
Por Carlos Alberto Ospina M.
Colombia vive uno de los momentos más complejos de su historia contemporánea. La gobernanza actual marcada por un afanoso carácter guerrillero y la narrativa de supuestos logros ha sumido la nación en un escenario, donde la verdad, está secuestrada por la retórica oficialista.
La comunicación gubernamental se ha sofisticado en virtud de la combinación de cadenas mediáticas, vocerías, influyentes prepagos, redes sociales y avisos plagados de cifras con letras grandes sin respaldo científico verificable. Petro se exhibe como un experto en diagnósticos que, cada semana, escupe un informe acompañado de gráficas con líneas ascendentes y uno que otro documento sobre el cumplimiento de las metas del plan de desarrollo. Sin embargo, al cotejar esos dictámenes con acciones concretas, la gestión se diluye en la inactividad y la decidida corrupción.
Todo junto se reduce a promesas de papel y ausencia de implementación. El Dane acomoda las cifras de pobreza y desempleo teniendo presente a los trabajadores por cuenta propia; es decir, el sector informal. De cualquier modo, el imaginario de un “mejor país” es un cuento sostenido por la repetición, y no, por los hechos.
En este contexto, la táctica de divulgación voz a voz surge a semejanza de mecanismo para desmontar la perorata de ciencia ficción que insiste en que las cosas marchan “muy bien”; cuando el panorama evidencia profundas fisuras en el orden social, económico, institucional y de seguridad. De aquí para allá, la importancia del diálogo cotidiano, el comentario en la plaza de abastos, el debate espontáneo en la sala de espera de la IPS, las frases cortas combativas, el mensaje directo que revela la distancia entre el relato y la experiencia; en suma, otras versiones para contrarrestar la arenga fabricada por las agencias estatales.
Lejos de ser endeble e ingenua dicha táctica personifica la esencia de la democracia deliberativa que no se traga el anzuelo. A partir del intercambio versiones y posiciones surge el verdadero juicio que se construye desde la experiencia y no, después de la imposición izquierdosa. En el transporte, las calles y los parques se demuelen las crónicas oficiales, a cambio de nuevos razonamientos que desafían la hegemonía discursiva.
Una de las promesas de campaña y hoy estandarte del gobierno ha sido la falsa lucha contra la corrupción. Basta con escarbar la superficie para encontrar los desfalcos millonarios, los contratos irregulares, los perfeccionados testaferros, el desmedido gasto público, el pacto de La Picota y el ingreso de dinero del narcotráfico a la campaña Petro presidente. A propósito, el Pacto Histórico y su líder se muestran como los paladines de la transparencia a pesar de hallarse salpicados por investigaciones que ponen en tela de juicio la credibilidad del denominado proyecto progresista.
Ya no convence el discurso del ‘golpe blando’ o el funcionario corrompido ajeno al “cambio”. La ciudadanía tiene sensores propios para identificar la corrupción sistemática que erosiona la confianza y mina el sistema político. Por el mismo estilo, se observa la estratagema de las cortinas de humo relacionada con el enemigo externo por una pequeña formación en el Amazonas que emergió en la segunda mitad del siglo veinte. La postiza determinación alrededor de la soberanía y las amenazas internacionales busca distraer a la opinión pública acerca de los escándalos internos, la violencia y la falta de resultados durante 3 años de ineptitud.
La esperanza reside en una ciudadanía activa, informada y dispuesta a tumbar las mentiras oficiales. La circulación voz a voz es el primer antídoto contra la desvergonzada manipulación y la representación impuesta. Las distintas soluciones se cimentan en la horizontalidad que busca recuperar la transparencia, la justicia en derecho, el cumplimiento de la ley y la auténtica democracia.
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