
Por Enrique E. Batista J., Ph. D.
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Si una inquieta manzana que le cayó en la cabeza, en 1666, a un jovenzuelo de 23 años llamado Isaac Newton le despertó una poderosa inspiración científica que él convirtió en una de las leyes de la física, la de la gravitación universal, con la que ayudó a la comprensión del mundo de una manera más completa.
La tentación de una roja manzana sacó a los primigenios humanos de «El Paraíso Terrenal», seducidos por alcanzar la suprema sabiduría; de la misma manera, una manzana tiene hoy a millones de personas atentas viendo, entre 22 y 30 seres humanos, correr adelante y hacia detrás de una pelota redonda u ovoide.
El deporte es diversión, palabra que significa distraer, entretener; su antónimo es el aburrimiento. La diversión define mucho de lo que ocurre de modo cotidiano en las escuelas. Se puede recordar que «ocio» en la antigua Grecia se referiría no a una distracción de las actividades escolares, sino a una fuerza interior que potenciaba el estudio, el progreso y el desarrollo de la inteligencia.
No se pueden contraponer los procesos formativos con el entretenimiento y el gozo. Por ello, se ha insistido en que los ambientes escolares deben ser espacios para la alegría y la distracción. Entretener es mantener a alguien en un determinado estado de ánimo; entretener es mantener juntos. El entretenimiento tiene la partícula «mens» = mente. Así, los ambientes escolares son para la mente, para divertir, crear y recrear,
En el pasado, y hoy también, algunas escuelas, sin rumbo definido, parecen invitar a la distracción, a acciones con las que los alumnos buscan alejarse del tedio y del fastidio de las muchas insulsas rutinas escolares, las mismas que, con frecuencia, llevan al hastío, a la creación de ánimos adversos que invitan a superar el aburrimiento y a la distracción individual o colectiva.
Cada uno puede dar cuenta, en su experiencia escolar, de distintas anécdotas que rompieron, con frecuencia, de manera desprevenida e inocente, con la rutina del día a día. Muchas de esas experiencias produjeron (y producen) como efecto deseado la diversión, el entretenimiento momentáneo, la distracción de la atención del devenir cotidiano repleto de rutinas que necesitan y merecen rupturas, para luego retomar el trabajo escolar. Existen, sin embargo, rupturas momentáneas, mientras que otras tienen efectos duraderos más allá del fugaz momento de las primeras.
Son conocidos algunos hechos de ocurrencia en ambientes escolares que producen efectos no esperados, con resultados y consecuencia que van más allá del momento particular en que ocurren, y que, a la vez, superan la intención inicialmente prevista por el alumno o el maestro. La distracción creada por el suceso de efecto duradero puede asumir la forma de diversión o de sutil o abierta protesta. Algunos, desde la escuela, han producido consecuencias y secuelas que han afectado, literalmente, a todo el mundo. Se pueden mencionar: el Mayo Francés de 1968, el Movimiento contra el Apartheid en Sudáfrica en los años 80 del siglo pasado, las protestas contra la Guerra de Vietnam en la Universidad de Columbia – Estados Unidos, en 1968, y el movimiento por la autonomía universitaria en Córdoba – Argentina en 1918.
De la genialidad del alumno disruptivo de la rutina diaria escolar, de la supuesta abierta indisciplina, o de la protesta generalizada de muchos, han surgido transformaciones sociales positivas que, con alto nivel de injusticia, no conceden créditos a aquellos que, de uno u otro modo, buscando diversión para superar aburrimientos o para protestar por prácticas escolares aterradoras, incurrieron en algún proceso de entretenimiento y que aquello que fue momentáneo se volvió perpetuo.
Si bien se pueden documentar en la historia diversos juegos con pelotas, la formalización de la escuela en la era de «La Primera Revolución Industrial» con sus tiempos, calendarios y horarios definidos, con frecuencia extenuantes para los alumnos, dio lugar a que en los recesos se practicaran juegos con pelotas en los espacios recreativos de las escuelas y también en los parques fuera de ellas. Fue esa una manera de distracción, de superación del aburrimiento, y de entretenimiento, que posteriormente fueron incorporadas como metas importantes de la formación escolar.
En Inglaterra, en esas iniciales escuelas, fruto de esa misma revolución industrial, se dio la primera protesta estudiantil conocida, contra las estrictas y abusadoras reglas escolares. El evento se conoce como «La Rebelión de las Manzanas en la Escuela de Rugby», en 1827. La escuela Rugby, en la ciudad de este mismo nombre, era un internado prestigioso con un régimen disciplinario espartano, centrado en la obediencia, el orden y la moral cristiana; el avasallamiento disciplinario generó descontento entre los estudiantes, los cuales iniciaron una revuelta lanzando manzanas a diestra y siniestra, una de las cuales dio en la cabeza de director, quien más tarde caviló que la caída de una manzana en la cabeza era una invitación para la creación; recordando que cuatro años atrás se fijaron algunos criterios para un juego de pelota, el director propuso la idea de establecer reglas más precisas para el juego que luego llegó a llamarse, por el nombre de la ciudad y de la escuela, como «rugby».
En 1845, establecieron unas primeras reglas del rugby ya como deporte organizado. La separación con el actual deporte del fútbol se produjo en 1863, cuando la «Football Association» de Inglaterra, prohibió el uso de las manos en el juego. Las reglas estandarizadas para el rugby se expidieron en 1871 con la creación de la «Rugby Football Union». En 1904 se creó la FIFA.
Después de la protesta estudiantil, la nueva orientación pedagógica de la «Rugby School» fijó que primero eran los principios religiosos y morales, en segundo lugar, el comportamiento como caballero («gentleman») y, en tercer lugar, la habilidad académica; se forjó, en paralelo, un modelo de formación cristiana apoyada en el ejercicio físico – deportivo, que se denominó el «cristianismo musculado». La unión del deporte con la formación escolar, tan fuerte hoy en los países anglosajones, empezó con el deporte rugby; (https://shorturl.at/I7AeN). El deporte asumió una función formativa, para «fortalecer el carácter, fomentar el espíritu de compañerismo y al mismo tiempo evitar desviaciones en la hombría de los alumnos». Así, se fundamentó la práctica del rugby para «favorecer el desarrollo de las virtudes teologales y cardinales cristianas de un modo que muy pocos podían apreciar». (https://shorturl.at/xm3rV).
La mencionada rebelión estudiantil llevó al cambio indicado en la orientación de la escuela, en el que se asignó mayor responsabilidad moral a los estudiantes, y también a la formalización del rugby como deporte, paralelo al «football» y antecesor del fútbol americano. Tres deportes en uno, por las ideas que sacudió una manzana en la cabeza de un director de escuela. (https://shorturl.at/FibhK).
Al ver un árbol de manzana, es dable desear el disfrute del rico y seductor sabor de su fruto y dar gracias por algunos de sus efectos probados en la naturaleza humana y en la vida en sociedad. No somos eternos por la seducción con una rica manzana; entendemos mejor las leyes físicas por el encuentro de una brillante cabeza con una manzana en su viaje inexorable hacia abajo, atraída por el centro de la tierra. Y, por la virtud de otra manzana, hoy entre 800 y 1300 millones de personas, en un solo día, se enchufan a la TV para mirar (con frecuencia, es el término apropiado) partidos de fútbol, rugby o fútbol americano. O sea, uno de cada seis habitantes en el mundo se conecta a diario a un partido de esos tres deportes, que comparten, como tales, algún un origen común, en una manzana, en una escuela, en un maestro, en Inglaterra, en 1827.
El manzano que soltó su fruto sobre la cabeza de Newton, plantado cerca de 1650, todavía vive y da frutos en Lincolnshire – Inglaterra; la «Rugby School», aún existe; los deportes del fútbol y el rugby congregan a diario a millones de aficionados. El «Paraíso Terrenal», con su árbol del bien y del mal, sigue perdido; de él sólo ha quedado la esperanza.
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