Por Oscar Domínguez G.
Practican el verbo servir y se olvidan del resto. Es la ética y estética de su destino, como las abuelas les decían bellamente a los oficios.
El médico está al principio de la vida con el obstetra o con “manos brujas” la comadrona que nos recibió a muchos. Al final de la travesía, al galeno lo define la lotería del azar. Ya no son obstetras, ginecólogos, pediatras, sino cardiólogos, oncólogos, endocrinólogos, neumólogos, reumatólogos, odontólogos, gerontólogos, ortopedistas. Algunos cumplen a rajatabla aquello de que el buen médico acompaña a sus pacientes hasta la tumba.
Lamento no haberles dejado demasiados vales como activista de la prepagada y de la EPS. No es por tacañería sino porque soy aliviado de oficio y prefiero no hacerles perder tiempo. A veces me alivio cuando entro al consultorio. Me alegra ver las paredes ametralladas de diplomas. Si es en otro idioma, este arribista se alivia más rápido.
Llega el instante en que vamos más al consultorio que al bar. Envejecer -o ennietecer- es cambiar de médicos. Son las implacables reglas de juego.
Valencia es el apellido del primer médico que retiene mi disco duro. En los años cincuenta Valencia llegaba a mi casa encorbatado, solemne, misterioso, sabio, lento, amable siempre, con una sonrisa beatífica. Era como si llegara el papa de Roma.
Ese día en casa mamá Geno, consumidora de la Pomada Peña, nos ponía la pinta de pontificar previo baño con jabón de tierra y expurgada de las mechas para que no fuera a saltar ningún intruso. Lucíamos pantalones bombachos con cargaderas confeccionados por la Coco Chanel doméstica; que no falten zapatos negros de pontificar, medias y camisas blancas, y agua de San Joaquín que mantenía el pelo más tieso que mano de santo.
Valencia – así le decíamos a sus doctas espaldas- irrumpía cuando fracasaban los menjurjes maternos. ¿Que no hicieron efecto las yerbas, el mentolín, el mejoral, el alcohol, las babas maternas con sal? El médico aparecía de la nada porque en casa no había teléfono.
De un bolso diminuto como de actriz del cine porno, el colega de Hipócrates de Cos y de Galeno, también filósofo, sacaba artefactos exóticos que le decían cómo andaba la muchachada de las lombrices y otros bichos. Como médico familiar le tocaba mirar todo el mapa clínico del sujeto. Nada de parcelar o incorar o repartirse al enfermo con otros colegas. Aprovechaba para atisbar al resto de la culecada. Todo por el mismo billete.
Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento de los años, Valencia me recuerda al médico Cameron, protagonista de la novela “Las aventuras del maletín negro”, de A.J. Cronin. Cameron les agradecía a los pacientes que le confiaran sus achaques.
A veces nos aliviábamos con su sola llegada. Bueno, salvo mi hermanito Alberto que con su temprana partida nos dejó devastados como dicen las actrices de cine cuando se divorcian de su tirano de turno. Una bronquitis capilar (?) sacó de la circulación al más taquillero de la camada. Y eso que paró el reloj antes de cumplir dos años. Mi hermano Albertico sonría y nacía una estrella.
De nuevo, gracias a todos los bisturís de la parroquia y al resto del personal médico que se desvela por nosotros. Y felicitaciones en su día.
En una efemérides del 3 de diciembre le envié unas líneas a uno de los médicos que me tienen en circulación. En él les doy las gracias a todos sus colegas y demás profesionales de la salud. Como no le gusta la figuración, me referiré a él por el apodo que le puse:
Bisturí, salud.
En el día del médico me haces el favor de recibir mis estrepitosas felicitaciones.
No sé a qué médicos está dirigida la efeméride. Pero sea el que se sea, felicitaciones por la entrega. Me consta en carne propia. Y en las de personas próximas a mis aurículas y ventrículos.
Me consta también que cuando dejas tu ciudad nartiva y vienes por estos pagos paisas, siempre estás pendiente de tu tribu de averiados.
En tu tableta llevas a todas partes el listado de achaques de los pacientes, principalmente de edad avanzada como nos dicen a los viejos. Y si en un momento dado alguno te llama, te olvidas del tango que está sonando, y procedes a despachar la consulta por guasá. De paso le recuerdas las veinte pepas que se tiene que empacar y a qué hora… No viniste a guardar tus conocimientos. Tampoco esperas reciprocidad distinta a la de servir. Como el médico de la novela de Cronin, mencionado antes, les agradecías a tus pacientes que pongan sus vidas en tus manos.
Esta mañana volví al libro Memorias de Adriano y releí esta frase que me impresiona en su sencillez y profundidad: «Es difícil seguir siendo emperador ante un médico…». Ustedes tienen la sartén por el mango de la vida.
He tenido dos maricaítas pero las saqué a bisturí ventiao. Bueno, las sacaron ilustres colegas tuyos: cáncer, una palabra grave, según Les Luthieres, y culebrilla. Por lo demás, me ha ido bien con esta maquinaria que es mi cuerpo de 80 años que evidencia fatiga de metal, pero dentro del cual ejerzo el oficio de estar vivo.
El memorioso doctor Alzheimer siempre olvida recordarnos que el 3 de diciembre es el día dedicado a ustedes. Imperdonable.
Felicitaciones y en tu día me clavaré un aguardiente a tu salud y a la de todos los de tu cuerda hipocrática.

Pie de foto: Rosas para los médicos (Óleo de Gloria Luz Duque)


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