15 junio, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¿A dónde van los días que pasan?

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Por Oscar Domínguez (Foto).

Editorial Luna-Libros acaba de reeditar el libro “¿Adónde van los días que pasan? con prólogo del poeta Darío Jaramillo y epílogo de Óscar Domínguez.

Para convencerlos de la urgencia de meterse la mano al dril reproduzco ambos textos. Por favor, cómprenlo antes de que me agote. Está disponible en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

¿Adónde van los días que pasan?

Darío Jaramillo Agudelo

Nada más delicioso y deslumbrante, más poético y disparatado, que las cosas que dicen los niños de este libro. Podría decir que es un libro de poesía, pero no diría todo. En todo caso, el lector gozará cada frase y disfrutará de la euforia que comunican estas palabras de niños.

Desde hace varios años, los privilegiados destinatarios de los correos electrónicos de Óscar Domínguez comenzamos a recibir una serie de preguntas, respuestas y comentarios de niños. Individuos que están estrenando las palabras que nombran la realidad y que, a la vez, están estrenando la realidad. Convertidas en memoria mediante la compilación de Domínguez, lo que resulta está cargado poesía, de humor y de desenfado. Y su lógica, anterior a toda cartilla, supera a todas las cartillas.

Domínguez tiene oído para recoger palabras que se potencian por el solo hecho de escribirlas. Domínguez es reportero y se pesca la pertinencia del comentario de sus hijos o de sus nietos. Así, con la paciencia del reportero, él ha encontrado joyas en la red, ha recibido mensajes de gente –mamás, papás, maestros– que le cuenta las cosas que dicen los chicos. Domínguez tiene el oído alerta y así recogió los materiales de donde sale este libro, que ahora se ordenan por temas. Ah, olvidaba decirlo, Óscar Domínguez, quien ha publicado muchas de estas historias en el diario El Colombiano, era el tipo para hacerlo por su memoria, por la atención que les presta a los niños, por su olfato en la red, pero, principalmente, porque él tiene la gracia de no haber dejado nunca de ser un niño.

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Epílogo con sombrero

Óscar Domínguez

Un niño es como tener un Quevedo, un Borges o un Gabo gratis en casa las veinticuatro horas al día… sin que haya que cambiarles los pañales. Constantemente producen poesía de pantalón cortico, entendida como esas metáforas que van soltando los “menudos” a medida que crecen.

Son hermosas y sorprendentes las imágenes que estos bulliciosos de oficio desgranan sin el afán de verlas publicadas. Tiran el poema y esconden la mano. La gloria literaria no es su fuerte. Prefieren una muñeca que llora a un Nobel de literatura.

Hay una época de nuestra vida en la que somos inmortales y geniales sin excepción: la niñez. Con una frase somos capaces de cambiar el curso de un río. Y ni cuenta nos damos.

Para decirlo con Groucho Marx, los niños tienen en común que suelen nacer a temprana edad. Picasso soñaba con ser niño cuando estuviera grande… Rudyard Kipling afirma en su autobiografía: “Dame los primeros seis años de la vida de un niño; el resto te lo puedes quedar”.

“Desde muy niño tuve que interrumpir la educación para ir a la escuela”, contó el irlandés Bernard Shaw. El humorista español Gila los bautizó “locos bajitos”. El niño que hay en Serrat le puso música y voz a la expresión.

Los niños molestan, luego existen. Por ello, desde siempre, las madres les dan el chupo a sus hijos para ahorrar psiquiatra y poder dormir.

Viven siempre en domingo. Para ellos todos los días es 31 de octubre, día de las brujas. Son amigos de todos los dioses. Carecen de enemigos. Viven en FM. Dormidos, siguen despiertos. Los adultos creemos que hablan solos. Falso: no escuchamos a sus interlocutores invisibles.

Los mejores días los pasó el Niño Dios cuando andaba de pantalón cortico, lejos del estrés que le producirían después escribas y fariseos, la oposición de la época.

Padres y madres recientes y futuros deberían imponerse la tarea de andar lápiz o grabadora en mano para dejar en cinta esos poemas infantiles que son best sellers inmediatos entre los suscriptores del directorio telefónico familiar.

Este libro es de doble faz: de un lado, comparte perlas infantiles pescadas aquí y allá y, del otro, pasa el sombrero para pedir la limosnita de historias parecidas.

La idea de recopilar historias de bajitos surgió de la conversación de un nieto que le pregunta a su abuelo: ¿Abuelo, tú puedes sacar a Dios de un sombrero? Publicada la anécdota empezaron a llover anécdotas de ese corte.