Por Gerardo Emilio Duque G.
En el barrio santa Mónica en Medellín, en la celebración del Halloween salía a la calle una multitud de niños pidiendo dulces, tocaban las puertas y los timbres y los vecinos les daban los caramelos.
A todo el frente de mi casa vivía una vecina que se los resistía cuando le tocaban, salía como una fiera y los espantaba. Una vez una jauría de muchachitos fue a mi casa pidiendo los confiticos y yo les dije: vea al frente hay una señora que reparte muchos dulces y le gustan mucho los niños, vallan tóquenle, pero tóquenle con piedras y ladrillos que es sordita. Qué problema tan berraco se armó.
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Veníamos de una correría política del Occidente Antioqueño y paramos a tomarnos un fresco en la Heladería El Tamarindo. Nos sentamos en la mesa de afuera a degustar la gaseosita. De pronto una niña muy bonita con uniforme de basquetbolista me hacía señas, decía que si bailábamos, me extrañé, le miré y le dije: ¿yo? Sí usted, ¿bailamos? Ave maría, cómo no. Me paré como un resorte y saque a bailar semejante belleza. Cuando estábamos en la romántica danza le pregunté: ¿niña, usted por qué me saco a bailar? Y me contestó: es que usted se parece tanto a mi papá…
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En el proceso de paz del Caguán se llevaba a cabo una reunión entre los comisionados del gobierno y los dirigentes de la guerrilla. Después de una ardua jornada de conversaciones, a las 5 de la tarde Tiro Fijo les dijo a los comisionados de paz: levantemos la cesión y váyanse que no los coja la tarde, que por aquí hay mucha guerrilla.
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Se encontraban en un hotel en una ciudad europea algunos representantes del gobierno en el proceso de paz del Caguán metidos en un baño turco y uno de los representantes de la guerrilla les dijo: esto es muy bueno, con razón estos ricos hijuetantas no quieren entregar el poder.
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