Por Ricardo Correa Robledo
Finalizada la Primera Guerra Mundial, los estudiosos de las relaciones internacionales empezaron a hablar de dos orientaciones que marcaban las relaciones entre los estados: la idealista y la realista.
La idealista tiene como propósito buscar la armonía entre los estados con base en tratados internacionales, la creación de un cuerpo de principios y leyes que deben cumplir todas las naciones en sus relaciones recíprocas, y el funcionamiento de organismos globales que orienten los asuntos de trascendencia mundial. Esta perspectiva tomó fuerza a partir de 1918 y uno de sus impulsores fue el presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson. El empuje de esta escuela llevó a la creación de la Liga de las Naciones, antecedente de las Naciones Unidas.
Pero la década de 1920 trajo el surgimiento de fenómenos como el Fascismo en Italia y luego el Nazismo en Alemania que alteraron toda la política europea e internacional. Ya en los años treinta un huracán de fuerza y poder, sin consideración de ningún principio, arrasó con todo, llevando a la Segunda Guerra Mundial. Entonces se habló de la orientación realista de las relaciones internacionales que plantea que el poder y la fuerza son los vectores determinantes en la relación entre los estados.
La orientación idealista, también llamada liberal, tiene como fundamento principios humanistas, de armonía entre las naciones y prosperidad global. La realista reconoce los fenómenos de poder y a partir de ese reconocimiento analiza los hechos globales y formula las recomendaciones.
Desde la segunda posguerra (1945) el mundo ha vivido en una permanente tensión entre estas dos corrientes. La creación de la ONU y todas sus instituciones, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y todos los tratados temáticos, la Corte Penal Internacional, son ejemplos del idealismo. La Guerra Fría, el espionaje, las guerras, los bloqueos económicos, la supremacía militar y económica, configuran elementos centrales de la orientación realista.
Pero el mundo no es en blanco y negro, y no se mueve exclusivamente por una de estas dos orientaciones. Así como tampoco es muy fácil encontrar un gobernante que se guíe por una sola de estas tendencias. Podríamos decir que idealismo y realismo son los dos extremos de una línea continua, en la cual los estados y sus gobernantes se mueven de un lado para otro, teniendo más de una tendencia que de otra. Un gobernante anclado radicalmente en el idealismo puede pecar de ingenuo y llevar a desastres a su país o afectar su rol internacional. Un gobernante decididamente realista puede llegar al cinismo y desconocer los avances en civilidad que el mundo ha tenido en el último siglo.
Todo esto para decir que de vez en cuando se alinean los astros y llega un gobernante visceralmente realista, y uno delirantemente idealista, entonces su relación se torna brutalmente difícil y conflictiva. Y ahí tenemos a Trump con sus manifestaciones irracionales de fuerza, con su arrogancia, su ignorancia arropada en el poder; y Petro, con un mundo ideal en su cabeza, sus fantasías, incapaz de leer en muchas oportunidades la realidad y dispuesto a batirse en duelo con el que sea por sus principios, pasando por encima de los intereses de 50 millones de personas.
A ambos presidentes la cabeza no les funciona bien, tienen desequilibrios mentales fuertes, y esa es nuestra calamidad actual.


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