28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Atrapados en el pasado

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez 

Para quienes se auto-declaraban “revolucionarios” el  calificativos al que más recurrieron para descalificar a quienes defendían el humanismo y criticaban la destrucción del patrimonio cultural fue llamarlos “reaccionarios“, estableciendo así una caprichosa  diferencia entre el progreso que supuestamente la revolución iba a traernos y un “caduco pasado” que era necesario eliminar para inaugurar un “nuevo orden”. De ahí el frenesí que llegaron a poner no para defender el conocimiento sino por el contrario, como lo demostraron con su radicalismo hacia lo que no seguía sus dogmas, haciéndolo por aquello que más les convenía: la difusión de la ignorancia.  Recordemos que reaccionario es quien reacciona   ante las arbitrariedades de las ideologías es decir quien cuenta con un criterio moral para no dejarse avasallar en este caso por el populismo. Ser reaccionario supone la capacidad de quedarse a solas y no plegarse a la estupidez generalizada tal como durante décadas ha venido ocurriendo en Colombia. 

A partir de la denuncia  de la JEP sobre 22.000 secuestros de las FARC –que en realidad serían 35.000-  por mucho que lo intentemos jamás podremos volver a ser los mismos en la medida en que, tal como pasó con el pueblo alemán ante el Holocausto, también  tendrá nuestra sociedad  que responder ante  esta hecatombe, rescatando la individualidad de cada víctima, trayendo al presente el horror que vivieron ante  monstruos como los que  ahora impunemente se sientan en el espacio sagrado del Congreso. “Cárceles del pueblo” llamaron las FARC y el ELN compitiendo en “eficacia revolucionaria” a unos huecos profundos en la tierra donde colocaban a los secuestrados siguiendo el ejemplo de la ETA para la “socialización del sufrimiento”.  

Los cuerpos de algunos niños y ancianos fueron encontrados con el gesto de terror que paralizó sus corazones al sucumbir ante esta afrenta. Y sin embargo a sabiendas de estas atroces muertes los rescates fueron cobrados.  

¿De cuál memoria colectiva hablamos, de cuáles falsos positivos cuando la tarea consiste en ir individualizando cada drama familiar, cada vida truncada? “El vacío de conciencia, el olvido y la voluntad de olvidar como golpe final propinado a las víctimas, a las que se culpa de los crímenes que se cometieron contra ellas, he aquí el acto demoníaco de eliminación de la memoria y sensibilidad humana” nos recuerda Bauman   

Al recurrir a una supuesta memoria colectiva previamente manipulada y no a la construcción racional que supone hacer la historia a partir de los hechos, lo que se logró por parte de esa izquierda cacreta, fue recurrir a un emocionalismo infantiloide que ha servido para que se banalice la dimensión de su violencia, el terrorismo, el narcotráfico. Y lo digo porque ya han comenzado a escucharse las exclamaciones de última hora de los oportunistas. “Me engañaron, yo nunca supe de los secuestros”. Lo que no saben quienes se dan golpes de pecho es que no puede haber vuelta atrás porque el falaz relato sobre “el guerrillero heroico”, “el revolucionario romántico” ha muerto definitivamente y el verdadero  juicio a esta maldad ha comenzado a hacerse fuera de estos tribunales de ocasión por parte de la verdadera resiliencia ciudadana capaz con su respuesta moral  de ejecutar unas sentencias que la farsa jurídica inventada por Enrique Santiago busca ignorar. 

Vuelvo a describir este claro ejemplo: “El Tiempo” fue el periódico que históricamente representó la causa de la libertad, defensa de la cultura plural. Este periódico desapareció cuando los restos de la familia Santos lo vendieron al Grupo Empresarial “Planeta Agostini” que lo transformó al formato del marketing  berlusconiano aplicado por otros periódicos en el mundo:  primacía de la noticias de farándula sobre las páginas de opinión, reducción del número de palabras en los artículos, frivolización de la cultura. Aparecieron Iván Cepeda, Piedad Córdoba como nuevos protagonistas y empezaron a jugar un papel estratégico los capciosos titulares de la primera página bajo el objetivo único de convertir al expresidente Uribe en el enemigo a destruir. Posteriormente Luis Carlos Sarmiento compró el periódico y lo puso al servicio de la campaña de Santos lo que permitió que la batería de noticias falsas, titulares equívocos, se aceitara mientras acusaba la crisis de lectores, incapaz de dar el salto al reto digital y al hecho comprobable de que su crisis no es la del periodismo sino la de un modelo empresarial que quiso acabar con el periodismo pensante.  

El santismo al plegarse por entero a las FARC cayó en un imperdonable error: aliarse con la barbarie, no atreverse a saltar el muro de la infamia, quedarse atrapado en ese vergonzoso pasado.