19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Allá ellos desvergonzados sin conciencia

Claudia Posada

Por Claudia Posada (foto) 

Ojalá sea cierto que “los buenos somos más”, es un alivio creerlo; aunque cuando los relatos de acontecimientos crueles superan las buenas noticias, es difícil mantenerse en tal afirmación. Qué pesar de Colombia padeciendo tanta violencia, indisciplina social, rencores colectivos y falta de solidaridad que impiden disfrutar de sus bellezas naturales; tenemos variedad de climas, tierras fértiles, lindísimos paisajes, fauna y flora exuberantes, ubicación privilegiada al contar con mares de dos océanos, y entrañas generosas en riquezas tanto en sus aguas como en el subsuelo. 

Por los distintos tipos de violencias que azotan nuestro territorio, se sufren desplazamientos, amenazas, dolor y muerte; a la vez que se agudizan los conflictos regionales y subregionales que llevan a la agonía de pueblos y desintegran familias. Cuando se huye del campo a las ciudades en busca de refugio y subsistencia, se enfrentan otro tipo de incertidumbres que el desarraigo arrastra. Las brechas que crea la desigualdad –la que siempre ha existido y existirá- no deberían aceptarse sin hacer nada al respecto, permitiendo que alcancen cifras sin duda infames para cualquier sociedad. 

Mientras el país convulsiona por cuenta de un bichito invisible que se amaña entre gentes indiferentes a su presencia, el resto padecemos las consecuencias de la propagación incontrolable que crece por la insolidaridad de irresponsables que se creen libres de todo mal y peligro. Al interior de algunas familias aumentó la agresividad, en muchos hogares no hay recursos mínimos asegurados. A niños, mujeres y ancianos en manos de desalmados, les tratan sin consideración, lo mismo que ha aumentado el abandono a los animales de compañía. ¿Quiénes son los llamados a que se nos hagan un poco más llevaderos los días, semanas y meses de pandemia? No olvidemos que esto no va a terminar prontico.  

Aquellos que están creyendo que las juergas sin respetar normas, no afectan más allá de sus torpes mentalidades, y sus ilusos acompañantes de jolgorios, son los primeros llamados a regular su propio comportamiento pues están haciendo un terrible daño a los demás. Quienes se cierran a comprender que las circunstancias actuales de un mundo que está de cabezas, obligan a salirse de costumbres inconvenientes, mejor abran ventanas para que entre la provechosa luz del sol mañanero, pues es hora del discernimiento.  

Para algunos, cuyo automatismo los mantiene en zonas de confort convertidas en espacios de prácticas egoístas, el llamado es a recordar que la desvergüenza no deja dormir. Por nuestra parte, no dejemos coger ventaja al conformismo y menos a la depresión.  

Colombia y sus grandezas como país, son para provecho colectivo, no para su menoscabo. Se destruyen riquezas naturales que nos pertenecen a todos por el mal uso de los suelos, la minería ilegal, la deforestación, la sobrepesca y  extensas sabanas ganaderas; necesitamos los minerales pero no dañando los ríos; serían fuente de trabajo  nuestros mares, si tuviéramos la legislación eficaz que se respetara y la reglamentación celosa para un renglón de la economía que merece atención por parte de los legisladores y el gobierno mismo; necesitamos ganadería, aunque no, de ninguna manera, la extensiva pues es, justamente, lo que ha llevado en buena parte a la deforestación en América Latina, en donde Colombia con Brasil y Bolivia son los peores ejemplos.  

El uso de la tierra para ganadería desplazó los cultivos que fueron vocación campesina. Recuperemos nuestro entorno. Hagámoslo nosotros con verdadero sentimiento de amor patrio, hay mucha cháchara inútil que confunde en el campo y en las ciudades. Será grandioso hacerlo por los niños de hoy y las generaciones venideras que encontrarán en la historia del Covid-19 el impulso por la igualdad que Colombia requiere. No esperemos que sigan abusando del poder y la supremacía económica los que nada pierden con pandemia o sin ella, ellos son parásitos que se alimentan del Estado.  

La concentración monstruosa de la riqueza en unos cuantos, genera penurias, rabias, violencia, odios. Tal ambición es tan fuerte e incontrolable que ni los difíciles tiempos del Covid-19 pueden vencerla.  

Allá ellos, recuperemos para nosotros el poder del amor solidario y entusiasta. Nosotros mismos como ciudadanos de bien, somos los llamados a proporcionarnos y buscar el bienestar que nos merecemos.