23 septiembre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Alegría malsana

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Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M. 

Cada día inquietan más las conductas fanáticas que tienen la capacidad de sentir placer con el sufrimiento ajeno. A simple vista no se trata de un asunto marginal ni teorías inverosímiles, salvo las distintas formas de agresión que están en el centro del debate público.

Hace carrera dentro de las diferentes comunidades extremistas el fenómeno de schadenfreude que significada “experimentar un estado emocional positivo al presenciar la desgracia de otra persona, en contraste con la envidia, que implica una respuesta emocional negativa al éxito de otro” (sic – ScienceDirect, Neuroeconomía, segunda edición 2014). La sentencia en primera instancia a Álvaro Uribe Vélez produce la hilaridad de cizañeros profesionales, testaferros del narcotráfico, voceros de las organizaciones criminales, guerrilleros exentos de penas, autores de crímenes de lesa humanidad y uno que otro cómplice de la impunidad delincuencial. El orden de las cosas está invertido al mismo tiempo que refuerza la cultura de la ilicitud, la deshumanización y los antivalores.

Nadie discute la obligación de acatar las decisiones judiciales, los cuales admiten un riguroso análisis y un cuestionamiento a la luz del debido proceso, el fundamentado en hechos, la presunción de inocencia y la Constitución. Mostrar goce con una sentencia sin carácter definitivo pretende validar causas sospechosas y enviar una señal de éxito en la guerra simbólica por la hegemonía ideológica. A fin de cuentas, hace parte del pensamiento conspiratorio propio del radicalismo.

Los odiadores son expertos en certezas absolutas y narrativas cerradas con objeto de adelantar un plan maestro, donde ningún asunto es fortuito ni argumento de inocencia, excepto, su omnipresencia. Por un lado, presentan explicaciones sencillas a fenómenos complejos, haciéndose agua en la boca las reiteradas mentiras. Por otra parte, las leyes que repudian e incumplen sirven para demonizar al adversario político y probar sus acciones salvajes con razones inventadas.

La exposición extensa de una doctrina para que se haga más “creíble” o la sospechada revelación de la procedencia sin ponderación fáctica se evidencia en el refrán: “no aclares que oscure”, en razón a que la togada se enreda tratando de dar excusas para justificarse. De cualquier modo, el imputado pierde.

La falta de actividad funcional de algunos intransigentes los lleva a exponer la maniobra del autoatentado por Miguel Uribe Turbay o la simulación de ataques para obtener réditos políticos y mediáticos. Casa de locos ¡La bajeza es su vestido predilecto! Esta teatralización de la violencia cumple la función de lavarse las manos y paralizar al enemigo. Igual método es utilizado respecto a erosionar las instituciones y alimentar la espiral de desconfianza a medida que el Congreso niega ciertos proyectos o las altas cortes fallan en derecho contra las iniciativas del poder ejecutivo. En consecuencias, para los sectarios cumplir las normas es un acto de persecución y un ataque despiadado al gobierno.

Cuando el opositor se da un primer tortazo, nada definitivo, aplauden la supuesta hazaña y encienden el bombillo de la dialéctica legal. Esa alegría malsana durará por poco y de manera simultánea, el placer morboso acerca del revés de la otra persona, pues “a cada cerdo le llega su San Martín”.

Enfoque crítico – pie de página. A unos se les olvido que, tarde o temprano, Gustavo Petro tendrá que responder ante la justicia sin indulto ni ley de punto final, a causa de las múltiples violaciones de la ley que, hoy, se esconden debajo del tapete de la inmunidad. Para ello, no hay que cambiar de régimen, solo dejar que actúe independientemente el poder judicial. «Quien no quiere caldo, se le dan dos tazas».