Hace algunos años, en el auditorio del periódico El Colombiano, en Envigado, le escuché decir al publicista argentino Alejandro Formanchuk, que no había comunicación perfecta, afirmación, mínimo, temeraria, la cual originó en mí una reacción silenciosa, pero parece que fue tan notoria que el conferencista se percató y me preguntó, para no decir increpó: ¿para usted señor qué es una comunicación perfecta? A lo cual le respondí concretamente: una comunicación perfecta es aquella en la cual el emisor y el receptor le dan al mensaje la misma interpretación.
Cuando hablo de comunicación en la academia soy reiterativo y vehemente con la idea que solamente hay un tipo de comunicación, la perfecta, porque si la comunicación tiene ruidos, no es clara, se da a medias, el mensaje llega con distorsiones, equivocado, por lo tanto no se logra el objetivo. Es mejor que el receptor no reciba el mensaje a que lo reciba equivocado.
Por lo anterior siempre invito a mis oyentes y lectores a proteger, a mimar, a defender a capa y espada, el mensaje, que es aquella flechita que sale del emisor y llega al receptor, con su correspondiente retroalimentación. Ese mensaje bien construido, con claridad meridiana es el que origina la comunicación perfecta. (Lea la columna).
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