25 abril, 2024

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Ciencia y poesía

Jose Hilario Lopez

Por José Hilario López

En estos últimos años, ya prácticamente retirado de mi larga vida profesional, he estado tratando de entender las interacciones entre la ingeniería, las ciencias naturales y las ciencias humanas. Hasta ahora creo que tengo una primera aproximación a mi indagación: esa interacción no hay que rastrearla en las diferencias entre las anteriores disciplinas, por una razón para mi potísima: todo el conocimiento es producto de la cultura y, por tanto, la ingeniería, las ciencias naturales y sociales son una misma ciencia, una totalidad, conocimiento creado por el hombre en su afán incesante por comprender su relación con el mundo natural y con sus congéneres, vale decir que todo es ciencia humana. Pero me faltaba integrar la poesía en el un eslabón de la cadena, falencia que sin duda se debe a la timidez que me ha negado el goce de los misterios y fantasías que esconde el verso, la primera expresión del lenguaje escrito de los rapsodas griegos para relatar las tragedias de su pueblo, empezando por los cantos homéricos.  

El bello libro de Irene Vallejo, titulado “El infinito en un junco – la invención de los libros en el mundo antiguo” me está ayudando a salir de la confusión. La poesía no sólo está en el verso, ya que la prosa bien escrita también es un poema; las novelas y los ensayos como los mismos informes científicos y técnicos bien escritos, deben ser tenidos como parte del lenguaje poético.   Por tanto, los pocos libros de literatura en prosa y los muchos informes técnicos y científicos que han pasado por mis ojos, de alguna manera me han permitido asombrarme con la magia de la poesía. Por estos laberintos divagaba mi mente cuando me llegó un luminoso ensayo de la poetisa inglesa Ruth Padel, titulado “The science of poetry, the poetry of science”(la ciencia de la poesía, la poesía de la ciencia), que me ha animado a seguir trabajando sobre la conexión indisoluble entre la ingeniería y las ciencias de la vida, tema de mi próximo libro en proceso de edición por la Facultad de Minas – Universidad Nacional Sede Medellín. 

“La poesía se trata de sentimientos, la ciencia se trata de hechos. ¡No tienen nada que ver entre sí!», así empieza su libro Ruth Padel, recogiendo el sentimiento generalizado que muchos tienen en contra de la ciencia y mucho más contra la técnica, tales como el gran poeta inglés del Siglo XVIII John Keats, quien llegó a afirmar que “la ciencia cortaría las alas de un ángel (la poesía)». 

 Quizás la relación entre poesía y ciencia provoque pasión porque es paternal. La poesía fue la primera forma escrita como abordamos cuestiones, tales como ¿de qué está hecho el mundo y cómo llegó a ser? En los siglos VI y V a de C, los presocráticos reelaboraron estas cuestiones, escribiendo, a menudo en verso, sobre física, química, geología, astronomía, teología, metafísica y epistemología. La ciencia nació en la poesía. La epopeya de Lucrecio sobre los átomos, narrada en su libro “Sobre la naturaleza de las cosas”, continuó esta tradición. Lo mismo hizo el médico del siglo XVIII Erasmus Darwin, padre de Charles Darwin, cuyo poema «El templo de la naturaleza” esbozó una inicial teoría sobre la evolución, que más tarde desarrollaría su famoso hijo, siguiendo las formas de vida desde los microorganismos hasta la sociedad humana, en un intento por develar los secretos de La Naturaleza. Cuando William Harvey describió la circulación de la sangre, Abraham Cowley escribió «Harvey buscó la Verdad en el propio libro de Truth, / Las criaturas que fue escrito por Dios mismo». Como bien concluye Richard Dawkins en su controversia con Keats: (la poesía) “lejos de destruir la belleza, la ciencia la revela”  

La poesía y la ciencia tienen más en común que revelar secretos. Ambos dependen de la metáfora, que es tan crucial para el descubrimiento científico como para la lírica. Una nueva metáfora es un nuevo mapa del mundo. Incluso las matemáticas usan metáforas; y aquí es donde se unen formas más condensadas de poesía. John Donne lo concreto diciendo: “Un punto matemático es lo más indivisible y único que puede presentar el arte». Su letra utiliza la ciencia como imagen más que como exposición. Pero no como un mero adorno. 

“Las agujas de una brújula como metáfora de dos amantes, el alambique como el poder destilador del amor, no son sólo brillo superficial sino orgánico en los poemas: llevan el pensamiento y el sentimiento hacia adelante”. 

Charles Darwin moldeo su pensamiento científico con la poesía. El poeta John Milton, asimiló la teoría darwiniana sobre la pérdida de especies extintas, expuesta en “Sobre el origen de las especies”, a un “paraíso perdido”, y así tituló su gran poema. Pero más profundo incluso que la metáfora es la forma como la poesía y la ciencia llegan a una comprensión o ley universal a través de lo particular. Darwin construyó su teoría a partir de un escrupuloso enfoque en diminutas entidades concretas. Pasó siete años estudiando crustáceos antes de abordar el reto de proponer su teoría general sobre la evolución de las especies. Darwin y Milton llegan a lo grandioso y abstracto a través de la precisión. Los científicos y los poetas parten de los detalles. La poesía es lo opuesto a lo farragoso y vago. La poesía vaga es mala poesía, no es poesía en absoluto. La ciencia farragosa tampoco es ciencia. 

Cienciaen esencia, significa conocimiento: En la ciencia, dice Ruth Padel, “no se trata de hechos; se trata de pensar en hechos”. Del mismo modo, la poesía puede o no estar impulsada por el sentimiento, pero de lo que si trata, en esencia, es indagar las relaciones:“entre palabra y sonido, palabra y cosa, palabra y pensamiento, sonido y significado, palabras y otras palabras”. Asimismo lo hace la ciencia. Darwin se preguntaba constantemente sobre las relaciones de las formas orgánicas: en la tierra, en la piedra, en lo que sucede entre el trébol rojo y los abejorros, la orquídea y la polilla. 

Lo más profundo que comparten la ciencia y la poesía es, quizás, la forma en que pueden tolerar la incertidumbre. Tienen una modestia en común: no tienen por qué decir que tienen la razón. Cierto, quizás. O simplemente más cierto. «Un científico debería ser el primero en decir que no sabe», dijo a la Padel un biólogo especialista en tigres cuando le preguntó algunos detalles sobre el comportamiento del tigre. «Un científico avanza hacia la verdad, pero nunca llega». La humildad es la virtud del científico y lo debería ser también de los poetas, ya que ambos están apenas tratando de hacernos esta vida un poco más llevadera.