Por Luis Carlos Correa Restrepo (foto)
Los humanos pensamos más en relatos que en hechos, números o ecuaciones, y cuanto más sencillo es el relato, mejor.
Cada persona grupo y nación tiene sus propias fábulas y mitos.
Pero durante el siglo las élites globales en Nueva York, Londres, Berlín, y Moscú formularon tres grandes relatos que pretendían explicar todo el pasado y predecir el futuro del mundo: El relato fascista, el relato comunista y el relato liberal.
La Segunda Guerra Mundial dejó fuera de combate el relato fascista, y desde la década de 1940 hasta finales de 1980 el mundo se convirtió en un campo de batalla entre solo dos relatos: El comunista y el liberal. Después el relato comunista se vino abajo, y el liberal siguió siendo la guía dominante para el pasado humano y el manual indispensable para el futuro del planeta, o eso es lo que parecía a la élite global.
El relato liberal celebra el valor y el poder de la libertad.
El relato liberal reconoce que no todo va bien en el mundo, y que todavía quedan muchos obstáculos que superar.
Gran parte del mundo está dominado por tiranos, e incluso en los países más liberales muchos ciudadanos padecen pobreza, violencia y opresión.
Pero al menos sabemos qué tenemos que hacer a fin de superar estos problemas: conceder más libertad a la gente. Necesitamos proteger los derechos humanos, conceder el voto a todo el mundo, establecer mercados libres y permitir que individuos, ideas y bienes se muevan por todo el mundo con la mayor facilidad posible.
Los países que se apunten a esta marcha imparable de progreso se verán recompensados muy pronto con la paz y la prosperidad. Los países que intenten resistirse a lo inevitable sufrirán las consecuencias.
No es extraño que las élites liberales que dominaron gran parte del mundo en épocas recientes, se hayan sumido en un estado de conmoción y desorientación. Tener un relato es la situación más tranquilizadora. Todo está completamente claro. Que de pronto nos quedemos sin ninguno resulta terrorífico. Nada tiene sentido. Un poco a la manera de la élite soviética en la década de 1980, los liberales no comprenden cómo la historia se desvió de su ruta predestinada, y carecen de un prisma alternativo para interpretar la realidad.


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