23 septiembre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

De dientes afuera

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carlos alberto

Por Carlos Alberto Ospina M.

Incontables personas rebuscan el sentido vital en las manifestaciones de rabia, frustración, resentimiento y odio injustificado hacia el prójimo que sabe distinguirse. Este tipo de género no precisa de ninguna motivación emocional para alterársele la bilis y suele hablar sin reflexión en nombre de una conjeturada mayoría.

Acuden con cautela a manera de táctica solapada en presencia de la autoridad legítima que, amparada en la constitución y el monopolio de las armas, procede a interrumpir la algarabía. Expertos en la maña editan las imágenes de eventuales desmanes por parte de la fuerza pública, descontextualizando los acontecimientos y victimizándose por cuenta del desconcierto ocasionado. Su núcleo silábico reside en fomentar la contienda y evadir la responsabilidad penal que trae consigo la naturaleza misma de los actos violentos.

El discurso del odio ha atravesado a muchos, y el profesar enojo, los reviste de un frágil poder de argumentación. De allí que, desde su perspectiva, casi todo admite juicio de responsabilidad, demanda de derechos en el ámbito unilateral y libertad de expresión en el idéntico enfoque, para una parte de la población.

Esta raza reclama la puesta en escena del debate sin contar con otros. Así mismo, alardea de tener consideración a las desigualdades sociales sin ser útiles ni examinar los actos propios. Según lo que se puede juzgar su conducta “moral” les impide asumir obligaciones y grabar en la memoria que hay gente que actúa de buena fe.

En su línea, el estado de perfección brota del caos no para mejorar la condición de mendigos, tan solo para cambiar de ámbito degradante. Cualquier coyuntura alimenta la fase de amargura e insatisfacción espiritual que, perturbada debido al embotamiento de la sensibilidad, busca otras sustancias más energúmenas.

Este enunciado sin linaje rescatable, amigo de la comodidad e incapaz de sostener un diálogo desapasionado, concreto, simétrico y pacífico, conoce a cabalidad los vericuetos de la evasión y la simpleza. Ser el acabose no implica mayor esfuerzo evolutivo.

Por eso, “las cosas son como son” sin posibilidad de impugnar la opinión ajena. Ellos no prestan atención, es más, solo quieren exhibir la doctrina y las antipatías, desfavoreciendo el valor relativo de las demás ideas.

El ejercicio ciudadano de la deliberación erosiona la confianza de los intransigentes y amplifica la aspereza de sus acciones. La capacidad de obrar acaba con el odio y reivindica la libre expresión del pensamiento.

Enfoque crítico – pie de página. Los desaciertos de otros son cortinas de humo que pretenden tapar la corrupción, y las torpezas de ellos, son calificadas de mera incomprensión de su “inmaculada probidad”. El sentido del ridículo está de moda.