
Por José Hilario López
Entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre del corriente año de 2024, se celebrará en la ciudad de Cali la COP16 sobre biodiversidad, donde nuestro país tendrá la oportunidad de mostrar la gran riqueza de sus ecosistemas que sostienen la vida en el planeta; de hecho, después de Brasil, Colombia es el país más biodiverso del mundo, lo que con pleno derecho le permite reclamar a las grandes potencias su contribución para conservar este gran recurso, con que nos privilegió Madre Naturaleza.
Por lo que he visto en la agenda de la Cumbre Ambientalista, Ciudadana Y Autónoma, evento paralelo a la COP16, no parece que allí se encuentre una ponencia específica, donde se discuta la importancia de los ecosistemas asociados al suelo orgánico, tema este que desarrollé con alguna extensión en mi libro (en edición) titulado “Cambio climático e impacto global. Un marco viable de transición energética para Colombia”.
El suelo orgánico conforma un ecosistema que cubre la mayor parte de la superficie no sumergida de nuestro planeta, el cual impulsa los ciclos del carbono, del nitrógeno y del agua, elementos estos vitales para la vida en La Tierra; además alberga una inmensa diversidad de microorganismos y nutrientes que proporcionan a la sociedad servicios vitales e invaluables, en primer lugar, los cultivos base de la alimentación de los humanos, así como de la fauna herbívora, fructívora….
La creciente población humana aumenta la demanda de alimentos, la que a su vez genera una presión insostenible sobre los suelos orgánicos. Tanto es así que, actualmente, hasta un 33% de la superficie terrestre se encuentra moderada o seriamente degradada por procesos erosivos, salinización, compactación, acidificación, así como afectada por la presencia de contaminantes químicos introducidos en los suelos por la acción antrópica, tales como abonos fosforados y nitrogenados. La salud de los suelos por fin está logrando llamar la atención en las políticas nacionales y mundiales, particularmente al ser incluida entre los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la ONU (ODS) como meta 15.3 (neutralidad de degradación de tierras).
Se estima que para el año 2050 la población mundial será de 9.000 millones de personas, y que para garantizar su seguridad alimenticia se tendrá que producir un 60% más de alimentos. Los campos agrícolas se están degradando de manera acelerada, en especial los suelos tropicales. Los terrenos degradados producen menos alimentos y almacenan menos agua y carbono, lo que hace más grave la inseguridad alimentaria e hídrica y, además, contribuye al calentamiento global. Los suelos almacenan las dos terceras partes del agua dulce del planeta, función ésta determinada por el nivel de materia orgánica en el suelo.
La biodiversidad y el carbono orgánico en los suelos son indispensables para el funcionamiento de los ecosistemas y determinan, en gran medida, la producción de alimentos, el almacenamiento de agua y la mitigación del calentamiento global. A nivel mundial, se estima que la biodiversidad de los suelos contribuye entre 1.500 y 13.000 miles de millones dólares anuales, como valor de sus servicios ecosistémicos. Sin embargo, las políticas públicas a menudo parecen desatender la urgencia de poner en marcha acciones para controlar la acelerada degradación de los ecosistemas asociados a los suelos agrícolas. Se estima que entre un cuarto y un tercio de los suelos agrícolas disponibles en el mundo están siendo degradados, con las consecuencias ya anotadas.
Las reservas mundiales de carbono orgánico en el suelo son superiores a la suma del carbono que se encuentra conjuntamente en la atmósfera y en la vegetación terrestre. La erosión del suelo hace que se pierda gran parte del material orgánico allí contenido, el cual al descomponerse en embalses, lagos y lagunas genera metano, el más activo de los gases de efecto invernadero (GEI). La degradación de los suelos y el cambio climático podrían reducir los rendimientos agrícolas y generar una disminución hasta de un 25% en la producción mundial de alimentos.
Para restaurar o preservar la biodiversidad y el carbono orgánico de los suelos se necesita aumentar los insumos de materia orgánica o reducir las pérdidas de carbono, o ambas acciones a la vez. Es particularmente importante mantener el carbono orgánico del suelo (COS) y siempre que sea posible, aumentarlo. En los suelos áridos, los contenidos de COS son bajos y cercanos al punto de inflexión, a partir del cual se hace imposible su restauración. Además, la restauración de terrenos degradadas puede resultar muy costosa, razón por la cual es preferible controlar su degradación desde un principio, adoptando prácticas sostenibles de manejo y protegiendo los paisajes agrícolas por medio de una gestión sostenible.
La gestión sostenible del suelo requiere inversiones costosas, en conocimientos, tecnología, equipos e insumos. Las políticas e inversiones públicas requeridas son indispensables para animar a los usuarios de la tierra a adoptar dichas prácticas. Parte integral de la solución consiste en premiar o incentivar, de alguna manera, a los agricultores por los beneficitos múltiples, la llamada “multifuncionalidad”, aportados a la comunidad por la gestión sostenible del suelo.
La Agenda 2030 de la ONU para el desarrollo sostenible pretende aumentar la demanda de tierras para generar seguridad alimentaria, hídrica y energética para la población mundial, así como para proteger la biodiversidad y mitigar el cambio climático, lo que evidencia la importancia del buen manejo de los suelos en las políticas ambientales y de desarrollo mundiales. La Meta 15.3 de los ODS, sobre Neutralidad de degradación de suelos, refleja la creciente toma de consciencia de que los suelos, y por extensión la biodiversidad y el carbono orgánico de los mismos, son bienes comunes en la práctica no renovables, que sustentan, en su más amplia expresión, el desarrollo humano sostenible.
Un reciente informe de UICN(1), titulado “Biodiversidad de suelos y carbono orgánico en suelos: cómo mantener vivas las tierras áridas”, establece que para lograr este objetivo se requieren medidas prioritarias, a saber: 1. Evaluar la gestión de los terrenos en función del suministro de bienes y servicios múltiples; 2. Reforzar las políticas y sistemas legales para permitir el aumento de la gestión sostenible de los terrenos y la restauración o rehabilitación de paisajes; 3. Mejorar los mecanismos locales de gobernanza que apoyen a los usuarios que realizan prácticas sostenibles de gestión de la tierra; 4. Reforzar la información sobre los terrenos para apuntalar la planificación y supervisión a nivel de paisaje; 5. Establecer un rango de servicios eficaces que ayuden a los usuarios de la tierra a adoptar prácticas de gestión sostenible y 6. Generar condiciones que faciliten la inversión privada en la gestión sostenible de los terrenos. Disponible en: https://portals.iucn.org/library/sites/library/files/documents/2018-004-Es.pdf.
En la siguiente figura se ilustran los servicios ecosistémicos que aportan los suelos orgánicos. (Gráfico)
Los suelos y sus correspondientes servicios y beneficios del ecosistema suelo orgánico. Fuente: UICN
(1) La UICN es la mayor y más diversa red ambiental del mundo, que aprovecha el conocimiento, los recursos y el apoyo de más de 1.300 organizaciones miembros. Proporciona a las instituciones públicas, privadas y no gubernamentales el conocimiento y las herramientas necesarias para que el progreso humano, el desarrollo sostenible y la conservación de la naturaleza puedan desarrollarse al mismo tiempo.

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