Por Darío Ruiz Gómez
El ELN supuestamente ha dado por terminado el paro armado de diez días durante los cuales 50.00 personas debieron permanecer en sus casas, las canoas y las motor fuera de bordo detenidas en los muelles hechizos, niños que murieron, madres que murieron en medio de la indiferencia de las gente decente del país civilizado.
El Chocó es una geografía de común acuerdo inventada como una inaccesible periferia donde termina la civilización y empieza la noche de una violencia carente de sanciones. Toda esta farsa para ocultar la explotación de oro, plata, maderas preciosas destruyendo el hábitat de innumerables culturas.
En otras palabras y para recurrir una vez más a Giorgio Agamben nos estamos refiriendo al “Homo sacer” como la víctima de un crimen sin sanción o sea a quienes la justicia ha dejado por fuera en la consideración y enumeración de víctimas.
El Paro armado del ELN – prolongado en el tiempo desde hace diez años- es en realidad una estrategia de castigar permanentemente a unas comunidades para someterlas mediante el hambre, las enfermedades, la miseria que deviene con la destrucción de sus valores culturales. ¿Por qué las comunidades indígenas y afro como objetivo de destrucción del ser humano? ¿No fue esta metodología del horror precisamente la que supuso la escogencia del pueblo judío, gitano, de la comunidad católica como el paranoico objetivo criminal de los nazis? Doblegar a lo que consideran como un pueblo inferior sacándolo de las consideraciones de la justicia universal. Tengo la tentación de considerar que esta es la posición de la JEP al considerar que las víctimas únicamente son aquellas que ciertos de sus Magistrado buscan en cementerios rurales sin sancionar a los criminales confesos. ¿No existieron aquí en este país de encumbrados juristas, campos de concentración como los del Mono Jojoy? ¿No se está produciendo un escandaloso desplazamiento de población?
George Orwell recuerda con su profética lucidez que “Una atrocidad es un acto de terrorismo que no obedece a un genuino propósito militar. Hay que aceptar tal diferencia si se ha de aceptar la guerra, cosa que en la práctica hace todo el mundo”. Porque lo que fue guerra ha ido deviniendo en una secuencia de atrocidades por parte de grupos que, repito, si inicialmente parecieron enarbolar la bandera de unas supuestas reivindicaciones sociales hoy, y, es lo que nuestra llamada justicia no se atreve a diferenciar, es crueldad sin finalidad o propósito político alguno, pura insania contra los considerados inferiores. Nuestra llamada clase ilustrada que supuestamente acaba de abrir los ojos y escandalizarse ante la diabólica dictadura de Maduro, ante este universo terrorífico que describieron Kafka, Zinoviev, Primo Levi, Milosz, Kadaré y que ya había venido sucediendo en Colombia no contó con la denuncia debida por parte de estos ilustrados.
La estrategia de que una banda criminal le declare la guerra a otra es realmente un sofisma de distracción para conquistar más territorios en un momento en que el Ministro de Defensa ha pronunciado una sentencia digna de eternizar en mármol al declarar como natural que a pesar de la existencia de una mesa de conversaciones y de un alto el fuego estos facinerosos continúen extorsionando, cometiendo masacres semanalmente, fusilando niños.
El Ministro, tal vez en un “lapsus lingüe” legitima entonces sin darse cuenta el cometimiento de atrocidades como un recurso aceptado lo cual significa la prolongación indefinida de la guerra en unas prolongadas –como lo asevera Monseñor Henao- mesas y mesas de conversaciones.


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