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Álvarez Gardeazábal logra un retrato de la provincia colombiana, católica, llena de prejuicios, laboriosa, tradicionalista, y de los pocos casos de rebeldía contra esos valores inamovibles…
Por Oscar López Pulecio*
Lo que recopila Gustavo Álvarez Gardeazábal en su último libro, El Papagayo Tocaba Violín, es un álbum familiar de recuerdos. Un poco a la manera de esos grandes álbumes de fotografías de gruesas pastas, donde sobre cartulina negra se iban pegando las fotos de los acontecimientos familiares, sin una cronología precisa, con imágenes de abuelos y parientes ya desaparecidos que se iban diluyendo en tonos sepia y terminaban en algún cajón del olvido.
Al hacer ese trabajo minucioso de la reconstrucción de la historia de su familia desde mediados del Siglo XIX hasta mediados del Siglo XX, un siglo que representa el paso de un país rural a un país urbano, Álvarez Gardeazábal logra un retrato de la provincia colombiana, católica, llena de prejuicios, laboriosa, tradicionalista, y de los pocos casos de rebeldía contra esos valores inamovibles, que es el retrato de todas las familias medianamente acomodadas y de todas las provincias de esa época, lo cual hace que el lector identifique como propio lo que está leyendo.
Es el trabajo valiente y denodado de construcción de un país, que comenzaba por desmontar las tierras para crear fincas productivas, origen de la acumulación de capital en Colombia; de convertir las aldeas en poblaciones con su alcalde, su cura y su gamonal, base de la estratificación social; y sobre todo, de la creación de una comunidad donde todos eran amigos o parientes, amándose u odiándose entre ellos. Esos ricos y esos pobres, esos amores y esos odios, esos conflictos y esas reconciliaciones son la masa con la que Álvarez Gardeazábal da una forma caprichosa, un revoltillo de realidad e imaginación, a la saga familiar.
Esa familia en particular es la mezcla de dos culturas laboriosas que tienen mucho en común, pero temperamentos distintos: la vallecaucana y la paisa. El producto de ese encuentro de colonizadores es el norte del departamento del Valle. El punto de fusión es Tuluá. De ahí que el libro sea también un cuadro costumbrista, a la manera de Tomás Carrasquilla, de la historia de esa región. Literatura al servicio de la sociología.
Son notas sueltas. Pequeños textos sobre infinidad de personajes comunes y corrientes a quienes el desparpajo de la prosa convierte en excepcionales al reconstruir esas vidas más sobre la maledicencia que sobre el rigor biográfico. Pueblo pequeño, infierno grande, donde el chisme traspasa las generaciones, lo cual hace la lectura muy divertida a costa de quienes ya no pueden defenderse.
No es el Papagayo un texto que pudiera calificarse de novela, con una trama y unos personajes, la manera como está escrito el resto de las obras de Álvarez Gardeazabal, muy conservador en esa materia. Con el Papagayo, que demoró once años en escribir, rompe esa secuencia tradicional y convierte su narración en una colcha de retazos, a la manera de las que cosían las abuelas, con un resultado colorido, con cierta estructura en su aparente caos y un aire modernista en el sentido de que es un libro que puede comenzar a leerse por cualquier parte.
La obra novelística de Álvarez Gardeazábal comienza con un cóndor y termina con un papagayo. El cóndor, el rey de los pájaros, sicarios al servicio del gobierno conservador, que encarnan la violencia política. El papagayo, pacífico, parlanchín y de corto vuelo. En su conjunto, el cuadro mejor pintado de la provincia colombiana, que aún sobrevive. (Opinión).
*Abogado especializado en Ciencias Socioeconómicas. Ha sido embajador de Colombia ante la Asamblea General de la ONU, Cónsul General de Colombia en el Reino Unido, Gerente Regional de la Caja Agraria y Secretario General de Anif y de la Universidad del Valle.
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