
Por Gerardo Emilio Duque
Me cuenta Jorge Iván Duque, mi hermano el magistrado, que en una oportunidad como estudiante de la Universidad de Antioquia, un compañero les pidió a varios amigos que lo acompañaran a un campeonato de natación en la piscina del Alma Mater.
Nos fuimos en grupo a acompañarlo un poco de gente y a ese hombre en la competencia le fue muy mal y llegó de último chapaleando, casi no arriba a la meta.
Los acompañantes se murieron de risa y se fueron y el nadador les dijo: desagradecidos en vez de estar felices porque no me les ahogué.
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En la escuela Pedro Pablo Betancur en Yarumal, pueblo donde vivimos muchos años, pueblo generador de recuerdos imborrables, cuna de Epifanio Mejía Poeta, una vez el rector Rafael Araque nos dijo que quién quería hacer una obra de teatro conmemorativa a la independencia de Colombia.
Mis hermanos Jorge, Mario, Roberto, Gustavo y el suscrito nos ofrecimos para realizar la obra. En la escuela nos dieron ocho días para prepararla. Nos dotaron de kepis, charreteras, chaquetillas de la época y pantalones bombachos alusivos a la usanza de ese momento histórico. El día de la presentación se abre el telón. El teatro estaba lleno, inclusive había invitados especiales y las altas dignidades del pueblo.
Aparecimos nosotros en el entablado vestidos de próceres, héroes de la época, criollos y chapetones; cogidos de la mano mirando al público. Yo que estaba uniformado de Llorente dije el grito de la independencia, fue así y pegamos en coro todo un estrepitoso berrido que sonó en tímpanos de todo el pueblo. Y a renglón seguido dije: muchas gracias, hemos presentado para ustedes el grito de la independencia. Nos echaron a todos.
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Chispis, parcero de Yarumal en la época de la adolescencia, contrató a los músicos del pueblo para llevarle una serenata a su enamorada. Lo acompañamos un grupo de amigos para el evento. En la mitad de la serenata en plena canción, un músico soltó un estruendoso y fétido gas, cuyo olor y sonido se expandieron rápidamente por todo el entorno.
Siguió la serenata con todos con el pañuelo en la nariz. Al día siguiente Chispis le preguntó a la muchacha: ¿sentiste la serenata? Ella le contestó: sentí un pedazo.
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A Santa Bárbara, Antioquia, un acogedor pueblo de recuerdos infantiles inolvidables, llegó un circo más o menos en los años 1960-1961, y se instaló para sus presentaciones en la cancha de fútbol del municipio.
Cierto día al parecer se quebró una tabla en el circo. Entonces llamaron al ebanista para que la fuera arreglando mientras se desarrollaba la función. De un momento a otro el aludido ebanista tiró el martillo al suelo, salió al escenario brincando, cogió el trapecio, voló por los aires para coger el otro trapecio, hizo todas las piruetas, maromas y acciones del contorsionista. El público que estaba en la función de manera efusiva lo aplaudió masivamente y gritaba trapecista, trapecista.
Al terminar el espectáculo. el dueño del circo le dice: me tiene asombrado usted, qué elasticidad, qué estilo tan maravilloso para actuar, siga trabajando conmigo y le voy a dar 20 mil pesos por función. Y el ebanista le dijo: no señor muchas gracias. Y este le responde: le voy a dar 40 pues. Le contesta el ebanista: ni por 20, ni por 40, ni por 60 me vuelvo a pegar un machacón tan hijueputa como el de hoy.
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En ese mismo circo el payaso que llevaba 20 años le dijo al patrón: doctor vengo a que me aumente el sueldo. Y el patrón soltó la carcajada y contesta: primera vez en 20 años que me hace reír este pendejo.
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