26 octubre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Antioquia tiene un Día para homenajear al empresariado

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Por Gloria Montoya Mejía

Este 21 de octubre la Honorable Asamblea Departamental de Antioquia aprobó por unanimidad la creación del Día del Empresario Antioqueño, que se celebrará oficialmente cada 15 de noviembre.

Se trata de un hecho histórico para el departamento: por primera vez, Antioquia rendirá homenaje a las mujeres y hombres que, con esfuerzo, visión y trabajo, han levantado su economía y su cultura a lo largo de más de dos siglos.

La iniciativa nació en el seno del colectivo cultural Tertulia Hijos de la Montaña, una organización que desde hace cinco años trabaja por rescatar la memoria y el orgullo regional, promoviendo la conexión entre historia, empresa y cultura. La propuesta fue gestionada con entusiasmo y disciplina por los diputados David Ruiz y Mateo Escobar, a quienes expresamos nuestro mas sincero agradecimiento por haber creído en esta causa y llevarla con convicción ante la Asamblea.

El espíritu de esta celebración surge del reconocimiento de que la historia económica de Antioquia no puede separarse de su historia humana. Es la historia de un pueblo que, sin puertos ni capitales, aprendió a transformar la escasez en oportunidad, la montaña en camino y el trabajo en cultura. Desde los arrieros que forjaron rutas imposibles hasta los innovadores digitales que hoy exportan tecnología, Antioquia ha hecho del emprendimiento una forma de identidad.

El nuevo Día del Empresariado Antioqueño no será solo una fecha en el calendario: será un símbolo de gratitud hacia quienes convirtieron el esfuerzo en empresa, la necesidad en ingenio y el trabajo en legado. Será también una invitación a mirar hacia atrás con orgullo y hacia adelante con compromiso.

Cuando hablamos del empresariado antioqueño ante la honorable Asamblea, no llevamos un discurso económico ni político, por ello no hablamos de cifras ni balances, sino de historia, cultura e identidad. Hablamos de un legado que comenzó con un arriero en la montaña y hoy continúa con jóvenes emprendedores que, desde cualquier rincón del departamento, crean tecnología, inteligencia artificial, energía limpia, moda, diseño, finanzas digitales y música que conquista el mundo.

Hoy, Antioquia es el departamento que más empresas ha fundado en Colombia. Desde las cooperativas rurales hasta los conglomerados industriales, desde los talleres familiares hasta las startups tecnológicas, cada iniciativa es expresión del mismo espíritu que nos define: el del trabajo, la confianza y la creatividad.

El empresario antioqueño, como el de ayer, sigue siendo un soñador con la mente en el cielo y los pies en el suelo.
Quien funda una empresa no solo busca ganancia: busca transformar.
Quien genera empleo no solo paga salarios: crea equilibrio social.
Quien innova no solo piensa en el presente: proyecta el futuro que queremos construir.

Por eso, sí: Antioquia merece un Día del Empresario.
Porque en el corazón de nuestras familias late, en alguno de los nuestros, el alma de un empresario.

Mis palabras en la Asamblea

Honorable Asamblea,
Señoras y señores diputados,
Amigos de la empresa, del trabajo y del espíritu creador antioqueño:

Seguramente ayer, cuando nos fuimos a dormir, nos pusimos una piyama de Arkitect, Punto Blanco, Gef o Leonisa.
Y esta mañana, quizá, preparamos un café de La Bastilla —¡bueno, hasta la última gota!—, como solemos decir.

Habrá quienes tuvieron un poco más de tiempo y alcanzaron a calentar una arepa fresca, de esas compradas en la tienda, elaboradas por famiempresarios que recorren este departamento y madrugan a repartirlas y que, con su trabajo, sostienen a sus familias con esta delicia tan nuestra.

Abrimos la nevera y sacamos un quesito de El Zarzal, un poquito de mantequilla de Colanta, y disfrutamos un pequeño banquete mientras hervía un chocolate Corona o nos tomábamos una gaseosa Postobón.
Y, claro, ojeábamos El Colombiano, que hoy justamente no trajo las mejores noticias… pero igual, había que salir informados.

Quizás algunos, como yo, abrieron su billetera Mesacé o Vélez —esa que nos regalaron por el Día de la Madre, del Padre o de Amor y Amistad—, revisaron que tuvieran con qué batallar el día y, antes de salir, fueron donde la Virgencita, acomodada en algún rincón de la casa, alumbrada con velas de las fábricas San Luis, San Jorge o alguna de esas viejas fábricas antioqueñas que aún perfuman los hogares con su luz.

Allí, en silencio, le pedimos que nos cuidara, que protegiera a nuestras familias…
Y luego salimos, con el corazón en alto, a asumir el día y a encontrarnos todos aquí, en este sagrado recinto.

Y entonces es hora de contestar esta pregunta:

¿Por qué Antioquia debe tener un día para reconocer a su empresario?

Hoy les hablo desde el corazón —desde el mío, por supuesto, pero sobre todo desde el de la historia—, porque se dice que la “h” es una letra muda, pero no cuando se habla de Historia.

Vengo ante ustedes a respaldar la iniciativa de que Antioquia tenga un día oficial para rendir homenaje y gratitud a su empresariado: a las mujeres y hombres que, con coraje, visión y fe en el progreso, levantaron esta tierra desde la escasez hasta convertirla en ejemplo de desarrollo para Colombia y para América Latina.

Corría el año de 1793 cuando el gobernador español Francisco Silvestre, encargado de esta provincia, envió a la Corona un informe que aún estremece por su clarividencia. Decía:

“Esta provincia, que diera más oro a Vuestra Majestad que ninguna otra del Nuevo Reino, se encuentra exigua del mineral precioso, sin sembrados y sin trabajadores que la exploten. Cuenta con poco más de cuarenta mil almas; tiene esta tierra genios agudos, que con un poco de ayuda algún día podrían convertirla en la más próspera del reino.”

¡Y así fue! Ese fue el primer vaticinio del milagro antioqueño.

Porque el empresariado de Antioquia no nació en la abundancia, sino en la carencia. Nació del barro, del sudor y de los caminos de herradura por donde avanzaban los arrieros con sus mulas y sus pesadas cargas. Entre ellos estaba José María “Pepe” Sierra, aquel arriero que, sin más capital que su palabra y su disciplina, se convirtió en el hombre más próspero de su tiempo. Él representa a miles de antioqueños que, sin puertos, pero con hambre de futuro, conectaron la montaña con el país y con el mundo.

La mayoría de las empresas antioqueñas no nacieron de grandes fortunas, sino de la unión de recursos escasos y talentos diversos. La fuerza del grupo, la confianza y la cooperación fueron los verdaderos capitales de los abuelos fundadores. Por eso, la primera piedra angular del espíritu empresarial antioqueño es el valor de la carencia, esa capacidad de transformar la necesidad en oportunidad.

Así, una provincia rica en oro descubrió una riqueza mayor: el carácter.

De ese carácter nacieron las primeras grandes empresas, como la Mina de El Zancudo, en Titiribí, fundada en 1848, símbolo de visión y progreso. Bajo la dirección de hombres audaces como Coriolano Amador, del Zancudo se extrajeron metales, se formaron líderes, se financiaron escuelas, se trajo conocimiento de Europa y se enseñó a administrar e invertir en la propia Antioquia. Allí se aprendió que el progreso requiere recursos, sí, pero sobre todo talento humano.

De ese impulso nació, en 1887, con el liderazgo de los jóvenes Tulio y Pedro Nel Ospina, la Facultad de Minas, cuna de ingenieros que levantarían presas, túneles y puentes, forjando el destino industrial del país. Al mismo tiempo, la Escuela de Artes y Oficios dignificó el trabajo manual y enseñó que el arte y la técnica también son empresa. Allí aprendieron hombres y mujeres que el talento de las manos podía ser camino a la prosperidad, como lo demostró el padre del gran Alejandro López Restrepo, “el buen sastre de Medellín”.

De esa cultura del trabajo disciplinado y sin excusa emergió una historia luminosa: la de Clementina Trujillo Agudelo, mujer mulata y pobre —según su biógrafo, sin belleza según los cánones de su tiempo—, nacida en 1870 y conocida como la dama del comercio y la industria de Antioquia. Educada por las Hermanas de la Caridad Dominicanas, comenzó vendiendo pandeyucas y, con esfuerzo, abrió un pequeño almacén de telas que, gracias a su visión y constancia, se transformó en la cadena de Almacenes La Primavera, ejemplo del espíritu empresarial femenino cuando las mujeres apenas empezaban a abrirse camino.

El siglo XIX fue, entonces, un laboratorio de ideas fecundas, donde la pobreza se mezcló con el ingenio y el rebusque con la solidaridad. En ese escenario surge Pedro Justo Berrío, el santarrosano que comprendió que sin educación ni caminos no hay progreso posible. Fue él quien promovió la empresa para construir el Ferrocarril de Antioquia, ese camino de hierro que unió, como lo hacían los arrieros, las montañas con el país, y que aún transporta en nuestra memoria los mejores recuerdos del progreso antioqueño.

El segundo gran pilar del empresariado fue el trabajo conjunto. Prueba de ello es la Compañía de Instalaciones Eléctricas, considerada la primera asociación público-privada del país, que trajo la luz a Medellín a finales del siglo XIX. De esa unión entre municipio y empresarios nació la Empresa de Energía Eléctrica, origen de nuestras queridas Empresas Públicas de Medellín (EPM), fuente del desarrollo económico y social del departamento.

Y mientras la energía eléctrica iluminaba las calles, las ideas de hombres como Alejandro López Restrepo, en su obra La ciencia del trabajo, dieron fundamento ético al espíritu industrial antioqueño: el trabajo como ciencia, la empresa como servicio y el progreso como virtud.
Un hombre grande de Antioquia, el ingeniero Alejandro López, quedaría unido para siempre a la historia de las hazañas de nuestra tierra junto al también ingeniero-presidente Pedro Nel Ospina, pues juntos hicieron realidad la construcción del Túnel de La Quiebra, otro hito que conquistó la montaña y unió los sueños de Antioquia.

Historiadores como Víctor Álvarez, apoyado en la Cámara de Comercio de Medellín, documentaron cómo muchas de nuestras empresas más queridas surgieron en tiempos de crisis. Después de la dura Guerra de los Mil Días, en medio de la ruina y la pobreza, comenzó un nuevo siglo —el XX— que se abrió como una caja de Pandora llena de desafíos, descubrimientos y oportunidades. Ese contexto despertó en el antioqueño la urgencia de trabajar, crear y producir para sostener y mejorar la vida de su familia.

Ejemplos hay por cientos. El caso de John Gómez, nacido en Cisneros, es emblemático: llegó a ser el empresario con más registros oficiales de empresas en el siglo XX, pero de niño caminaba hasta Santo Domingo para hacer mandados y ayudar a su madre. Donde faltó dinero, sobró inventiva y trabajo; donde no había caminos, los arrieros los abrieron con hacha, machete y esperanza, y el ferrocarril aligeró nuestro encuentro con el país.

En las primeras décadas del siglo XX, Antioquia ya era la capital industrial de Colombia. Las chimeneas de sus fábricas marcaron el inicio de una nueva era: bancos, ferrerías, cooperativas, fábricas de alimentos, gaseosas, textiles, cervecerías, fósforos, molinos y fundiciones brotaron como los cafetales en las laderas.

En 1919, el periódico El Espectador, fundado por el antioqueño Fidel Cano Gutiérrez, publicaba con cierta ironía un comentario de los bogotanos:

“Ya no hay nada que no sea antioqueño: el fósforo, la galleta, la cerveza y la tela que se compran en la capital llevan el sello de esta gente emprendedora.”

Esa frase, que pretendía ser una queja, era en realidad un reconocimiento: Antioquia había conquistado la montaña y llevado su ingenio empresarial e industrial al país entero.

Así, con esa fuerza, la solidaridad en el trabajo se tradujo en cooperativismo. De allí surgieron organizaciones como la Federación de Cafeteros y empresas emblemáticas como Colanta, fruto de la unión de pequeños productores lecheros que, juntos, se hicieron grandes.

Por eso, cuando hablamos de un Día del Empresariado Antioqueño, no hablamos de cifras ni balances, sino de historia, de cultura y de identidad.
Hablamos de un legado que comenzó con un arriero en la montaña y hoy continúa con jóvenes emprendedores que, desde cualquier región del departamento, crean tecnología, inteligencia artificial, energía limpia, moda, diseño, finanzas digitales y música que conquista el mundo.

Hoy, Antioquia es el departamento que más empresas ha fundado en Colombia. Desde las cooperativas rurales hasta los conglomerados industriales, desde los talleres familiares hasta las startups tecnológicas, cada iniciativa es una expresión del mismo espíritu que nos define: el del trabajo, la confianza y la creatividad.

El empresario antioqueño, como el de ayer, sigue siendo un soñador con la mente en el cielo y los pies en la tierra.
El que funda una empresa no solo busca ganancia: busca transformar.
El que genera empleo no solo paga salarios: crea equilibrio social.
El que innova no solo piensa en el presente: visiona el futuro al que debemos llegar.

Por eso, sí: Antioquia merece un Día del Empresario.
Porque en el corazón de nuestras familias late, en alguno de los nuestros, el alma de un empresario.