30 octubre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Bandeja de historia paisa en Bogotá 

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Ivan Guzman

Por Iván de J. Guzmán López 

De las mejores bandejas paisas que he devorado, esta es, sin duda, la más sazonada, completa y a satisfacción. No ocasiona llenura, no requiere sal de frutas, tampoco siesta para digerirla adecuadamente. Es una bandeja bien completa, si nos atenemos a que los tres relatos y un ensayo que la componen, son suficientes para un espíritu opíparo y exigente.  

El libro del exgobernador Fernando Panesso Serna, y el consagrado escritor y cuidadoso periodista Carlos Gustavo Álvarez, pereirano nacionalizado antioqueño (con notas sobresalientes) el primero; bogotano de pura cepa, el segundo, juntaron sus plumas para presentar a Colombia y al mundo lector, un exquisito, suculento y sabroso, plato histórico – literario, que da cuenta de manera amena, documentada y sabrosa (no falta el fino humor como aderezo delicado y necesario) para dar cuenta de la presencia antioqueña en la capital de la república, “la ciudad a la que llegó el antioqueño José María Sierra Sierra (el archiconocido don Pepe Sierra), un día de enero de 1887”. 

El libro, una edición cuidadosa de 302 páginas, cuyo contenido responde a 3 grandes capítulos: Historias de antioqueños en Bogotá, Antioqueños capitales, y, La nueva historia de la historia de Antioquia, con una encuadernación sobria y publicado bajo el sello capitalino Icono Editorial SAS, se hace necesario a todo historiador, gomoso de la historia o buen lector, que quiera disfrutar de un compendio de textos cortos, de dos o tres páginas cada uno, a manera de crónicas bien narradas, en un lenguaje elegante y limpio, que nos pinta a una Bogotá del año 1887, “que no estaba sitiada de puro milagro por los ejércitos liberales o conservadores, sino por la basura y el desaseo, y sobre ella gravitaba un olor a cloaca (a esta altura, no pude menos que recordar a la Medellín de Daniel Quintero), que los escritores describían en los periódicos de letra diminuta con el eufemismo proverbial de la época como «miasmas deletéreos»”. 

El primer capítulo, que describe el destino de don Pepe Sierra, al salir de su Girardota natal, en Antioquia, nos habla de su llegada a la histórica plaza de San Victorino (la que tan bellamente define mi admirado Álvaro Salom Becerra en su novel Al pueblo nunca le toca), misma que sintetizaba el caos y la pestilencia que representaba la capital, en especial para un visitante como el ilustre empresario paisa que entraba, entonces, “pisando duro” a Santafé de Bogotá: “cuando Pepe Sierra se apeó, lo recibió una legión de mendigos que esperaba a los viajeros al final de la calle del Prado o Alameda Nueva”, …  

“El 4 de noviembre de 1887, Pepe Sierra se presentó ante Julio Pinzón Escobar, notario 2º de Bogotá y abuelo de Carlos Pinzón, un hombre incansable apegado a la música, que un siglo después organizaría la benemérita Teletón, a través del invento mágico de la televisión. Quien tenía el aspecto campero de los enruanados que pululaban por la ciudad, actuaba como socio administrador de la firma antioqueña Eduardo Uribe U. & Cía. 

 —Usted es el negociante paisa que ha venido tres veces —le dijo el notario, ubicándolo en su memoria—. Y de quien ya se empieza a habar en la ciudad —le soltó, como invitándolo a contar historias. 

La respuesta de Pepe Sierra lo dejó pasmado. «Como el Decreto 452 del 5 de agosto del año pasado centralizó el manejo de algunas rentas —dijo, mientras su oyente abría los ojos—, hay que venirse a Bogotá para participar en los remates para Cundinamarca y otros de carácter nacional, y para tener acá los contactos que permitan hacer lo mismo en otros departamentos». Y acercándose a don julio sin tomarse ninguna confianza, concluyó mirándolo a los ojos: «¿Entiende entonces por qué me tuve que venir a la capital? En mi tierra dicen que esto es venir a pagar la cuota de centralismo». 

Se había presentado, definiendo su objetivo: remate de rentas… Como había hecho en Antioquia, Pepe Sierra orquestó en Bogotá movimientos maestros para apropiárselos”.  

Qué bueno que esta historia en particular, y este libro en general, que deja degustar esencialidades y atributos de la novela histórica, fueran leídos con detenimiento por nuestros congresistas antioqueños, para que entiendan que a Bogotá se va a pelear por nuestros intereses, y no para doblar la cerviz; jamás para ser “usados” por los bogotanos, hasta terminar con el vergonzoso calificativo de “bogoteños”, al servicio de otros, menos a los intereses de Antioquia.   

Este es el talante de Bandeja de historia paisa en Bogotá, lleno de recuerdos, datos, cuadros de costumbre, personajes antioqueños de la más pura estirpe, grandeza de antioqueñidad y de hidalguía, desbrozando caminos de prosperidad y respeto por Antioquia, desde los más oscuros y reticentes espacios del centralismo bogotano. Bandeja opípara para los antioqueños preocupados por la historia y obligados a respetarla, emularla y superarla, incluso. 

Me deleita la lectura de un periodista a carta cabal como Carlos Gustavo Álvarez, que ha tenido la rectitud y el profesionalismo de ponderar adecuada y verdaderamente el alma paisa; me honra la amistad del exgobernador de Antioquia, y coautor de este magnífico compendio de lecciones de historia y de escritura feraz, Fernando Panesso Serna, embajador de lujo de lo paisa en el mundo y, últimamente, de las letras antioqueñas, con el permiso de mi admirado Bernardo Arias Trujillo.  

Para cerrar este libro felicitario y oportuno, el coautor Panesso Serna, Miembro Correspondiente de nuestra Academia Antioqueña de Historia, presenta el texto: La nueva historia de la historia de Antioquia,  donde, al final, dice de Carlos Gustavo Álvarez, su compañero de andanzas literarias, y de los antioqueños sembradores de bienestar y progreso en otras regiones: 

“Es pionera, y hasta ahora singular, la experiencia de Carlos Gustavo Álvarez con Paisas en Bogotá. Hay ahí un camino inexplorado, pero eso sí fecundo y extenso, para indagar el papel histórico de los antioqueños en los periplos de vida de regiones, ciudades y acontecimientos, allende los linderos de este magnífico departamento, en Colombia y en el exterior. Justo ahora, leo el libro sobre la historia del empresario Adolfo Aristizábal Llano, nacido en el municipio de Santo Domingo, que en Cali construyó el que fue un monumento, el mejor hotel de Colombia: el edificio del hotel Aristi y Teatro Aristi. Bien podría hacer parte esta magnífica historia de un recuento nominado «Paisas en el Valle del cauca».      

Auguro éxito editorial a Bandeja de historia paisa en Bogotá. Cero indigestiones; gran alimento para la historia y el espíritu, y fortaleza para quienes nacimos en estas breñas, tan cantadas por nuestros poetas y admiradores. Es una lección para quieney aún no entendemos nuestro compromiso de grandeza, esfuerzo y trabajo para bien de la comunidad antioqueña, colombiana, y del mundo mismo, porque nuestra responsabilidad, ante situaciones tan espantosas como la venezolana, obliga que seamos “ciudadanos del mundo”, como lo pedía el sabio alemán W.V. Goethe.