
Por Claudia Posada
Todos los políticos hacen promesas de campaña, sinceras o no en todo caso son parte de los componentes necesarios para darse a conocer y “seducir”; hoy, el canal preferido para el objetivo son las redes sociales, éstas facilitan cobertura simultanea para llegar a todo tipo de sectores de la sociedad, y si lo que quieren es convencer a segmentos poblacionales específicos, también ahí tienen el medio propicio; antes de la Internet, el cara a cara sin duda les obligaba mayores esfuerzos y tal vez un poco más de sinceridad.
Pero otra cosa es estar ya en el ejercicio del cargo que logran conseguir, no pocas veces aquellos compromisos tambalean, padecen esguinces, tardan en caminar, o definitivamente no se cumplen porque los tropiezos a la hora de gestionar y ejecutar, evidencian las limitaciones propias de un Estado paquidérmico, enorme en burocracia, tramitología, ineficacia, plagado de inconvenientes que echaron raíces increíbles y no se compadecen con lo que se dice y creemos desde fuera.
Algunos funcionarios, en esa realidad, pecan por atrevidos en el sentido estricto de lo que es hacer lo que se les antoja, mientras otros pecan por la inseguridad en sus conocimientos, o el miedo a ser acosados por los que se mantienen ocupados en poner zancadillas. También se deja de respetar la palabra por no chocar con ciertas presiones. Ejecutar a la luz de la eficiencia, con responsabilidad y sentido ético, hace años quedó enredado en los tentáculos de las ambiciones desmedidas que buscan riqueza personal, poder económico, ascensión política, o figuración en la feria de vanidades ¡a como dé lugar!
Los electores lo sabemos, pero nos pueden más las ilusiones. Esperanzados en que “éste sí”, porque nos lo metieron en la cabeza sus amigos con intereses personales, o tal vez se supo posicionar en las mentes del electorado, o por convenimiento propio del votante, llevamos a cargos de elección popular, o a las corporaciones públicas, una diversidad de personajes que, a la hora del té, inmersos en las esferas del poder y las decisiones, entran al coro de las mentiras bien construidas para que todo siga igual o peor y traguemos entero. Esto no es nada nuevo, los diagnósticos por el estilo abundan, lo que falta es hacer lo que rompa el circulo vicioso. Tenemos el espacio desaprovechado por ciudadanos sin el conocimiento de las herramientas legitimas que nos da la Constitución para asumir el rol de partícipes activos en las decisiones que toman otros a quienes les dimos el poder de representarnos, pero abusan de él.
Opinar con vehemencia sobre lo que está pasando en Colombia, hace parte de la cotidianidad en medios tradicionales, como también bajo otras alternativas de divulgación espontanea, o desde las llamadas “bodegas” que son estrategia de manipulación; y así, desde luego, para las tácticas de defensa necesarias. En los pronunciamientos de afines a los gobiernos de turno y de los opositores por igual, el sectarismo sale a relucir sin ninguna vergüenza creando tendencias nada convenientes; opinadores equilibrados escriben bien intencionados, pero también aparecen otros con posturas amañadas; todo ello hace parte de las opciones para influir en la opinión pública; sintonizar a la sociedad con la aceptación o con el rechazo según el objetivo de detractores o de seguidores. De alguna manera las percepciones que originan las diferentes visiones del mundo de la política, permiten poco a poco el discernimiento tan útil para sacar conclusiones (que a veces los medios se adelantan a hacer maliciosamente) decidirnos, e identificar a nuestro criterio tanto a los bien pensantes como a los perversos.
Ojalá que lo bueno, lo conveniente a Colombia para este crítico momento del país, pueda ser realizado por el presidente Gustavo Petro, y que sean gestiones enmarcadas en sus promesas de cambio; ojalá la oposición sea más sensata y no se atraviese caprichosamente pues sin duda es Colombia la que sigue perdiendo en este caos de desinformación, mentiras, tergiversaciones y ambiciones. Ojalá los alcaldes y gobernadores puedan cumplir lo bueno prometido y sean rodeados con aprecio sincero por sus gobernados.
Ojalá las promesas del alcalde de Medellín Federico Gutiérrez, no muy concretas ni claramente identificables por lo expresadas de manera generalizada cómo problemáticas que nos agobian, lleguen a satisfacer lo que queremos de la llamada “recuperación de la ciudad” porque es claro lo que padecemos y nos fue recordado en campaña por parte de los candidatos de ese momento, cada uno desde sus prioridades. También a él, al mandatario elegido para regir los destinos de la capital antioqueña, hay que rodearlo; la experiencia de unos opositores que ni tiempo dieron de acabarse de posesionar Daniel Quintero, cuando ya estaban buscándole la caída, no la queremos repetir; eso tan desgastante aplica para el refrán aquel: “Ni hacen ni dejan hacer”.
Vale reiterar: Desde el ámbito ciudadano, desde la responsabilidad con relación a las obligaciones en el sector estatal, lo mismo que en el cumplimiento de los deberes sociales en lo privado, lo ideal es que cada quien haga lo que tiene que hacer con transparencia a toda prueba. Los diagnósticos ya están, emprendamos el tratamiento: Hagamos y dejemos hacer, sin malquerencias.
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