28 diciembre, 2025

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Cinco muertos, una pregunta viva: ¿tiene futuro la justicia y la democracia en Colombia?

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Por Jorge Mario Gómez Restrepo*

Colombia cierra otro año hablando de futuro sin resolver su pasado. En el discurso político se proclaman reformas, invoca cambios, promete justicia, pero sigue arrastrando las mismas preguntas esenciales. Tal vez por eso, para entender hacia dónde vamos, no basta con escuchar a los vivos. Hay que interrogar a los muertos. A los que fueron silenciados porque incomodaban al poder, al crimen o a ese entramado difuso que solemos llamar “régimen” y que nunca termina de desaparecer.

Si el país pudiera sentarse hoy en una mesa de balance democrático, cinco sillas deberían estar ocupadas por ausentes ilustres. Cinco muertos del último siglo que, aun sin voz, conservan una autoridad moral que el presente no ha logrado reemplazar.

La pregunta sería una sola: ¿cómo ven a Colombia en los próximos cinco años en términos de justicia y democracia?

Jorge Eliécer Gaitán no vería solo polarización. Vería algo más profundo y más grave, una ciudadanía que todavía no se siente representada. Décadas después de su asesinato, la distancia entre pueblo e instituciones persiste, ahora maquillada con ilusiones de participación, los discursos de cambio que rara vez se traducen en poder real.

La justicia, para Gaitán continuaría representando una aspiración postergada, accesible únicamente para ciertos sectores, distante para otros, y caracterizada por su lentitud en situaciones que exigen urgencia, así como por su flexibilidad cuando se requiere firmeza. Su cuestionamiento no sería de carácter ideológico, sino estructural ¿es la democracia colombiana actualmente más real o simplemente ha perfeccionado sus mecanismos para gestionar el descontento social?

Luis Carlos Galán no se sorprendería por la permanencia del crimen organizado en la vida política. Tampoco por su capacidad de mutar. Lo que probablemente le inquietaría es la normalización. El delito ya no siempre desafía al Estado, muchas veces convive con él, se filtra por contratos, elecciones y estructuras legales. Galán vería una justicia activa frente a individuos, pero tímida frente a sistemas. Una justicia que juzga hechos aislados sin desmantelar las redes que los hacen posibles. La pregunta incómoda seguiría en el aire ¿el narcotráfico perdió poder o simplemente aprendió a hablar el lenguaje de la legalidad?

Jaime Garzón Hablaría de la domesticación de la crítica. La judicialización selectiva de la palabra, la estigmatización, el uso del derecho y del ruido digital como mecanismos de disciplinamiento. Observaría un país donde se puede hablar de todo, pero no incomodar de verdad. Donde la verdad circula, pero se diluye entre las redes sociales, construyendo una indignación para ganar rentabilidad y promoviendo linchamientos simbólicos. Garzón preguntaría si en los próximos años la democracia colombiana tolerará la irreverencia, la sátira y la crítica radical, o si solo admitirá opiniones compatibles con el clima político dominante.

Carlos Pizarro representa una promesa que Colombia nunca terminó de cumplir, dejar las armas para hacer política sin pagar con la vida. Su asesinato fue un mensaje que aún pesa. Hoy, frente a los procesos de paz, las transiciones y la justicia especial, su mirada sería escéptica. En los próximos cinco años, preguntaría si el sistema realmente aprendió a integrar al contradictor o si sigue castigándolo, ahora de formas más sofisticadas. Vería una justicia de paz tensionada entre verdad, castigo y venganza simbólica, y lanzaría una pregunta ¿la democracia colombiana acepta al disidente como igual o solo lo tolera mientras no incomode demasiado?

Álvaro Gómez Hurtado no hablaría de gobiernos. Hablaría del régimen. De ese poder que no siempre se elige, pero siempre decide. De un sistema donde las reglas existen, pero se aplican con selectividad quirúrgica. Desde su perspectiva, el riesgo de los próximos años no sería un autoritarismo burdo, sino una democracia formal, con elecciones, pero con déficit de responsabilidad real. Una justicia fuerte en palabras, pero estructuralmente ausente cuando el caso toca fibras profundas del poder.

Si los cinco pudieran hablar juntos, no discutirían ideologías. Harían una advertencia, la justicia colombiana corre el riesgo de volverse predecible, no por su rigor, sino por sus límites.

El futuro inmediato no se decidirá en nuevas leyes ni en discursos de cambio. Se decidirá en algo más elemental y más difícil, si la justicia se atreve a incomodar al poder real o si seguirá administrando conflictos sin resolverlos.

Colombia se prepara para otro año de promesas. Los muertos no celebran calendarios, ellos preguntan si aprendimos algo, si la justicia dejó de llegar tarde, si la democracia dejó de ser un ritual vacío, y hasta cuando la sociedad está dispuesta a tolerarlo.

*Abogado Universidad Libre, especialista en instituciones jurídico-penales y criminología Universidad Nacional, Máster en Derechos Humanos y Democratización Universidad del Externado y Carlos III de Madrid, Diplomado en Inteligencia Artificial. Especialista en litigación estratégica ante altas cortes nacionales e internacionales. Profesor Universitario.