Por Oscar Domínguez G.
Son aves fénix que resucitan de su último apagón. Parpadeo de la noche. Estalactitas de luz. Cuando Dios dijo: «Hágase la luz», un cocuyo hecho gritó: «Abran paso que ahí voy yo». En otras palabras: en el principio fue el cocuyo. Estos pavos reales de la oscuridad son también semáforos del
campo que no pagan Iva por consumo de energía. Son vanidosos a morir: no salen de día porque pasarían inadvertidos.
Colibríes noctámbulos caminan en la noche alumbrándose a sí
mismos. En el día se aburren como luciérnagas machos y agotan la
jornada cargando baterías por cuenta del cocuyo mayor: el sol, del
que se convierten en feroz competencia durante la noche. Es más: no les gusta que el sol les oculte el ídem.
Las luciérnagas machos o «luciérnagos», son cucuyos estériles en
la medida en que la luz la ponen las luciérnagas hembras.
“Lintérnagas”, las llamó una niña cuando los conoció a los cinco años.
Es imposible el matrimonio entre un cocuyo y una luciérnaga por
aquello de que perro no come perro.
Un cocuyo es una central hidroeléctrica en miniatura, su logotipo con alas. La diferencia radica en la infraestructura: las hidroeléctricas sudan petróleo, ingenieros, obreros, tienen que aconductar represas, domesticar el agua, utilizan tecnología sofisticada para producir el milagro de un kilovatio. El cocuyo espera que llegue la noche y sanseacabó el carbón.
La sala de máquinas de los cocuyos donde nace la luz, son dos
manchas amarillas alrededor del tórax. He ahí toda la infraestructura.
Cuando llegó la luz a ese pequeño pueblito, se disparó la tasa de desempleo de cocuyos.
Donde alumbra un cocuyo la noche se apaga un poco. Los
cocuyos son la onomatepaya sin ruido de la oscuridad.
Son hipótesis de kilovatio. La tragedia del
kilovatio radica en que jamás podrá ser un cocuyo. La frustración del
cocuyo es que jamás podrá vestir el traje de luces para desfilar por
la pasarela de los cables de alta tensión.
«Vibración de cocuyos que con su luz, bordan de lentejuelas la
oscuridad», les cantó Agustín Lara en su «Noche Criolla», que se
pelean por interpretar mejor, Toña La Negra y el inquieto
Daniel Santos.
Si los días fueran más largos, los cocuyos se morírían de tedio.
La noche es la sal de sus vidas.
Un solo cocuyo no hace el verano… de luz. Pero la cocuyamenta
toda encendida, le provoca envidia, estrés y celos al sol.
En huelga de cocuyos caídos, la noche es bellamente negra como
músico de pelo quieto (corto y rizado) del caribe. El cocuyo no admite vocales
distintas a las que tiene para evitar cacofonías de luz en la noche.
Estos suspiros fugaces de luz son alquimistas que convierten la
noche en gotas de luz.
Si Diógenes hubiera conocido los cocuyos no se habría comprado
una linterna. Andaría buscando un hombre, cocuyo en mano. Como los perros no alumbran, los antiguos chasquis (correos indios de los incas)
domesticaban centenares de cocuyos para alumbrarse en la noche.
Los cocuyos son reyes midas que convierten en luz todo el espacio nocturno que tocan.
La luna es un cocuyo hembra pero los cocuyos «hombres» tampoco lo
saben. Un cocuyo quería estudiar para ser bombillo cuando fuera grande.
Los cocuyos no se prenden todos de noche al mismo tiempo porque
entonces las gallinas creerían que está amaneciendo. El gallo
anticiparía el reloj despertador que lleva en su garganta.
Los carros, amigos fieles pero envidiosos, también decidieron
llevar “cocuyos” incorporados.
Un cocuyo se miró al espejo con tan mala suerte que en ese
momento estaba apagado y creyó que no existía. (Que no falten la latonería y la pintura).


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