8 diciembre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Al maestro, con “ñocari”

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Por Oscar Domínguez G. 

Como por estos días estuvimos de mucha celebración del día del maestro, evocaré algunos que intentaron “desasnarme”.

Todos llevamos un maestro, muchos maestros en el corazón. La voz maestro nos remite sin remedio a nuestras primeras letras. Merecen el rótulo de tales quienes en la escuela – después de mamá y papá- nos pusieron en contacto con esos amigos perpetuos que son las vocales y las consonantes.

La señorita Esilda Vahos Agudelo nos enseñó a juntas letras en su kinder del barrio Berlín,  Medellín. Como aplastateclas que se ha  ganado el pan con el sudor de sus falanges, estoy endeudado a perpetuidad con ella  pues me puso en el camino del periodismo, un destino en el que triunfé tan estrepitosamente que nunca conseguí plata. Su retrato me sonríe desde mi mesita de noche.

Don Bernardo Cardona, “Tomate”, maestro de segundo de primaria en la Escuela José Eusebio Caro, de Aranjuez (selfi), nos presentó amigos eternos como Pinocho, Peter Pan, Gulliver, Pulgarcito.

En el seminario, el padre Iván Vásquez, colega agustino del papa León XIV, nos enseñó a cantar el “Gaudeamos, igitur…”,  y nos encimó el canto gregoriano. Con san Agustín decía que el quid no está en tener mucho, sino en necesitar poco.  No soy ateo para no defraudar a quien casi me vuelve fraile. Además, mi madre me torcería un pellizco con su izquierda mano.

Todavía recito en latín de la mejor ley el Padrenuestro que nos enseñó el padre Rafael Castro quien tenía pinta, caminado y sonrisa de play boy. Fernando Hoyos y Óscar Villegas, todos agustinos, profesores de español, nos enseñaron a diferenciar un verbo de un pobre adverbio, una humilde conjunción de una altiva proposición.

Don Filiberto, profesor de filosofía en el liceo Manuel Uribe Ángel, de Envigado, MUA, tenía línea directa con Platón y Aristóteles. De Heidegger conocía hasta el grupo sanguíneo. Nos inculcaba tolerancia con esta “jurisprudencia”: Cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas.

El “Gato” Oscar, también del MUA, nos explicó tan bien la ley de la inercia a partir del billar, que muchos sabemos de carambolas, poco de física.

Don Nicolás Gaviria recibía en su colegio a los estudiantes maquetas de Medellín. No tengo claro si fue a él a quien le oí decir: Si el alumno no supera al maestro, fracasó el maestro.

“Dictadura”, hermano lasallista, daba geometría en La Salle, de Envigado. Con lo que nos enseñó el hermano Gilberto, aprendimos a descifrar el teorema de Tales, versión de Les Luthiers. Le debo una palabra misteriosamente bella: hipotenusa.

Alberto Monsalve hacía memorables las clases de anatomía porque les metía sicología y poesía. Por él supimos que “nos habita” un músculo llamado esternocleidomastoideo. Desde que lo supe, soy un poco más feliz.

El poeta Elkin Restrepo era el profesor de literatura en la U. de Antioquia. Calificaba por la capacidad de sus alumnos para inventar metáforas. Poco le importaba que no distinguiéramos entre una sinécdoque y la sota de bastos.

El chileno Jenaro Medina trajo la revista VEA a Colombia. Nos repetía este mantra: El periodista no tiene derecho a carecer de fuentes, ni a tener mala suerte.

Me enriquecí lícitamente en un taller del argentino Tomás Eloy Martínez. Enseñaba que más vale una mala crónica escrita, que una no escrita, y que el periodismo sirve para vivir (levantar para los garbanzos) y para la vida) (crecer interiormente).

El maestro Alberto Acosta, de Itagüí, Antioquia., fundador de noticieros de prensa, radio y televisión, y quien se proclamaba un “abuelo solitario”, no sacaba vacaciones. “No me crea tan pendejo: ¿pa’ qué que se den cuenta de que no hago falta?”. Agradecido muy, con todos ellos.