Por Oscar Domínguez G.
Siempre me la he llevado bien con el sábado. Es como el puntico sobre la íe de mis apellidos. Encantado le gastaría motel o relajada agua aromática.
Es un día especial, discreto, agradecido, sin ego. No se parece a ningún otro día. No fatiga, no estresa, así uno lo esté trabajando. Se merece estatua o una condecoración de cuatro soles, excluido el que alumbra para todos.
Hay sábados en los que me da la extraña sensación de que no existo. Si el mundo se va a acabar por fatiga de metal sugiero que sea un sábado. Ni cuenta nos daríamos. En este sentido, tiene cierto tufillo a eutanasia. Mis nietos tienen bobo propio todos los días menos el sábado.
Gustoso me tomaría una selfi con él. Es un día relajado, zen, hecho para todas las formas de locha. Dios tiró la toalla ese día. El sábado pasa las 24 horas en la posición de la flor de loto. Oscila entre la algarabía del viernes y la zozobra del encopetado domingo al que el inameno lunes le respira en la nuca. Los gatos viven en estado de sábado perpetuo.
Cómo no amarlo si aprendí a escribir a máquina los sábados. Escribiendo me he ganado los garbanzos. Es la única habilidad manual que tengo. Nada de manejar carro, cocinar, barrer, trapear. Ninguno de mis 20 dedos se regala el ocio. A trabajar, vagos, les digo.
Es un día que no se parece a ninguno. Tiene cara de “yo no sé nada, yo llegué ahora mismo, si algo pasó, yo no estaba ahí”. El maestro Alexis García, técnico de fútbol ahora de mucho sabático, confiesa que utiliza el sábado para pensar pensamientos de esos que uno piensa cuando piensa. Cualquiera se va de sabático, jamás de” viernesático” o “juevesático”.
Su majestad el sábado es como un domingo de dos yemas. Jesús les notificó a los fariseos que lo “buliniaban”: “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. De ñapa, se atribuyó la paternidad sobre el sábado: “El hijo del hombre es el señor del sábado”. San Agustín hablaba de la paz del sábado en la tarde. El poeta Darío Jaramillo Agudelo no se quedó atrás y decidió que sábado y domingo son un solo día. Y los poetas son mentirosos que siempre dicen la verdad, según Cocteau, quien nació y murió la víspera de sábado.


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