Hace mal Trump en agitarle las olas a un gobierno amigo que se mueve en aguas tormentosas y le toca capotear con un vecino que puede desestabilizar a toda la región.
Flaco favor le hace Donald Trump al presidente Duque, y a Colombia en general, atacándolo con un tufillo electorero por los pocos avances que él ve en la lucha antidrogas. Bien era sabido que Trump tiene un carácter inestable que lo lleva en cualquier momento a pasar de los elogios a las críticas; de hecho, el gobierno de Santos temblaba con la posibilidad de que una visita suya terminara en fuertes diatribas contra el pacto con las Farc, por lo que nunca le hicieron mucha fuerza a ese viaje.
Sin embargo, que su imprudente explosividad sea materia conocida ni lo excusa ni soluciona nada. Su actitud contrasta con la benevolencia con que trata al dictadorcito norcoreano Kim Jong-un, al que le hace por Twitter toda clase de arrumacos para abrirle paso a un tercer encuentro cumbre a pesar de que los dos que se han llevado a cabo han terminado en un chorro de babas.
Las excesivas ganas que le muestra Trump al líder de Norcorea, y a esa nación en general, podrían girar en torno a una sobrevaloración de su capacidad nuclear, que es irrisoria en comparación con la de cualquier superpotencia —sobre todo con la de los Estados Unidos—, pero que es muy útil para movilizar electores y reflectores, con premios y distinciones de mucho peso incluidos, pues no solo los presidenticos tercermundistas sueñan con nobeles. (Lea la columna).
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