
Por José Hilario López
La razón me reveló que la tristeza es un desperdicio y que la inteligencia siempre tiende a la alegría. … el ser humano puede elegir, que no es una marioneta en manos de la fatalidad, que es posible encontrar esperanza (Rafael Narbona)
Rafael Narbona en su reciente libro “Maestros de la Felicidad. De Sócrates a Viktor Frankl, un viaje único por la historia de la filosofía” (Rocaeditorial, 2024) empieza por afirmar que la filosofía puede ser una terapia para curar algunos de los males que nos afectan, tales como la tristeza y la apatía. Quisiera compartir con mis lectores algunas de las experiencias que me ha dejado la lectura de este maravilloso libro, lleno de profundas reflexiones del famoso profesor español.
Mantener el ego a raya
La búsqueda de la felicidad ha sido una constante en la historia de la filosofía. Arquíloco, un poeta lírico griego, hace más de dos mil quinientos años enseñaba “no alardear de los éxitos ni hundirse ante los fracasos». Una máxima que mantiene plena actualidad, porque, a veces, le damos demasiada importancia a la inmediatez y a lo intrascendente. Hay que ser conscientes de que el éxito suele ser efímero: mucha gente triunfa y, rápidamente cae en el olvido. Más que el éxito es importante el reconocimiento, el llegar a los demás. Y, para eso, es preciso mantener el ego a raya hasta conseguir que no se convierta en un tirano y nos pida aplausos constantemente. Si hacemos caso al ego, nos volvemos esclavos de cosas que no son esenciales, ni dependen de nosotros. Lo esencial es el afecto de los amigos y de nuestros seres queridos.
Podemos elegir convertirnos en personas optimistas. El optimismo no es simplemente un estado de ánimo. Es un constructo propio, una manera de afrontar la vida, una creación del ingenio. Claro que se puede elegir ser optimista, pero, eso sí, el optimismo no debe confundirse con un sentimiento pueril. Ha de ser algo elaborado y premeditado, que implique una valoración positiva de la existencia.
Vivir sin miedo
Los grandes filósofos enseñan como ver la vida de otra forma en momentos oscuros. Platón nos invita a pensar que lo sensible y lo físico no es lo único que existe; que tal vez más allá de la muerte hay un horizonte donde nuestra finitud se transforma en una prolongación, en otra forma de vida; y que la esperanza siempre es una alternativa para superar el miedo a la vida y a la muerte. Los filósofos epicúreos nos motivan a cultivar los placeres sencillos, a soportar con paciencia las adversidades y, sobre todo, a no vivir con miedo; a lo que agregan no avergonzarnos del placer, porque los placeres moderados proporcionan mucha calidad a la vida. Marco Aurelio, el emperador romano y filósofo estoico, aconseja: «Cuando te levantes por la mañana piensa en el privilegio de vivir, respirar, pensar, disfrutar, amar…”. El estoico romano también predica al cultivo de la paz en nuestro interior, el cultivo de nuestro propio jardín. Dentro de cada persona hay un caudal de paz que muchas veces ignoramos y que nos puede ayudar a vivir mejor.
El psiquiatra austriaco Viktor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido” (Barcelona, Editorial Herder,1991) nos recuerda la necesidad de encontrarle un sentido a la vida: «Quién tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo». Por otro aspecto, hay que aceptar que la muerte es parte de nuestro ciclo vital, que puede ser fuente renovadora que perpetúe ese maravilloso universo que hay dentro de cada uno de nosotros. La trascendencia hay que buscarla en la compasión, en la solidaridad y en la fraternidad.
Martin Buber, un filósofo austríaco, citado por Narbona, afirmaba que «Dios aparece cuando dos personas se miran a la cara y una de ellas nota que la otra está sufriendo y experimenta la necesidad de aliviar ese sufrimiento». La trascendencia hay que encontrarla en ese precioso milagro.
El cuidado de si y de los otros
Reconocer la necesidad de que, a más de profundizar en nuestra espiritualidad, hay que hacer lo mismo con la vida contemplativa, como fuente de bienestar.La vida contemplativa no es la vida ociosa. La vida contemplativa es aquella dedicada al estudio, la meditación y la reflexión, el llamado Cuidado de SI, que pregonaron los estoicos. El problema es que llevamos unas vidas en las que no tenemos tiempo para leer, escribir o hablar con la familia y amigos. El capitalismo es un pésimo modelo cultural: convierte a las personas en mercancías, pone el trabajo en el centro, invadiéndolo todo y genera una sociedad desigual, con más aislamiento y soledad.
El hombre es un animal social, a lo cual Aristóteles agregaba que «la amistad es lo más necesario para la vida». Nos hace falta vivir en comunidad. Deberíamos ver cómo crear una dimensión comunitaria, en la que las personas se cuiden unas a otras, donde haya espacios de encuentro y puertas abiertas a todos, cualquiera sea su ideología, siempre y cuando haya respeto por las diferencias.
Buscar la felicidad
Hay mucha infelicidad e insatisfacción por todas partes: ahí están las estadísticas sobre la depresión y la ansiedad, para comprobarlo. Cada vez se consumen más ansiolíticos, antidepresivos y narcóticos. Nadie encuentra verdadera felicidad en el consumismo desaforado: la auténtica felicidad está en sentirse querido por la familia, los amigos o su pareja. Se encuentra en el cariño, el afecto y la cercanía. Y eso es lo que falta. Somos «alfareros de la felicidad».
Deberíamos aprender a buscar la fortaleza en nuestro interior, somos más fuertes de lo que pensamos. El ser humano tiene más recursos y es más solidario de lo que nos han hecho pensar. Muchas veces nos hacen creer que somos muy malos, para que los que tienen el poder puedan utilizar la fuerza y mantenernos intimidados.
Disfrutar de cada instante
Finalmente, Narbona nos ofrece una lista de lo que llama “un pequeño y luminoso botiquín filosófico», con los autores cuya lectura hará florecer con mayor esplendor nuestro jardín interior.
Después de estudiar a tantos filósofos, desde Platón a Kant pasando por Descartes, Rafael Narbona concluye que se queda con la filosofía que contiene el concepto de felicidad, resumido en «amar y ser amado». Si deseamos ser felices hay que crear vínculos sólidos e invertir en conservarlos y mejorarlos. El amor da sentido y trascendencia a la vida. Cura las heridas y nos ayuda a soportar los malos tiempos.
En mi botiquín de primeros auxilios pondría a San Agustín de Hipona con su magistral ensayo sobre La Felicidad, que define como el gozo de la verdad, es decir, la alegría de recibir lo que la vida ofrece. El santo de Hipona nos enseña que el amor y la virtud son claves para alcanzar la felicidad y que el camino a la mayor felicidad se encuentra en la cercanía con Dios. Incluiría también a Miguel de Montaigne, quien en sus “Ensayos” asegura que «el valor de la vida no está en su duración, sino en el uso que hacemos de ella«, a lo que agrega el valor de la amistad y de hacer bien las pequeñas cosas. Seguiría con las “Cartas Morales a Lucilio” de Séneca y con el “Manual de vida” de Epicteto, a los cuales agregaría a Bertrand Russell con su obra «La Conquista de la Felicidad» y a Viktor Frankl, con su ya citado libro «El hombre en busca de sentido«.
Pero los grandes maestros de la felicidad no están sólo en la filosofía. Se encuentran también en la literatura, en el cine y demás expresiones artísticas, en la vida comunitaria y en nuestros seres queridos. También en nuestras mascotas, que saben disfrutar del instante sin angustiarse por el mañana.
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