Por Gerardo Emilio Duque G.
Rigoberto Pavón Pavón, un hombre que sabía mucho de lealtades y a quien le decíamos tatabro, era mi conductor en la secretaria de Agricultura.
En una oportunidad alguien me regaló media docena de botellas de Whisky Chivas Regal y me las dejó en la casa de mi mamá. Cuando necesitaba el Whisky llamé a Rigo y le dije Rigo: valla donde mi madre dígale que me mandé las chivas. Rigoberto salió a hacer la gestión y al transcurrir un tiempo razonable él no aparecía, me asomé por el balcón que da al parqueadero y observé a Rigo que no había hecho la gestión y estaba cubriendo con periódico la maleta del carro que la tenía abierta. Y al verlo desde arriba, lo mandé llamar y le dije: Rigo, que está haciendo usted poniéndole papel periódico a la maleta del carro. Y me contestó: doctor, es que de pronto las chivas se nos cagan en el carro.
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El mismo tatabro llegó un día a mi oficina y me preguntó: doctor cuánto puede valer un Mitsubishi. Yo le contesté: por lo menos 15 millones. Y respondió Rigo: oigan a este doctor, es que es guevón o qué. Un Mitsubishi valdrá 15 0 20 mil pesos, yo me quedé asombrado y le pregunté: a donde putas se consigue un Mitsubishi por 15 mil pesos. Y me dijo de inmediato: sí doctor, voy a invitar a comer a mi novia un Mitsubishi con camarones.
(Un homenaje al agradable y buen amigo periodista Raúl Tamayo, quien me publicó esta anécdota en su columna en el periódico el colombiano).
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A tatabro en época de elecciones lo designaron, no tengo idea ni cómo ni por qué, presidente de mesa de votación. Asombrado e impávido me mostró el oficio de la Registraduría donde le notificaban la decisión.
Yo lo leí, lo miré y le dije: tatabro, qué honor, qué orgullo para ti y tu familia haber sido designado para esta dignidad tan importante. El hombre sacó pecho y con una cara de asombro y satisfacción contagió el ambiente y balbuceando me dijo: doctor y qué hay que hacer pues. Yo tenía en el escritorio un algebra de Baldor de mi hijo Sebastián. Le dije: tenga este documento, se lo va a estudiar todo el fin de semana y el lunes por la mañana le hago un examen de todo lo que aprendió. Además le dije: tatabro usted tiene que asistir porque si no le cobran una multa de 500 mil pesos, vallase de una vez a estudiar que yo me consigo otro conductor.
El lunes siguiente tatabro se apareció en la oficina pálido, ojeroso y despeinado y me preguntó: ¿doctor cuánto es que vale la multa?
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Es lindo recordar cuando yo era estudiante de bachillerato en el Liceo San Javier, tatabro era conductor de un bus de conducciones América y desde el primer día que me vio a mi parado en la esquina le caí bien y no me cobró pasajes durante todo el sexto de bachillerato que lo utilicé, hasta que se convirtió en mi conductor privado durante más de 10 años.
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En una oportunidad le dije a Rigoberto: voy para Bogotá en avió,n váyase usted con el carro y cuando llegue me busca en un hotel cuyo nombre no recuerdo, que queda al norte. Listo doctor, así se hará, me dijo. Realicé mi viaje y estando en el hotel en Bogotá, Rigo no aparecía. De pronto llamaron de recepción y me dijeron que tenía una llamada. Cogí el teléfono: quién es, pregunté y Rigo contestó con voz distante: Doctor estoy en las partidas de Lorica con Cereté, pa’ donde cojo. Yo le manifesté asustado: Rigo, que estás haciendo por allá, por Dios. ¿Usted no me dijo que pal’ norte pues? Sí, pero pal norte de Bogotá, hombe Rigo.
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Una vez Salí de Bogotá para Medellín y Rigo estaba manejando el carro. Yo venía con Sebastián mi hijo, que tenía dos años y le dije: Rigo, me voy a dormir, hágale que cuando llegue a las goteras de Medellín me despierta. Me dormí plácidamente y Rigo inició el viaje. Transcurridas cinco horas de recorrido, Rigo dijo: doctor, doctor… Desperté y le dije: qué pasa Rigo. Mire doctor la gente si escribe pendejadas. Miré asombrado a ver qué era lo que decía Rigo y observé una pancarta en la vía que decía: bienvenido a Villavicencio.


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