Por Eduardo Aristizábal PeláezÂ
Joseph Göbbels, excanciller del Reich alemán, como lÃder de la propaganda nazi, instauró el modelo de la confusión como herramienta de la comunicación. Sin evidencias, ni pruebas convertÃa la mentira en verdad y los polÃticos, sin principios, han establecido la antigua máxima: divide y reinarás.
En ambos casos es la promoción de lo imaginario que sustenta estas malvadas costumbres.
Por eso este comentario es una invitación a la tranquilidad y la cordura en momentos difÃciles para el paÃs, para no caer en las trampas de aquellos que hacen de la frase confundid y reinad su arma favorita para alcanzar sus proclives objetivos.
Primero fue Jorge Eliecer Gaitán, después Luis Carlos Galán Sarmiento, Jaime Pardo, Bernardo Jaramillo Ossa y ahora el atentado al precandidato presidencial Miguel Uribe, hechos de inconmensurable gravedad, que solamente deben soportar la intervención de una real justicia y no de manipulaciones polÃticas, en detrimento de la paz la verdad y la tranquilidad.
Uno de los ejemplos más notorios de un asesinato polÃtico que generó una serie de testimonios contradictorios y confusos es el caso del asesinato de Julio César en el 44 a.C. 
César fue asesinado por un grupo de senadores romanos, incluyendo a su amigo Bruto, lo que desató una serie de conflictos polÃticos y una gran confusión en Roma. Después del asesinato, hubo una gran cantidad de testimonios contradictorios sobre las razones y las circunstancias que llevaron a su muerte.  
Los partidarios de Cesar lo defendÃan, argumentando que su asesinato fue un acto de traición, mientras que los conspiradores justificaban su acción como una medida necesaria para salvar la República de lo que consideraban un tirano. 
Otra situación semejante fue la del asesinato de Robert F. Kennedy en 1968. Tras su muerte, surgieron muchas teorÃas de conspiración y testimonios contradictorios. Algunos partidarios creÃan que habÃa un complot más grande detrás de su asesinato, mientras que otros, incluidos sus adversarios, sostenÃan que fue un acto aislado. Esto generó un mar de confusión y desconfianza entre la población, similar a lo que sucedió en el caso de Julio Cesar.
En ambos casos, los testimonios y las narrativas se entrelazaron de manera que reflejaron las tensiones polÃticas y sociales de la época, mostrando cómo la percepción y la propaganda pueden moldear la historia. Es increÃble como un asesinato polÃtico, puede dar pie a una variedad de interpretaciones y relatos.
Un caso muy relevante en la historia polÃtica colombiana fue el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Gaitán era un lÃder polÃtico carismático y candidato presidencial del Partido Liberal, y su asesinato en Bogotá desató una ola de violencia conocida como el «Bogotazo», que marcó el inicio de un periodo de gran agitación social en Colombia.
Gaitán fue asesinado y la reacción de la población fue inmediata y explosiva. En medio del caos, surgieron múltiples testimonios y narrativas sobre las razones detrás de su asesinato. Los partidarios de Gaitán sostenÃan que su muerte fue parte de un complot orquestado por sectores del gobierno y la élite conservadora que temÃan su ascenso al poder. Por otro lado, algunos opositores afirmaban que su figura habÃa polarizado tanto a la sociedad que su muerte era inevitable.
Tras el asesinato, se generaron rumores y teorÃas que hablaban de conspiraciones internas y externas, incluso mencionando la posible implicación de la CIA en su muerte, aunque nunca se ha comprobado. La confusión reinó en la interpretación de los hechos. La narrativa en torno a su asesinato fue utilizada tanto por liberales como por conservadores para justificar sus posiciones y acciones en el contexto de la violencia polÃtica que siguió.
Este episodio no solo fue fundamental en la historia polÃtica de Colombia, sino que también evidenció cómo los testimonios y las narrativas pueden ser manipulados en un clima de tensión y polarización. La división en la interpretación de los hechos creó un cisma profundo en la sociedad colombiana que todavÃa perdura hoy.
El asesinato de Luis Carlos Galán, destacado polÃtico colombiano y candidato presidencial del Partido Liberal, el 18 de agosto de 1989, es otro caso emblemático que refleja las complejidades de la polÃtica colombiana y el uso de testimonios contradictorios en el contexto de la violencia.
Galán fue un firme opositor del narcotráfico y de los carteles de la droga, especialmente del Cartel de MedellÃn liderado por Pablo Escobar. Su propuesta de reforma polÃtica y su lucha contra la corrupción lo convirtieron en un candidato muy popular, lo que también lo convirtió en un objetivo para los narcotraficantes.
El dÃa de su asesinato, Galán estaba dando un discurso en un mitin en Soacha, Cundinamarca, cuando fue atacado por un grupo de sicarios. La reacción posterior a su asesinato fue intensa y generó una serie de testimonios y narrativas tanto de sus partidarios como de sus adversarios.
Los partidarios de Galán, incluidos muchos en el Partido Liberal, argumentaron que su muerte fue el resultado de un complot que involucraba a altos funcionarios del gobierno y del ejército, asà como a los narcotraficantes, que temÃan el impacto de su candidatura en la lucha contra el narcotráfico. Este sentimiento fue alimentado por la percepción de que Galán estaba amenazando intereses poderosos que se beneficiaban de la corrupción y el narcotráfico.
Por otro lado, algunos adversarios y crÃticos de Galán intentaron deslegitimar su figura, sugiriendo que su estilo de vida y su visión polÃtica eran problemáticos. En medio del dolor y la indignación, las narrativas se polarizaron, y surgieron rumores sobre conspiraciones que complicaban aún más la verdad detrás de su asesinato.
El caso de Luis Carlos Galán es un claro ejemplo de cómo un asesinato polÃtico puede ser interpretado de múltiples maneras, dependiendo de las lealtades polÃticas y las agendas de quienes comentan sobre el evento. Además, su muerte tuvo un impacto significativo en la polÃtica colombiana, ya que contribuyó a un cambio en la percepción pública sobre el narcotráfico y llevó a un mayor compromiso en la lucha contra el crimen organizado.
Que hechos tan lamentables, que son realmente un atentado a una nación, más que paÃs, no se conviertan en infames banderas polÃticas.
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    
                                    

                                        
                                        
                                        
                                        
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