
Por Oscar Domínguez G.
En su autobiográfica tarjeta de visita, Rodrigo Moya Moreno, de 91 años, mexicano nacido en Medellín, hijo de Luis, pintor mexicano, y de Alicia, “La Chaparra”, nacida en Fredonia, Antioquia, se declara ex-fotógrafo, ex periodista, ex editor, ex impresor, ex buzo, poeta, cuentista, comunista y bohemio. Etcétera, etcétera.
A su apartamento de los Edificios Condesa, en Ciudad de México, fue a buscarlo un tal García Márquez para que le hiciera dos retratos claves: el primero en 1967 para la primera edición de un libro del que no se había vendido un solo ejemplar: Cien Años de soledad; el segundo en 1977, para que hiciera clic sobre el ojo moro o colombino, regalo de un celoso colega y futuro Nobel, Mario Vargas Llosa, quien acaba de dejar este acabadero de ropa llamado mundo. La foto para el libro no se utilizó para esa edición, y la del derechazo de Varguitas permaneció guardada ¡30 años!
Gabo frecuentaba la casa de los Moya Moreno donde se daba cita la diáspora colombiana. Allí se conocieron. Mamá Alicia era la embajadora alterna de Colombia.
El fotógrafo Moya habia nacido en Medellín “a temprana edad” fruto de una delicioso azar: Alicia fue a ver una exposición del pintor mexicano Luis Moya y se empeñó en comprar uno de sus cuadros. Al fin hicieron algo mejor: se enamoraron, no comieron perdices pero amasaron tres hijos y se instalaron en Ciudad de México.
77 años después de su nacimiento, Moya volvió a Medellín a hablar de su oficio de fotógrafo invitado al Festival Gabo que ahora se realiza en Bogotá. Lo acompañaban su esposa inglesa, Susan Flaherty, y su maestro de fotografía, Guillermo Angulo. (En su libro Gabo+8 – de Planeta, Angulo les dedica sendas notas. La obra no tiene desperdicio. Incluida la carátula diseñada por su hijo Paolo).
Moya se decidió por la fotografía al ver cómo su maestro Angulo “hizo surgir de un oscuro acetato a una figura humana”, la de Colombia, su hermana bailarina….
En la entrevista que me concedió cuando estuvo fugazmente a Medellín contó que la historia de la foto del ojo averiado fue simple: “Ninguna pose, ni luces especiales. Luz de ventanas y en algún momento un rellenito con una cartulina blanca. Negativos 6×6 cm. … Para las fotos del ojo moro me costó un huevo sacarle una sonrisa de una fracción de segundo, porque tenía cara como para Los funerales de la Mamá Grande”. La exclusiva foto del derechazo se conoció cuando Gabo estaba frente al pelotón de fusilamiento de la vejez… (Hasta aquí, con algunas adiciones, la columna publicada en El Tiempo).
DE LA ENTREVISTA
Retomo algunos aspectos de la entrevista mencionada en lo tocante al ojo:
¿Qué tiene que ver su condición de fotógrafo con su paisano García Márquez?
Nada, excepto las fotos que le hice, la amistad que invariablemente decantan las jerarquías (solo soy uno más de sus infanterías universales), y el tremendo afecto y admiración que le profeso. Ahora que ya no es un hombre tan clamoroso y está recluido, lo siento más dentro de mi corazón
¿Cómo el fotógrafo Moya no aprovechó la presencia continua de Gabo en sus visitas a su casa en México?
Siempre fui un fotógrafo distante del poder y de la fama. Las dos ocasiones en que lo fotografié él fue en mi casa. Me tenía confianza, supongo, y seguro conmigo se sentía más relajado, porque es evidente que no se siente del todo cómodo frente a un lente. Una vez uno de sus hijos nos fotografió a mi esposa y a mí con él en su casa de Cuernavaca. (O tal vez fue el propio Angulo). No iba yo a sacar la cámara a media reunión para empezar a acribillarlo. Así me sucedió con muchos famosos ya muertos o en trance, y tal vez me arrepiento, porque eran admirables y me gustaría tenerlos en mi archivo, que mucho tiene de historia y criptas o catacumbas. La fotografía siempre tiene algo necrófilo, de pasado irremediable, de nostalgia sin fin, el aviso de que todo es perecedero. A veces pienso que las fotos viejas no son los muertos que imaginamos, sino que son ellos quienes nos están viendo pasar, pensando tal vez: eso quedará de ellos, una fotografía.
¿En qué circunstancias lo escoge Gabo para que sea usted el hombre que le tome las fotos para un libro que nadie sabía para dónde iba: ¿Cien años de soledad?
De las treinta que le tomé en 1967 para Cien años de soledad no usaron ni una porque el diseñador, buen pintor pero pésimo diseñador gráfico, a pesar de su fama inexplicable como tal, prefirió un libro sin la foto del autor. Pero una de ella salió en la primera edición en inglés de la Penguin Book. No suelo seguir muy de cerca el destino de las fotos que hago, excepto cuando me las compran museos, coleccionistas fuertes o editoriales, que de eso vivo.
¿Cómo y dónde se realizaron esas fotos?
En mi luminoso departamento de los Edificios Condesa, con toda normalidad. Lo acompañaba Guillermo Angulo y a mí la compañera de aquellos tiempos. Fue como una charla. Ninguna pose, ni luces especiales. Luz de ventanas y en algún momento un rellenito con una cartulina blanca. Negativos 6 x 6 cm. Tenían una comida y no aceptaron el ron que les ofrecí. Gabo fumó varios cigarros, arrojando el humo como un principiante. Las cámaras lo ponen tenso, aunque sean de un amigo.
Diez años después lo escogió el Nobel para hacerle las fotos del derechazo que le propinó Vargas Llosa…
Para las fotos del ojo moro me costó un huevo sacarle una sonrisa de una fracción de segundo, porque tenía cara como para Los funerales de la Mamá Grande… Realmente, Varguitas lo había dejado mal y se veía más bien triste o deprimido. Pero la sonrisa que le saqué hizo de aquél desaguisado una cosa sin importancia…
Al terminar la sesión fotográfica, Gabo me dijo al despedirse: Me mandas un juego y guardas los negativos.
¿Por qué decide levantar el velo sobre ese acontecimiento que a sus colegas fotógrafos les haría agua la boca?
Las guardé treinta años, hasta que cumplió sus ochenta en 2007 y me pidieron esa foto en el periódico de México que quiero, La Jornada. En esos años nunca imprimí ni una copia para nadie. Yo mismo me olvidé de ellas.
¿Gabo le da una explicación política al derechazo? Su esposa Mercedes lo atribuye a los celos, malditos celos. ¿Cuál interpretación le parece más verosímil?
Los antecedentes solo ellos lo saben. El hecho ocurrió en la premier privada de aquella película sobre los supervivientes de un avionazo en Los Andes. No se veían hacía tiempo, y dicen que Gabo se acercó con los brazos abiertos para abrazarlo, y Varguitas lo recibió con su aún hoy famosa derecha. Escribí una crónica de esa sesión en La Jornada en 2007, cuando Gabo cumplió los ochenta.

Pie de Foto: 1.- Gabo y el ojo cololombino (Rodrigo Moya).
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