
Por Iván de J. Guzmán López
Padeciendo el circo político mediante el cual poco a poco van derrumbando a Colombia en su institucionalidad, su cultura, su educación, su vida consular (donde hoy encontramos personajes absolutamente cutres por sus maneras violentas hasta con sus familias, pasado oscuro y uso con frecuencia de un lenguaje de alcantarilla), su estamento familiar, su tejido social, su salud financiera y sus dependencias oficiales, usadas ahora para efectos de corrupción tal y como ocurre en el Congreso de la República, en el Departamento Administrativo de la Presidencia, DAPRE, en el ministerio de Hacienda, el ministerio de Agricultura, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, UNGRD (hoy cuartel general de la corrupción del gobierno de Petro), encuentro que las novelas de uno de los más queridos cronistas bogotanos de todos los tiempos, Álvaro Salom Becerra (Bogotá, 1922-1987), cobra plena actualidad, en especial una de sus tragicomedias titulada Al pueblo nunca le toca, que describe la triste realidad y los padecimientos eternos del llamado “pueblo”, el mismo que los progres, en cabeza de los petristas, dicen defender, y en cuyo nombre justifican comportamientos horrorosos, derroches, viajes ostentosos y toda clase de desafueros e irrespetos.
Estoy de acuerdo en que la reseña de la novela, puede resumirse así: “Al pueblo nunca le toca es una novela con cuadros de costumbres y realismo en donde un par de amigos Casiano Pardo, oriundo de Choachi Cundinamarca, de filiación política conservador y Baltasar Riveros, oriundo de Une Cundinamarca, único pueblo liberal del oriente de Cundinamarca, discuten acerca de asuntos de la política local colombiana en varios bares de la ciudad de Bogotá. Además la obra actúa como una evidente crítica social en la que se exalta la relación fundamental de la politiquería de un bipartidismo –ideas liberales e ideas conservadoras– con el manejo hegemónico del poder estatal, dirigido desde las minorías privilegiadas u oligarquías. En este libro, además, se advierten otras cosas como el cambio demográfico, avances tecnológicos y desarrollo de la infraestructura del país en general. La obra concentra una visión histórica de lo que fue Colombia en ocho décadas del siglo XX; un análisis de crítica social y política; de narración de la vida de la clase popular y la clase alta; y de la tragicomedia en que se ven envueltos los hombres en todo nivel. Todos estos elementos son una constante en las obras de Álvaro Salom Becerra, lo que hacen de este autor, un narrador privilegiado de la política Colombiana”.
Las tristezas, privaciones, violencias, desvelos y ausencia de oportunidades para las clases populares colombianas, están plenamente demostrados en la obra escritor bogotano, Álvaro Salom Becerra; sus incontables lectores podemos dar fe de ello, al igual que las personas que tuvieron la suerte de conocerlo, algunas de las cuales lo describen como un gran contertulio, dueño de una conversación inteligente, llena de gracejos y bastante picante. Por mi parte, recuerdo que en mí ya lejana época de juventud, los libros de Salom Becerra fueron mi compañía en franca competencia con el fútbol, el baile, la barra de amigos y los paseos de muchachos. Para entonces, eran la mejor golosina y la fuente expedita para conocer asuntos literarios, históricos, sociales y políticos de la Santafé de Bogotá de entre los años 1917 y 1979 que, de otra forma, por esas calendas y el abandono de la provincia, habría sido imposible. Algunas triquiñuelas políticas, leídas por entonces de forma desprevenida e incrédula, las pude comprobar años más tarde ¡cómo no!, al lado de la astuta y ambiciosa clase política de hoy, que no se diferencia mucho de la de entonces. Solo que antes, eran, básicamente, dos: liberales y conservadores. Hoy proliferan como conejos, en directorios de garaje y cuentas boyantes en el cómplice sistema bancario. Tardes enteras pasó mi juventud, muellemente tendida en mi cama, leyendo a Salom Becerra, para entender que el país estaba en manos de una clase política indolente, que desde dos partidos políticos se repartían el país como si de una piñata se tratara.
Hoy, buena parte de ese pueblo agobiado, más asuntos graves como la dudosa financiación de la campaña Petro presidente, tiene a esa “otra orilla” política, “gobernando” al país. Lo triste es saber que tantas ilusiones cifradas en esta nueva casta política, nacida de la guerra más horrorosa contra el antiguo régimen, donde se destruyeron comunidades enteras, se tomaron instituciones sagradas como el palacio de justicia a sangre y fuego, y se masacraron a miles de colombianos, hoy se derrumba a pedazos con apenas dos años en el poder. La corrupción la corroe por dentro y el desgobierno es evidente, en la pobreza de los colombianos, el alto costo de la vida y la incapacidad manifiesta para ejecutar un plan de gobierno, presupuestado en $502,6 billones, uno de los más altos de la historia de Colombia. La actual administración de Gustavo Petro ha registrado la cifra más baja en inversión en los últimos años, con apenas un 9,1%, según se desprende de un documento de Anif.
Pero sin duda, el cáncer que carcome al gobierno Petro, es la Corrupción. El más recientes, es el que se orquestó, al parecer, desde el Dapre y el ministerio de Hacienda. Por lo pronto, la lista de 25 salpicados que había prometido Olmedo López cuando empezó a cantar sobre la corrupción en la Ungrd está tomando forma. Con las filtraciones de pruebas y testimonios de López y del otro corrupto confeso, Sneyder Pinilla, hay al menos 6 altos funcionarios (4 ministros), 5 funcionarios de rango medio y 9 congresistas involucrados en la entrega de sobornos multimillonarios a cambio de votos en el Congreso.
La corrupción está reemplazando las expectativas del pueblo colombiano en el gobierno Petro, gobierno del prometido y cacareado cambio, en el cual los menos favorecidos son los más olvidados, perjudicados y olvidados: maestros, jóvenes, trabajadores, campesinos, obreros… A dos años de desgobierno, Colombia parece caer en el foso más maloliente e incierto de su historia. A la fecha, en tan sólo dos años, se han registrado 15 escándalos de corrupción que se han llevado una tajada gigantesca del PNC. Y lo más grave: ¡el presidente no asume ninguna responsabilidad política!
A este paso, parece que el cambio es en reversa, y la realidad dice que, con Petro y los camaradas del M-19 a la cabeza, más un buen componente de liberales y conservadores corrompidos, nos tocará repetir la sentencia de mi admirado Álvaro Salom Becerra:
¡Al pueblo nunca le toca!
Más historias
Aumenta la población ocupada
La muerte del pensamiento
Qué lee el maestro Gardeazábal: Vida y Obra de Epifanio Mejía