19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Antioquia no tiene ideas para exportar más, pero está repleta de negociadores internacionales

Jorge Alberto Velasquez Pelaez

Por Jorge Alberto Velásquez Peláez 

En efecto, nos quedamos sin ideas para exportar, para convertir en realidad las intenciones que en palabras anuncian día tras día los empresarios, gremios, y gobernantes, respecto al futuro de las exportaciones regionales; nos quedamos sin ideas para que tantos programas y acciones publicitados a diario, ­los mismos del pasado con diferentes nombres, se conviertan en instrumentos de verdad útiles para vender más y recibir mayor cantidad de divisas, generar empleo y propiciar bienestar para los antioqueños.  

No existen ideas, de ninguna clase: ideas de empresarios que son quienes tienen los productos y deberían concebirlas en función de mayores negocios que les produzcan economías de escala, para la productividad y competitividad; ideas de dirigentes gremiales que aterricen en propuestas para el bien de las exportaciones sectoriales; ideas de gobernantes, encaminadas a la búsqueda de nuevas opciones para producir y exportar nuevos renglones, o ampliar las ventas externas de los ya existentes. Pues bien, ni empresarios, ni gremios, ni entidades que promocionan exportaciones, ni gobernantes, tienen ideas exportadoras, solo palabras, tomadas de otros que viven donde sí se exporta, o absurdamente de entidades gubernamentales nacionales, como Procolombia y ministerios de comercio y agricultura, cuyas palabras de uso mediático están desconectadas de nuestra realidad, y sin efecto alguno posible en la vinculación de nuevas apuestas productivas para el mercado global. Para decirlo de otra manera, no tenemos ideas para que Antioquia sea internacional, y tristemente debo reconocer que no tengo ni la más mínima idea de donde surgirán las ideas que necesitamos. A la deriva, navegamos por el mar de la globalización. 

Hay una frase escrita en la entrada del bloque número 4 del campo de Auschwitz. Es del poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y dice: “quien olvida su historia está condenado a repetirla”. Pues entonces propongo que olvidemos nuestra historia exportadora, pues quizás así recuperemos la pujanza empresarial que acompañó en las tres últimas décadas del siglo pasado, a los empresarios antioqueños, respaldados entonces por gobernantes que entendían la importancia de las ventas internacionales para el desarrollo económico regional, y para su contribución con la generación de empleo.  

“El Olvido que Seremos”, diría Héctor Abad, no debe ocurrirles a nuestras exportaciones pioneras. El sector textil y de confecciones era un gran referente colombiano en Latinoamérica, y nuestras empresas SÍ exportaban moda, además de otras que satisfacían requerimientos de exigentes compradores extranjeros de gran prestigio.  

Me refiero a Industrias El Cid, Everfit, y Caribú, entre las más destacadas; Leonisa (permanece y con éxito), y algunas más contemporáneas como Vestimundo. Ellas eran clientes naturales que complementaban la actividad exportadora de grandes textileras, como Coltejer, Fabricato, Tejicondor, Vicuña, Indulana, Enka, las cuales se sumaban a otras importantes empresas como Telsa, Colibrí, Fatelares, Polímeros, Hilanderías Medellín, y Satexco, entre otras.  

La marroquinería fue heredada de una gran empresa, Mesacé, por otras, como Cueros Medellín y Macel, todas grandes exportadoras de artículos de cuero, maletines y maletas de viaje; y también con cuero se distinguieron compañías como Grulla exportando calzado, o Muebles Scanform, con espectaculares muebles de diseño escandinavo.  

Hoy Antioquia no exporta un solo dólar en marroquinería. Metalúrgicas Apolo y Simesa representaban a las exportaciones metalúrgicas, Estra a las de juguetes plásticos, y Editorial Colina y Susaeta a la desaparecida actividad exportadora de artes gráficas. 

Nuestros empresarios fueron más aguerridos exportadores cuando todo fue muy difícil. Veamos: las distancias económicas eran mayores, pues eran pocas las frecuencias de los vuelos, y mayores las tarifas; hoy, China es un destino que se cubre sin mayores inconvenientes. Había que viajar para hacer negocios, pues no había internet y era casi imposible vender mediante telefax, término totalmente desconocido por las últimas generaciones. Pocos empresarios hablaban inglés, pero aun así alguien logró vender “dientes” en más de 50 países. 

Hoy es normal encontrar jóvenes que hablan mandarín, aunque para importar, pues nada tenemos para vender en China. Los mercados estaban restringidos con aranceles y cuotas, no había libre acceso a los mercados externos, y las importaciones de materias primas y de insumos en nuestro país resultaban muy costosas por las restricciones arancelarias y licencias. 

Hoy el mundo global es de total libertad. Todos los empresarios exportadores del siglo pasado fueron “empíricos”, mientras hoy la mayoría de jóvenes paisas estudian “negocios internacionales”, a sabiendas de que nunca realizarán un negocio internacional, y que las empresas exportadoras son cada día más escasas.  

No hay política de fomento exportador, y las entidades gubernamentales como Procolombia y ministerios de comercio y de agricultura, apoyan a quien no necesita que se le apoye, pues ya exporta; no trabajan en la identificación de nuevos renglones y sectores de la producción para el mercado global, así digan lo contrario en redes sociales.  

Y finalmente, los gremios no tienen cultura exportadora, y están plagados de estériles discursos.  

Sin considerar el odioso oro, las exportaciones antioqueñas de 2020 fueron inferiores a las de hace diez años, en 233 millones de dólares, y las de 2019, sin pandemia, en 129 millones; peor aún, la cifra de 3.133 millones de exportaciones 2020 (sin oro) arranca lágrimas si la comparamos con 4.734 millones de dólares exportados en el año 2005.  

“Hubo una Antioquia grande y altanera”, escribió el poeta Jorge Robledo Ortiz. Y, para terminar, pues no pretendo afligirlo más, quiero decirle que sin los renglones más básicos de las exportaciones antioqueñas (oro, café, banano, y flores), o sea, en los productos que corresponden realmente al área metropolitana, el año pasado vendimos tan solo 1.760 millones de dólares (en 2019, US$ 1.981 millones), 31% menos que hace siete años.  

Me entristece que la Alcaldía de Medellín en vez de buscar opciones que nos internacionalicen de verdad de acuerdo con lo que siempre hemos sabido hacer, ahora ignore esa posibilidad, según se deduce de esta frase de su Plan de Desarrollo: “Así como en el siglo pasado la imagen de Medellín eran el edificio Coltejer y los avisos que la iluminaban desde sus cerros tutelares como testimonio de la ciudad textilera que fuimos, en la era del conocimiento y para el siglo XXI, esa nueva imagen se plantea como un distrito de ciencia y tecnología, en donde Ruta N, los campus universitarios, las sedes de las nuevas empresas y las comunidades científicas y tecnológicas en todo el territorio, serán el motor de la nueva economía”.  

Para qué confecciones y agroindustria, ¿si quizás podemos fabricar aviones y naves espaciales?