de un barrio cualquiera hija de un policía exhibe con orgullo la prenda.


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