
Por Oscar Domínguez G.
Ambos nacieron el 6 de marzo. Al momento de su muerte los dos padecían la enfermedad de alzhéimer. Mi tío Julio Giraldo Jiménez murió a los 102 años, 10 meses, 2 semanas, tres días, cinco nietos y dos bisnietos; Gabriel García Márquez falleció a los 87 años, tres hijos, cinco nietos y un Nobel.
Cuando los taitas de ambos se matrimoniaron, no se había inventado ese preservativo de pared llamado televisor. Mi abuela Rosa tuvo 18 petacones, incluidas cinco “novedades”; doña Luisa Santiaga, madre de don Gabo, crió 10 caribes. (Mamá Rosa nació a finales del siglo diecinueve, vivió todo el siglo veinte y falleció a principios del veitiuno).
Gabo, su abuela, su madre y sus hermanos Gustavo y Luis Enrique padecieron la enfermedad del olvido. La madre de Julio, mi abuela también tuvo alzhéimer. Lo mismo su hermana Genoveva, mi madre, fallecida a los 93 noviembres.
En su libro “Gabo + 8”, el maestro Guillermo Angulo recuerda que el profesor Francisco Javier Lopera, autoridad mundial en la investigación de la enfermedad, “hizo una observación importante de Gabo y la ausencia de memoria en Cien años de soledad”. En el libro, Angulo, cuya esposa, Vanna Bandestrini padecía alzhéimer al momento de su muerte, escribió: “… quiero borrar para siempre de mi memoria el nombre del dios tan cruel que inventó -o permitió que inventaran- este terrible flagelo”. La obra, que recoge retratos escritos de Gabo y de otros ocho amigos, está dedicada “A Vanna, en su laberinto…”.
Julio estuvo en consulta con el doctor Lopera – ya fallecido- cuyo equipo de investigadores de la Universidad de Antioquia lo monitoreó semanas antes de su muerte.
Ambos leían con el alzhéimer respirándoles en la nuca. Cuando García Márquez terminó de releer su libro “Cien años” comentó: “Ese man sabe escribir”. Julio pedía libros, periódicos o revistas y disfrutaba leyendo para él solito. Fue el primer periodista de mi familia. Se desempeñó como corresponsal de El Colombiano en Abejorral, Antioquia, donde conquistó a Marinita Velásquez, la mujer de todas sus vidas.
Los padres de Julio no conocieron el mar. Los de don Gabo supieron temprano que el agua del mar es salada a morir.
Gabo era hijo de telegrafista; el padre de Julio fue campesino, presidente liberal del concejo de Montebello, su terruño, y dueño de Las Acacias, tienda de día y bar de noche, localizada en el barrio Aranjuez.
Julio era católico de amarrar en el dedo gordo; Gabo era un ateo que creía en todos los dioses. Ambos están a la diestra de Dios Padre que ni loco se perdería la compañía del dueto.
A la muerte de su costilla, Mercedes Barcha ordenó: “Aquí no llora nadie”, contó Rodrigo, uno de los dos hijos de la pareja en su libro-obituario “Gabo y Mercedes: una despedida” que amerita aprenderse de memoria para alejar el alzhéimer.
En la muerte de Julio tampoco hubo lágrimas sino mucha alegría por su vida. Ninguno de los dos está muerto: quedaron encantados, diría parodiando el verso de Geraldino Brasil. 8″.

Pie de foto 1: «Gabito: vamos al jardín y al estudio, que te quiero hacer unas fotos». Y él, sin haber perdido el sentido del humor (dicen los expertos que lo último que pierden los desmemoriados es el humor), me dijo: «¿Y cuánto me pagas?». (Maestro Guillermo Angulo en su libro «GAbo + 8»)-

Pie de foto 2: Mi tío Julio Giraldo en su cumpleaños número 100. (odg)
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