Por Oscar Domínguez G.
Lo nuestro empezó en los dorados años sesenta cuando ocurrió de todo. En estos momentos, Gloria y yo envejecemos, mejor, ennietecemos agarrados de la mano.
Empezamos a «perseguir el sol» aquella tarde de domingo cuando nos conocimos en Junín, en pleno centro de Medellín. Esa primera mirada, la ultimita que me dio, el tímido abordaje que le hice se convirtió en matrimonio hoy sábado 26 de julio hace 52 años, dos hijos y cuatro nietos.
Con el tiempo, aquel encuentro dominical terminó en nerviosas agarradas de la mano. Eso sí, nada de besos: la pipiola podía quedar embarazada.
Pasados muchos almanaques, Dios, a través del azar, su ventrílocuo mayor, nos tenía reservado otro encuentro en el Chapinero bogotano. Lo que nunca imaginé en Junín ni en Chapinero, fue que me hubiera topado con una mujer de sus quilates.
Cuando tropecé con ella, Gloria Luz tenía 16 años, superávit de sueños y expectativas, déficit de kilos, y una falda lo suficientemente corta como para alborotar libidos masculinas. Jamás ha dejado de ejercer su fragilidad. Aun en la clínica donde se encuentra por estos eternos días, ejerce su oficio de mujer las 25 horas del día. Coquetería, feminidad, Gloria te llamaría.
Andrea y Juan, y por orden de aparición, Mateo y Patrick George, Sofía Mo e Ilona Lu, son la prolongación de las juniniadas y septimazos de papá y mamá. Los yernos Josephine Margaret, cangura, y Joshua Dean, gringo de Cleveland, hace tiempos forman parte de nuestra piel.
Gloria ha practicado la lealtad y la fidelidad hasta la fatiga. No sólo en el amor y en la maternidad. También en su vida laboral, profesional, personal. Suele acompañar a sus amigos hasta el cadalso. Si es necesario se ahorca con ellos. Su mano derecha ignora en qué buenas acciones anda la izquierda.
Es una amiga francota, frentera, con la que se puede contar como en el verso de Benedetti. Es de escasas, pero intensas amistades. Ha vivido éticamente, sin estridencias moralistas. Ha estado tan ocupada dándose al prójimo, empezando por mí, que no ha tenido tiempo de dedicarse a ella misma.
Le ha tocado desempeñar arduos oficios que no son de gusto, pero, aún así, su entrega ha sido total. El que niegue que ha trabajo más que su marido para sacar adelante la tribu, miente sin piedad. Ha ido hasta el fondo, aun a costa de su precaria salud que en estos momentos la tiene en la clínica Las Américas. Le ha tocado bailar con la más fea. Por eso su andadura ha sido durísima.
No ha logrado llevar a buen puerto sus expectativas artísticas. Una vez que asistíamos al ballet de “La bella durmiente” la ví dictarle auto de detención a varias furtivas lágrimas. Tal vez recordó que en su juventud, su severo taitaconsideraba que ser bailarina no podía estar en su agenda.
Lleva por dentro una procesión estética que no acaba de pasar. Es pintora que de pronto retoma el camino. Muchos de sus óleos dan vida a muchas paredes de familiares y amigos. Toquemos madera para que una vez superado el trago difícil que está apurando, siga dejando salir a la artista que lleva por dentro.
Cuando se transita por la vida de la mano de mujeres como Gloria, la andadura es más fácil, pilada. Este siglo veintiuno “cambalache, problemático y febril”, necesita muchas Glorias. Autorizo su clonación.
Salud y larga vida para Gloria con quien espero seguir “persiguiendo el sol” hasta que san Juan agache todos los dedos.
Pie de Foto: Unica foto de nuestro matrimonio a la salida de la capilla privada de la Iglesia de Suba, al noroccidente (?) de Bogotá hoy hace 52 años, dos hijos y cuatro nietos…



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