19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Ciudades y ciudadanos Siglo XXI: Amigables, seguras con armonía entre deberes y derechos

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

https://paideianueva.blogspot.com/

En el siglo XX surgieron las megaciudades, hecho seguido por un crecimiento desbordado de las mismas, eliminando la posibilidad de contar con ambientes amistosos y saludables para la vida humana y para otras especies. Por el contrario, su crecimiento, siempre desordenado, ha superado los esfuerzos que en una u otra forma se hicieran para planear y poseer un desarrollo ordenado. Por el contrario, en ellas se acrecentó la pobreza en medio de barrios subnormales carentes de servicios públicos esenciales como salud, vivienda, agua potable y educación, situación que ha sido agravada con la contaminación ambiental, agudización de la violencia y la delincuencia, el desempleo, el arrasamiento de espacios de producción agrícola y de bosques, y la eliminación del hábitat de especies animales y plantas. Las ciudades han actuado como un espejismo que atrae a las poblaciones rurales, usualmente pobres, marginadas y excluidas.   

La desazón por la construcción de edificaciones y vías, asociada a un quimérico progreso basado en el cemento y obras faraónicas, ha destruido y puesto en riego el patrimonio natural, artístico, cultural, histórico y arquitectónico de las ciudades. La tendencia hacia el crecimiento poblacional de ellas continúa en todo el mundo en esta primera parte del siglo XXI, aunque existe una tendencia a que determinados sectores de la población emigren hacia la periferia de las megalópolis, hacia ciudades satélites más pequeñas o a las denominadas zonas peri urbanas. 

Dado el crecimiento de la población mundial, que para 2050 llegará a 9.000 millones de habitantes, se prevé que metas universales tan importantes como las del Objetivo 11 de los Objetivos de Desarrollo Sostenibleresultarán difíciles de lograr y en extremo arduo poder dar curso a la superación de las desigualdades e inequidades que se crean y mantienen en estas grandes urbes actuales.  En efecto,  ese Objetivo 11 fijó hasta 2030 la meta general de alcanzar ciudades más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles, y otras metas específicas como las siguientes: Asegurar el acceso de todas las personas a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y asequibles, mejorar los barrios marginales, reducir el impacto ambiental negativo per cápita de las ciudades, proporcionar acceso universal a zonas verdes y espacios  públicos también seguros, inclusivos y accesibles, mitigación del cambio climático y resiliencia ante los desastres. (https://rb.gy/0tr3lrhttps://rb.gy/zcvpf9). 

La desigualdad impera en las ciudades actuales, es una huella que arrastran consigo como si fuera de su esencia. Más de mil millones de personas en el mundo sobreviven en barrios marginales produciendo un crecimiento urbano incontrolado, con infraestructuras y servicios inadecuados, carentes de agua potable, de servicios de salud y de educación, en medio de los residuos contaminantes y de plagas precursoras de una variedad amplia de enfermedades que, con la rampante pobreza, disminuyen la esperanza de vida de sus habitantes. Ya se ha observado que el impacto de la infección por el coronavirus SARS-CoV-2 ha sido y será mucho mayor en esos asentamientos urbanos pobres y superpoblados, con sustancial incremento en los ya muy bajos niveles de pobreza, del hambre, el desempleo, la desescolarización de niños y jóvenes y el agravamiento de la desigualdad y exclusión de personas y grupos sociales marginados, y de aquellos  con variadas formas de discapacidad. 

Las megalópolis heredadas del siglo pasado fueron hechas para un predominio de los vehículos con motor (indicativos de prestigio y de poder social) y no de las personas, con consecuencias visibles en las dificultades agravadas de locomoción, la contaminación y deterioro del medio ambiente y en la salud de todos. El llamado progreso y la  búsqueda  de los gobernantes para posicionar el prestigio de ellas se ha medido,  en buena parte, por el número de vías nuevas pavimentadas, por nuevos y costosos puentes, con frecuencia inútiles, para asegurar que los vehículos puedan circular entre sectores de la ciudad, improductivos intentos que están lejos de lograr la circulación clara y segura de los ciudadanos, del goce  por estos de los espacios recreativos, de las distintas manifestaciones culturales o del conocimiento o reconocimiento de su historia. 

Las ciudades y megalópolis crecen sin piedad anulando sus zonas verdes, los parques son tomados o controlados por bandas delincuenciales y los habitantes llevan una vida en encerramientos de propiedad horizontal, custodiada por vigilantes armados, que se llaman con eufemismo «unidades residenciales», las cuales son más dormitorios con muy poca o nula interacción entre sus inquilinos y una forma de ganar alguna tranquilidad frente a los embates de la delincuencia. El encuentro, socialización y recreación en parques o clubes ha sido sustituido por las visitas a centros comerciales donde se puede experimentar algún mayor grado de seguridad frente a los acechantes delincuentes citadinos. 

Hoy resulta obvio que se requiere pensar en una ciudad siglo XXI que sea amigable con los ciudadanos, con el medio ambiente y que la movilización por vehículos automotores no sea el criterio central para tratar de alcanzar niveles, ya imposibles, de fluida movilidad para el desplazamiento de las personas. En la caótica y grave situación actual, dados los eternos embotellamientos de tráfico, se generan serias pérdidas de horas de desempeño humano y, por lo tanto, de reducción en la productividad, con la inmensa variedad de consecuencias adversas de distinta índole, entre ellas las de afectación a la salud.  

Las ciudades son hoy la mayor fuente de contaminación en el planeta y de las muertes derivadas de la contaminación ambiental y sus gases de efectos invernadero. En 2020 señaló Greenpeace   que cinco ciudades del mundo (Tokio, San Pablo, Ciudad de México, Los Ángeles y Shanghái) murieron más de 160.000 personas por contaminación ambiental con un costo de US $85 mil millones. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud informa que en el mundo mueren anualmente cerca de siete millones de personas (dos veces y media más que las causadas en 14 meses por el SARS-CoV-2) debido a la contaminación del aire; son muertes por enfermedades como cardiopatía isquémica, accidente cerebrovascular, cáncer de pulmón, neumopatía obstructiva crónica e infección aguda de las vías respiratorias inferiores en los niños. (https://rb.gy/9trcabhttps://rb.gy/qyl6gs).  

Es menester transformar las ciudades para que sean amigables con las personas y ambientalmente sostenibles. Esa ciudad será un espacio para la ciudadanía, la cual debe contar con múltiples espacios de interacción y participación ciudadana. La ciudad necesita ser construida como espacio social para la construcción de la ciudadanía, ella tiene que concebirse, con la participación de todos, en un sitio privilegiado para la armonía entre deberes y derechos. «Civitas», «urbe» y «polis» concurren de manera unitaria e inseparable. En la ciudad se aprende y se ejercita el civismo (en cuanto ambiente de la «civitas» para el sano  y solidario vivir en convivencia pacífica), la urbanidad (porque la «urbe» es construida y reconstruida por los habitantes, está llena de historias, conocimientos ancestrales, tradiciones, reglas sociales y valores culturales y naturales que deben ser preservados, transformados  o enriquecidos con el cuidado y con la participación de todos), y  también la «polis» (por el ejercicio libre y autónomo de la participación política en sociedades democráticas). 

La ciudad, con todos sus espacios naturales, culturales, históricos, incluidas sus instituciones educativas, es el espacio de lo público y, por tanto, espacio de organización social, de integración y de acción política. En ella se aprende a ser ciudadano con derechos, a ser un demócrata regido por deberes y valores universales, respetuosos de las leyes y de los derechos de los demás. La ciudad es el espacio para superar la incultura y para construir solidariamente el bien común. 

Las ciudades son para las personas y para una relación armónica con la fauna y flora que en ella vive. Fauna y flora merecen también su ambiente sano en la ciudad. Los proyectos formativos escolares requieren caracterizarse por incorporar a la ciudad como el ambiente de aprendizaje y laboratorio humanizante de la más especial importancia y significación, ambiente para aprender a vivir en la ciudad, a ser ciudadano y a construir  nuevas urbes, aprender nuevos modos de comportarse, de convivir en paz, de aceptar la multiculturalidad, de ser solidarios, de ser amigables con el medio ambiente,  cuidar la biodiversidad y dar salida a las más humanas manifestaciones de la creatividad y del espíritu humano.