
Por Oscar Domínguez G
Tener sastre propio es como tener librero, siquiatra, cardenal o jíbaro propios. A la hora de tributar se llama Jesús Valencia, Jeval, su marca de fábrica. Es caleño de profesión, festivo a morir, da puntadas con y si dedal, y este 25 de mayo cumplió 82 abriles. No se las da de escritor, pero sale con unos textos del carajo. Lo pueden rastrear en “la” Facebook.
Nos conocemos desde finales de los años sesenta en el Chapinero bogotano cuando éramos ricos sin plata, felices y documentados a medias. Hoy, retirado del dedal, Chucho, o don Jesús, como le dicen sus clientes encopetados con toda razón, empezando por los nadaístas como el finado Eduardo Escobar y Jota Mario, se da el lujo de mirar los toros de la alta costura desde la barrera.
Confiesa que sus hijos mejoraron la talla que les puso. Con su mujer, envejecen con todo el sabor de la tierra vallecaucana, mirá, ve. No les duele una muela.
Sus vástagos están atentos a la jugada para no quedarse del último grito de la moda. O la inventan. Se ocupan de hacerles llegar los dividendos a su hamaca en Cali. El proletario Jeval de los setenta derivó en Valencia-Sartorial.com, una especie de multinacional de la elegancia.
En el campo del dedal y de la aguja, Chucho es la prolongación de mi madre quien con su máquina Singer nos confeccionaba las pintas con ventajita para que duraran harto. Y gratis, que es mejor. El último traje que me confeccionó Chucho es el que acompaña estas líneas. La foto me la tomaron en una droguería del barrio El Poblado, en Medellín, adonde fuimos a comprar un rollo de película para la cámara de retratar. Mi hermana que se casaba esa noche, ajena a las vanidades, no había tenido en cuenta lo de las fotos. Yo fui el improvisado paparazzi. Lo siento por el matrimonio…
Como la historia se repite dizque porque carece de imaginación, desde cuando marco con el siete adelante, han reaparecido viejas modas. Por ejemplo, los bombachos de mi niñez reencarnaron en bermudas. Con mis bombachos con resorte made in casa, no me cambiaba ni por Dior mano a mano.
Siguen su reinado las cargaderas que utilizo para que mis calzones no sigan “cuesta abajo en su rodada” en este ocaso que me respira en la nunca
Chucho y yo comíamos rico en la misma casa en el Chapinero bogotano. La exquisita sazón corría por cuenta de doña Lucía Reyes de Vasco, una ráfaga boyacense madre del fallecido restaurantero envigadeño Alvarito Vasco, creador del restaurante La tienda del vino, de El Poblado. Alvarito fue cliente de Chucho primero que yo. Siempre tuvo sastre propio. Yo tampoco.
Le atribuyo a las viandas que preparaba doña Lucía, el éxito de Chucho como hacedor de vestidos. Con el metro colgado del pescuezo, salía a la puerta a cazar clientes en la calle 53 x 17 donde tenía su garaje-taller. También doña Lucía tiene la culpa de la prosperidad sin plata de este “palabrotraficante” que soy yo (así me bautizó un colega chapetón).
Estos párrafos son un anoréxico homenaje a artistas del dedal como el sonriente Jeval que nos vistió a muchos “para podernos presentar decentes en la escena del mundo”, como dice mi pariente Gustavo Adolfo Claudio Domínguez, quien nos dejó colgados de la brocha a los de su primer apellido, y se pasó a vivir al Bécquer.
En Chucho, lector empedernido y cronista por amor-humor al arte de escribir en Facebook, homenajeo a aquellos nostálgicos sastres sin prestaciones y sin centímetros en la prensa que todavía llevan el metro en la nuca y una jurásica tiza en la mano para trazar rumbos. (Cómo no recordar el sastre de la película de Cantinflas que portaba este letrero en la espalda: Soy feliz porque me viste Ortiz).
Veo a los viejos sastres en sus garajes, fatigados pero felices, ganando el pan con el sudor de la melancólica Singer que solloza como si fuera un bandoneón.
Que san Homobono, italiano, patrono del gremio, les mejore la puntada y sobre todo la cuenta bancaria. Para los regalos, el día clásico de los sastres, modistos o estilistas, es el 28 de octubre para que lo apunten en un papelito.
A uno de estos sastres proletarios, también llamado Chucho, le cantó su hijo el poeta nadaísta Jotamario Arbeláez quien le debe sus mejoras hebras a su paisano Jesús: “Tú me diste las primeras puntadas de mi amor por la poesía”. El mismo Jota le escribió en algún cumplesantos a su sastre y paisano, estas líneas que suscribo al pie de la letra: Jesús mío querido, aquí estoy dándote mi abrazo por tu cumpleaños. Cada que escribo una página pienso cómo la gozarás. Mi maestro lindo. Bebo por ti.
(Líneas pasadas por el taller de remiendos y similares).

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