25 octubre, 2025

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Hondura silenciosa

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Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M. 

A veces, uno siente el alma en un hilo, no por frágil, tan solo por estar propensa a cambiar. Se ha vuelto costumbre andar tropeando y cayendo como si el tiempo fuera un enemigo jurado, en lugar de un compañero para algún fin.

Hoy, la estridencia se mete por los poros, a tal punto que la calma es sospechosa y el silencio un arrebato. Estamos en medio de pantallas que prometen conexiones instantáneas sin roces ni compromisos. Mirarse en ese espejo potencia la soledad, las conversaciones con reloj y los apretones virtuales.

El sentido de la vida consiste en habitar el mundo, en vez de conquistarlo, una vez que la felicidad no reside en llegar a la cima; quizá, en explorar y disfrutar el paso por las diferentes veredas. Sí, volver a las cosas llanas, los afectos sinceros y a lo esencial. No es idealizar la existencia, es decidir sobre el rumbo de esta.

La mamá pelando ajos, hoy parece un retrato medieval que enaltece su potestad de apagar las tormentas con una sonrisa. Ella sabía cuándo alguien andaba con el ánimo roto, en qué momento callar, en qué tiempo poner la mano en la solución o servir el café. Su inteligencia emocional residía en observar el corazón ajeno a manera de leer un poema.

En la actualidad, el valor de alguien está representado por el rendimiento, el precio del mercado, la eficiencia y la acumulación de fortuna. Algo deshumanizante porque los oídos de mercader invisibilizan los gestos, las palabras de buena crianza, el guiño directo, el favor desinteresado o el poder transformador de la generosidad.

Algunas personas son más intolerantes dado que no escuchan; también son utilitaristas a causa de que ignoran el valor del otro por sí mismo y superficiales puesto que temen al dolor y el aislamiento. Así como el árbol necesitas raíces firmes, la vida humana se alimenta de hondura reservada, la cual no se encuentra en el ruido de fondo, sino en la contemplación.

Trascender no es huir de la sociedad, más bien significa mirar desde un lugar distinto y vivir despiertos para disfrutar con devoción de la bola de helado derretido, el arroz verde de la hermana mayor, la composición musical de la hija, el caer en un pozo de agua cristalina, el saludo de un amigo, la caminata bajo la lluvia, los pies en la playa o alegrar los ojos con el amor de todos los días. Aunque varios asuntos hayan salido mal, vale la pena seguir adelante. Disfrutar sin prisa es similar a no dejarse llevar por la corriente.

Una persona que actúa con bondad es más revolucionaria que aquellos que viralizan el odio y la indignidad. Cuando alguien honra la palabra, cultiva el cariño, escucha con atención y respeta el desacuerdo, de una vez, nutre los cimientos de la armonía.

La felicidad es una forma de caminar, no el punto de llegada por lo que toca a las experiencias dolorosas. Sin embargo, las asperezas y las adversidades dan un estímulo a modo de penumbra que no borra las sombras.

La libertad sustenta el estado de consciencia y refleja la transformación silenciosa de cada uno a fin de demorarnos más en los abrazos, tener tiempo para escuchar, saborear donde estamos y conservar en la memoria que somos pasajeros. La importancia supera lo extraordinario para redimir lo cotidiano a base de amor propio.