30 octubre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Atracciones turísticas

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Por Oscar Domínguez G. 

La Vitrina de Anato que se realizó en Bogotá me alborotó la tripa nostálgica por los sitios turísticos que frecuentaba cuando desembarqué en la capital de los cachacos persiguiendo el sueño bogotano. (En agradecimiento con la ciudad por los favores recibidos, propongo esta definición de cachaco: bípedo que primero conoce el mar en fotos).

Por pragmatismo, lo primero que hice fue convertir el frío en atracción turística. Y eso que llegué con una o dos mudas de ropa. Me calentaba con el clima que traje de Medellín, de donde había desertado. Bogotá era un eterno aguacero de pie (a diferencia del mar que es un aguacero acostado). Con razón el profesor Goyeneche proponía instalar una marquesina para escampar durante los días de lluvia. Merecía la presidencia.

Para los integrantes de la diáspora, la semana valía la pena por la llegada del domingo cuando asistíamos a espectáculos gratuitos en la Media Torta.  Sacado con espejito de mi querencia paisa, no tardé en hermanar el cerro de Monserrate con el morro Picacho, la carrera Séptima con la avenida Junín. Y como la nostalgia entra por el buche, pronto me familiaricé con restaurantes donde preparaban la segunda trinidad bendita que cantó Gregorio Gutiérrez González: frisoles, mazamorra, arepa.

Muchas veces las palomas del Parque de Bolívar me condecoraron desde “la comba altura”. Felizmente, las vacas no vuelan. Las palomas tampoco respetaban la estatua del Libertador. Me halaga saber que algo tuve en común con quien nació en “la infeliz Caracas”, como le decía.

Me desilusionó “un poco muy mucho” la ventana por la que se arrojó Bolívar en nefanda noche septembrina. Hasta un bebé podía deslizarse por allí en un pañal de pedal de la época.

Turista que se respete debe caminar por entre los fantasmas en el viejo barrio de La Candelaria. Me parece “ver” y oír el tiro que se pegó Silva en el sitio que le dibujó el médico Manrique. Valió la pena vivir solo por acompañar a Borges en su recorrido por la sede del Instituto Caro y Cuervo, calle diez arriba, hacia los cerros.

Para los forasteros, Inravisión de la calle 24 tenía el encanto irresistible de que nos permitía conocer actores. Mi parentela no me preguntaba si había conseguido puesto, sino a quién había conocido. Fui declarado héroe cuando conté que había visto a Alicia del Carpio y al padre García-Herreros serio como un salmo.

No tengo quejas de los bogotanos, ala, mi rey. Recorrer la ciudad entre la Plaza de Bolívar y la calle 26 tenía – tiene- el encanto de los paseos de día entero con sancocho de olla, pelota de números y pantaloneta en la cabeza.(Opinión).

Pie de Foto 1:Dibujo de un rincón del barrio La Candelaria, hecho por mi hijo Juancho, rolo el petacón. Como su hermana. Bueno, también tengo nieta nacida en esos pagos…

Pie de foto 2:Selfi de este bogoteño