Por Oscar Domínguez G.
El excampeón mundial de ajedrez, Boris Spassky, acaba de enrocar largo en Moscú a los 88 años, la misma edad que tenía la diva María Félix cuando abrió el paraguas. Sin temor a equivocarme, el divo don Boris – el último delicado como dijo Ciorán refiriéndose a Borges- está a la diestra de la diosa Caissa, patrona de los ajedrecistas. En su memoria, retomo las siguientes líneas:
“Parece que fue ayer…”
En 1972 los bloques soviético y gringo trasladaron sus rencores y sus egos al mundo blanco y negro de los 64 escaques. Los jefes políticos les ordenaron a sus fichas que consiguieran el título, o que miraran a ver qué hacían con sus biografías.
“Estados Unidos quiere que vayas y derrotes a los rusos”, le dijo a Fischer el entonces Secretario de Estados, Henry Kissinger. Spassky recibió instrucciones parecidas de Moscú.
Tengo modestas acciones en ese match. Para empezar terminé jugando ajedrez contra Spassky.
Mucho años después del matchy, Spasky le escribió al presidente Bush pidiéndole que si no cancelaba un pedido de deportación de Fischer dizque por evasión de impuestos, que los metiera a los dos a la misma mazmorra gringa.
Según la carta de Spassky a Bush , Bobby “no se adapta a los estándares de vida de la demás gente… Es una persona que hace casi de todo contra sí mismo”. En esa defensa del hombre que lo sacó del tablero está retratada su calidad humana.
En otra carta, yo le exigía a Bush que me encanara también a mi para servirles de garitero y llevarle el tinto a la celda. El oficio de garitero lo había aprendido (¿) de Lázaro en el Club Maracaibo.
Menos mal perdí en Bogotá contra Spassky en las simultáneas que ofreció organizadas por Boris de Greiff. Seguros Bolívar pagó la cuenta.
De haberle ganado al ruso, habría tenido que cambiar de barrio, de oficio, de religión, de novia. No puede ir por el mundo sonriéndole hasta a la hija de la vecina quien derrotó a un campeón del mundo. Así sea en unas simultáneas que es como hacer el amor varias veces al mismo tiempo.
El día D (de la derrota) me instalé frente al bello tablero de madera de la India con la vanidad de ser uno de los 30 entre 44 millones de colombianos escogidos para jugar contra el sonriente y canoso Boris, residente entonces en París con su esposa Marina, su «Azul Intenso» de carne y alma. (De su primera mujer, Boris se divorció alegando que “éramos alfiles de distinto color”).Nada me valió.
Otra audacia en la que incurrí consistió en que fui uno de los tres que transmitió ese match por Todelar. Los otros dos, “en escaques muy duchos, y en las damas unas hachas”, fueron Boris el hijo de León, para Caracol, y el maestro Emilio Caro, quien trinaba por RCN.
El mundillo del ajedrez quedaba estatua para saber qué pasaba en esas exóticas tierras. Cuando la radio interrumpía la programación los parroquianos se preguntaban: ¿Cambiaron de papa, Frank Sinatra está resfriado, el “bobo sapiens” inventó otra forma de suicidio colectivo?
No, todo el alboroto se debía a que una pieza se había movido en la remota Reikiavik. Lo decían los cables de las agencias internacionales.
Spassky también estuvo en Medellín dando simultáneas. En la Torre del Ajedrez de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot, asistió a la siembra de un guayacán amarillo para perpetuar su visita a estos pagos.
Señor Spassky, que descanse en la paz de sus escaques…
Pie de Foto: Spassky mueve las piezas blancas en el inicio de la partida en la que me mandó a las duchas sin despeinarse. (Foto Colprensa, de José del Carmen Sánchez Puentes. Creo).



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