22 octubre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Memorias de un hombre “culto”

Haga Click

Image Map

Por Oscar Domínguez G. (Foto)

De pronto decidí ponerle espejo retrovisor a mi hoja de vida cultural y descubrí que no soy tan caído del zarzo.

Asistí a un concierto dirigido por un tal Herbert von Karajan, con motivo de los 750 años de Berlín, Alemania, no Berlín, Medellín, el barrio donde crecí oyendo tangos en la tienda de mi abuelo. 

Desde que vi en acción a Herr Herbert he creído que los directores suelen llevarse los aplausos porque ponen cara de tocar todos los instrumentos al mismo tiempo.

En mi prontuario cultural figura una ida a la ópera Don Carlos, en Munich. Recordé que nadie sabe para quién trabaja: Así como “Para Elisa”, de Beethoven, se utiliza para vender paletas, una invitación que incluye ópera en el menú nos da un impensado barniz cultural.

Esa noche muniquesa trataba de no dormirme. No sé si por la música de Verdi o por el libreto a cuatro manos, en imposible alemán, pero me dieron ganas furiosas de estornudar.

La solemne sala estaba sumida en su “silencio mudo”, con excepción de los bajos, tenores, barítonos, sopranos, contraltos y demás gargantas profundas que se ganan la inmortalidad interpretando el bel canto.

Tenía el incontenible estornudo ahí no más, pero era consciente de que no podía hacer quedar mal a mi patria colombiana haciendo tercermundista ruido en medio de tan exquisito auditorio.

Dije para la posteridad algo que me habrían podido poner de epitafio: aquí muero, pero no estornudo. Y me encomendé a Santa Cecilia, patrona de la música. De pronto, cuando iba a colgar los tenis, la orquesta entró con “tutti”. La sala en pleno estornudó.

Todo el mundo lo hizo menos yo. Misterios de Santa Cecilia que se manda su humor teológico. Necesité atravesar el charco para constatar que los alemanes también estornudan como cualquier sacristán.

Ronqué en una obra de teatro en el Broadway neoyorkino y quise entrar a la casa de Beethoven en Bonn, pero ese día la casa estaba cerrada al público. Mi decepción fue tal que casi me quedo sordo en solidaridad don Luis Van.

En Estocolmo, asistí a la entrega del Nobel a García Márquez. En la ceremonia, la orquesta tocó el Intermezzo Interroto del concierto para orquesta de Bela Bartok, el músico preferido de don Gabo. En mi vida, había oído hablar del señor Bartok. Un amigo que también estuvo presente me sacó de mi ignorancia.

Donde nadie me oiga suelo reconocer que mis “conocimientos” me llevan a aplaudir a destiempo. Una pausita, y este moreno se despacha frenético. El aplauso es salario en especie. Uno nace con los polvos y los aplausos contados, pero siempre me los gasto a destiempo… 

Pensando en gente como yo en algunas salas adiestran a los giles en música para que no aplaudan por cualquier do de pecho (¿o será re?) que oigan, y nos sugieren que dejemos las congratulaciones para el final.

Yo tenía un sueño y era conocer a Daniel Santos y después no morir: lo conocí en el Coliseo Cubierto El Campín la última vez que estuvo en Bogotá. Hizo las veces de telonero de Celia Cruz. Me perdí a Celia porque tan pronto el Jefe terminó le montamos la perseguidora. El Gota Miguel Menéndez nos tomó retratos. Mis memorias de hombre culto no dan para más… (Líneas pasadas por latonería y pintura).