Por Oscar Domínguez G.
Nota: Joséluis, en mínima reciprocidad te comparto esta vieja carta a Sánchez Juliao en la que le comento su novela «Dulce veneno moreno». -En una ocasión me contó que tenía una foto del presidente Samper montando en elefante en la India pero que le pidió que no la compartiera por la metáfora del elefante al que es imposible no verlo en el jardín de la casa. (Y con esas amistades que le presentaste a tu hijo Federico, tenía que salir poeta).
Apreciado David:
Como diría el abogado de “Novienes Díaz”, “déjame decirte” que pasé unas horas muy gratas leyendo tu última novela “Dulce veneno moreno”. Y que no morí en el intento. Este devoto lector tuyo te está muy reconocido. No perdí el tiempo que es lo peor que le puede suceder a un lector porque ¿quién devuelve el tiempo perdido en una mala lectura? Es más, leí despacio el bien editado libro para que no se me acabara muy rápido. Y los subrayé a morir.
Novelista tenías que ser para sacarle semejante partido a cuatro güisquis entre Montería y Bogotá. (Casi te bebiste al franchute Yancló, como diría el Cholo. Pero al final pagaste una tanda. Buena esa.).
Leyéndote y mirando la carátula de la novela, estoy pensando seriamente regalar rosas de Francia la próxima vez que me meta la mano al dril en honor de mi “Catalina”. No regalaré peces sierra porque en mi vida he pescado nada. Es más, mi fuerte no es el pescado, ni el agua de río ni de mar. A mí el mar y el pescado me lo han podido dar en plata. O en bisté. Voy a Cartagena, por decir algo, y apenas saco la pantaloneta a ver tangas a la playa. A veces regresa a casa huérfana de agua salada.
La próxima vez que viaje en avión le podré más cuidado a mi compañero de silla a bordo. De allí puede saltar la liebre de una buena novela. O un buen cuento. O dos o tres tragos. (A propósito, también me hiciste recordar a Humphrey Bogart en Capablanca cuando le dice a su siquiatra etílico, el barman: “El mundo tiene dos whiskies de atraso”. Algo parecido dices en tu novela).
Claro que ahora que he empezado a buscar en el directorio teléfonico el número de los A.A. te cuento que prefiero el Jhonnie Walker Sello Negro, la etiqueta roja que les sirvieron a bordo. Pero ahora, de pensionado, apenas sí sé a qué saben el uno y el otro. La pensión alcanza para Ron Medellín, lo que no está mal, ni mucho menos.
Hasta el momento, me han tocado dos ilustres colombianos de compañeros de silla: uno de ellos acaba de besar doce pecuecudos pies en la Basílica de San Pedro: me refiero a “Nos” Alfonso López Trujillo, quién picará en punta en la carrera hacia el Papa una vez el peregrino Woytila desocupe el amarradero. Me tocó de compañero en un vuelo de Avianca entre Bogotá y Medellín. Me provocó preguntarle cuánto prestan en una prendería en el tremendo anillo que llevaba. “Hago del avión mi oficina”, me respondió cuando le pregunté si no le daba miedo volar tan alto. Y regresó a su diminuta letra en la que se ve que le faltó ternura de mujer en su niñez.
Otro que me tocó alguna vez de compañero de viaje fue el caballero que se hizo tomar fotos con elefantes a sus espaldas en la embajada de Colombia en Delhi. Si, me refiero a tu presidente Samper a quien entrevisté en el Foker presidencial ocho días antes de que entregara el poder, gracias a los buenos oficios del entonces ministro de Defensa, el entonces ministro de Defensa, Gilberto “Ratón” Echeverri Mejía. De esos vecinos no salieron novelas porque no tengo tu talento: apenas dio para mencionar al monseñor en alguna columna y para entrevista grande a Samper para Colprensa.
Todo está bien en tu novela, incluido el argumento: un francés mata a una paisana tuya, “graduada” de la Sorbona, porque se le fue la mano en arribismo. Alrededor de la historia, nos das una verdadera cartilla del hombre de mundo enrazado – enraízado, diría Jean Claude- en novelista, sociólogo, antropólogo y humorista que se esconde detrás de tu bigote libidinoso.
Ahora lo que no me gustó: no me gustó un francés – Jean Claude- que habla mejor español que Florence Thomas. Prefiero pensar que Jean Claude es un alter ego tuyo para “perdonarle” que hable tan bien esta lengua nuestra con la que nos ganamos la vida. Sólo se le chispotea el español en la página 161 cuando no encuentra la palabra que es y nos sale con “inequitable” para a tu tierra. (Espero que no te vayan a declarar persona no grata por cargarla la mano a tu gente cordobesa, pero la novela es la novela, y no jodamos). Tampoco me gustó que Jacques, el hermano de Yancló, hablara de “solicitarlo”. Aquí uno se lo pide a una dama y punto.
Otrosí, como dicen los abogados: me habría gustado más que Ludisbel se llamara Priscilla, por ejemplo. A un cachaco Ludisbel no le dice nada. Tampoco el apellido. Una morena que quería ser virgen hasta el final no merece llamarse Ludisbel.
Y como soy estudiante de francés, encontré algunos pecadillos que atribuyo a quienes levantaron el texto. Te los menciono, con tu venia, para futuras reediciones:
oh là là, se escribe así, sin guión y con acentos graves. En vez de misse-en-escena, mejor: mise en scène
David, es todo por el momento, de nuevo mis agradecimientos y felicitaciones y sigue montando en avión, algo que no hay que recomendarte porque sueles tener el firmamento por hábitat (iba a decir por cárcel pero me acordé lo que dice un amigo tuyo caribe de la esposa de tu colega Germán Espinosa: que tiene la mujer por cárcel).

                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    

                                        
                                        
                                        
                                        
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