Por Carlos Alberto Ospina M. (foto)
Cierto comportamiento poco saludable, señalaría, de ultraje contra la integridad moral de una mujer que presta el servicio de recepción de órdenes médicas y ayudas diagnósticas en una IPS ubicada en el centro occidente de Medellín, puso al descubierto el esquema de resolución de conflictos desde el punto de vista del prestador y la usuaria alterada. La violencia sicológica y verbal de ésta última, se dio con la puerta en las narices al encontrar una actitud mesurada, noble y proactiva por parte de la encargada de atender al público.
“Señora, sí le digo que se calme, usted se va a enojar más conmigo. Sí, le digo, venga le explico, me va a insultar, porque cree que la estoy tratando mal. Entonces, le sugiero que me escuche y me mire a la cara. Créame, que le voy a dar una solución”, lo dijo con tal afabilidad y firmeza que, toda la gente que esperaba en la sala, permaneció aturdida; es decir, el silencio apacible y solemne se apoderó de ese espacio. Al igual que el significado de su nombre, Ángela, descendió como mensajera de Dios y dejó flotar en el ambiente el espíritu de la conducta pulcra.
A las diferentes instituciones prestadoras llegan personas cargadas de odio, irascibilidad y desprecio por el otro. Allí arriban los problemas de salud mental, la depresión, el abuso de opioides, la violencia cotidiana, la soledad, los trastornos bipolares y las brechas sociales; entre innumerables conductas de difícil comprensión. Algunos no conocen el límite de los derechos e ignoran las obligaciones de los usuarios del sistema. Prevale exigir y demandar atención inmediata sin tener en cuenta el sentido de las proporciones.
“Doña Gloria, la orden de la ecografía de las vías urinarias está vencida desde el 1 de enero. A usted se le asignó una cita y no vino”, advirtió Ángela.
“Mire, tonta, ¿usted cree que yo iba a venir el viernes 28 de diciembre a esa hora, a las 3:30 p.m.? Acaso, era una inocentada. ¡Boba, ridícula!”, increpó y grito la señora Gloria, quien no tiene más de 43 años de edad.
Semejante acto de incongruencia, egoísmo e insolencia no podía pasar desapercibido por quienes movíamos la cabeza de un lado para otro a manera de gesto de incredulidad.
“Además, la IPS no asigna las citas en los puntos de atención. Usted debe ir a su EPS y solicitar la renovación de la orden. Después, llama a este número para reprogramar la ecografía.”, con un ademán sosegado, Ángela, hace entrega del documento a la colérica señora.
“¡Oigan a ésta! A mí me atienden ya o les armo un escándalo el verraco”, amenazó la beneficiaria, a la par que destrozaba las instrucciones y tiraba los trozos de papel a la cara de la empleada.
A riesgo de salir perdiendo, por metido, recogí los pedazos de papel que cayeron al frente del mostrador y a similitud de un naipe abierto, le susurré a la incoherente señora: “Sabe, ¡qué rota está su vida!, atrevida, guache. ¡Respete a la señorita! No abuse. Ella se pasó de decente con usted”. Con la respiración agitada y apretando los dientes me dirigí al extremo del salón, mientras otro gruñido acompañaba el confinamiento.
“Este viejo metido. ¡Acaso! Es su moza. ¿Hace cuánto se la come? Malparido”.
A la sazón, la réplica no se hizo esperar:
“Ángela, a todos nos ha demostrado que es una dama, título muy distante de su grosería. Tal vez, a ella, sí la aman bonito”. Entonces, debido a la complejidad del asunto y las razones desconocidas del porqué de aquella agresión, decidí bajarle el tono a la discusión. “¿Sabe qué doña Gloria?, discúlpeme sí la ofendí. Todos en algún momento tenemos un mal día y no soy quién para cuestionar su proceder. Discúlpeme, por favor”.
Al principio me miró como lobo hambriento, posteriormente agachó la cabeza y al final se sentó en una butaca aislada. En aquel momento, la nobleza surgió a modo aria inverosímil. La emisaria del todopoderoso, Ángela, empujó su silla hacia atrás y estiró, al mismo tiempo, las manos para abrir el aparato ortopédico que le ayuda a desplazarse. Con la dificultad propia de quien sufrió poliomielitis y la parálisis irreversible de las extremidades inferiores, ella, sirvió un vaso de agua y cruzó el salón para dárselo a doña Gloria. Con ambas manos agarraba el caminador y ponía cuidado de no derramar el líquido. Durante el trayecto cada gota que caía sobre el lustroso piso de la IPS era un canto celestial a la dignidad, a la humildad, a la paz y al perdón. Sí, nos quedamos boquiabiertos. Y con respecto a Gloria, tomó la lección, pálida y en shock.
Ángela, en escasos minutos nos mostró la imperceptible belleza interior. Ella fue capaz de sobreponerse para brindar amor, generosidad y fidelidad a sus principios. La sensible mensajera tocó la puerta del alma con su gallardía e inscribió un ejemplo de vida en los corazones presentes.


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