Gracias, atleta Caterine Ibargüen(foto), por probarnos hasta la saciedad que en Colombia no sólo ha estado sucediendo una tragedia política, no sólo ha estado pasando un hado político que tiende a sentenciar a quien trate de que esta democracia esté a la altura de la definición del diccionario. Celebrar a un deportista de acá ha sido, desde que yo tengo memoria, celebrar que alguien se haya sacudido el gentilicio “colombiano” como un adjetivo peyorativo. Celebrar a una deportista de aquí ha sido celebrar que este país, que lo devora todo, no haya podido con ella. Pero en el caso de Ibargüen, que creció en una pequeña casa para muchos en los años más violentos de Apartadó, Antioquia, pero detesta que ello la defina, es caer en cuenta de que Colombia puede volvérsele a uno una bruma y una excusa para anhelar una vida después de la muerte.
Ibargüen ya era la gran atleta colombiana de todos los tiempos, por los primeros lugares en los campeonatos mundiales, por la medalla de plata en los olímpicos de Londres, por la medalla de oro en los olímpicos de Río –siempre en la severa disciplina del triple salto–, pero el martes 4 de diciembre recibió de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo el premio a la mejor atleta del mundo”. (Lea el informe).
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